Cuarteto Fuerte, el primer disco de la banda del mismo nombre, es una experiencia que no difiere mucho de invitar a comer a tus más temidos demonios personales. Es como ser incapaz de moverte cuando estos te acechan y te arrancan capa por capa tu supurante piel, sacándote tus manchados y sangrientos órganos internos, dejándote en la oscuridad, con los más horribles pensamientos; dejándote destrozado, desnudo, aplastado, privado de cualquier vestigio de auto estima.
Los cuatro tipos que dan forma a la banda, Gustavo Dominguez al clarinete bajo, Álvaro Vieito a la guitarra, Nacho Megina a la batería y Juanmi Martín al bajo, además de ser el compositor y el aglutinador de todo el combo, rompen abiertamente deseos y sensibilidades, rompen tabúes y destrozan cualquier convencionalismo en esta lucha. Musicalmente, están recién salidos del limbo, aunque todos ellos lleven a sus espaldas una gran mochila de experiencias. Y lo que hacen ahora juntos y plasman en este disco tiene la pura fuerza de los temporales de Ornette Coleman, del ritmo brutal de Front 242, en medio de sonidos que recuerdan a unos King Crimson más postrados y devastados; una serpiente aural que no tiene comparación con nada de lo que se hace en esta ciudad por carnal, voluptuoso y falto de inocencia.
Comienzan con Malpartido, donde la guitarra y el clarinete se unen contra la batería para ver quién impone su ley, mientras el bajo te va retorciendo el cuchillo con el que han despedazado a la vaca de la portada en lo más profundo de tu alma. Sobre una ola de sangrientos acordes, Perros fuertes te arranca la postilla hasta que sangras; intentas recordar de qué te suenan esos acordes extrañamente familiares y no lo has conseguido todavía cuando Hola, ¿qué tal estás? te saca una sonrisa sardónica porque es obvio que no estás bien, y menos ahora que con esta pieza te sumergen en un claustrofóbico instrumental… y así siguen hasta el final.
Los tormentos de Cuarteto Fuerte son una duda persistente que les cierra las puertas de cualquier alegría, un conveniente recordatorio de que en estos días en que flota el optimismo no todo es tan bueno como parece, y nunca lo será.
Este disco es un trabajo castigador y desafiante, que demanda extrema atención del que lo oye. No es la clase de cosa para pasar el rato, pero si estás predispuesto te hará tambalear.