Del Cuarteto Fuerte que grabó hace un par de años su primer disco, el que se llamaba igual que ellos, ya solamente queda uno de sus músicos, Juan Miguel Martín, que es el alma del proyecto, el aglutinador del grupo y el compositor de todas las piezas, aunque de las siete que componen este segundo disco, llamado Últimet, una de ellas la ha arreglado a su torva manera desde el original que Ennio Morricone compusiese para la película sesentera de Silvano Agosti sobre Il giardino delle delizie.
Juanmi ha sido también el productor del disco, que se grabó en directo en la sede de Assejazz, para ser mezclado posteriormente por Manuel González en Artisónica y masterizado por Trevor Coleman. La portada del disco es una obra de María José Gallardo, sobre un diseño de Jesús Miguel Guisado.
También ha cambiado el concepto de la interpretación musical, porque donde antes había una guitarra y un clarinete bajo ahora hay dos saxos, el alto de Bernardo Parrilla y el tenor de Javier Ortí; la batería ha pasado a manos de Fernando Caro y del bajo sigue encargándose Juanmi. Pero el fondo, la serpiente aural carnal y voluptuosa, solamente ha cambiado de colores su piel y sigue apretándote hasta el límite de aguante de tus órganos, dejándote destrozado, aplastado. Las inusuales ideas de Juanmi sobre la música –y sobre la moralidad y la sociedad en general- tienen dificultades para encontrar un punto de apoyo en el mundo del jazz convencional; escuchando sus composiciones me da la impresión de que él siente que los acordes ejercen una influencia indebida sobre la improvisación y limitan la expresión del músico, por eso sus piezas tienen tanta libertad melódica y parece acuñado expresamente para ellas el término free jazz, algo que notamos ya desde la Excrecencia de la evidencia con la que se abre el disco.
No se puede decir que las demás piezas sean uptempo, de hecho Sedimentos de pena y Castle Bravo son exploraciones de tiempo elástico, pero todas están llenas de vida; en Borbones bolivarianos y Malpartido otra vez el cuarteto suena rebosante de ideas, como si estas composiciones de seis y cinco minutos fuesen demasiado breves para contenerlas todas y quizás por eso esta segunda pieza mencionada sea una especie de continuación del Malpartido que venía en el disco anterior, en la que Juanmi se quedó con restos de energía que no terminó de estallar. La interacción entre los saxos difiere de unos temas a otros, a veces parece que los dos se persiguen entre sí alrededor de la melodía, como en Cornucopia o Il giardino, mientras que en otros momentos los encuentras haciendo una versión de llamada y respuesta, como en Malpartido otra vez; y ese balanceo, en el sentido más completo de la palabra, Juanmi y Fernando, con su pulso rítmico, intentan arraigarlo a la tradición jazzistica, aunque nunca lo consiguen firmemente; pero conociendo a Juanmi, seguramente eso será lo que pretende en realidad y por eso el bajo y la batería son utilizados para darle a la música el color y el sombreado en lugar del ritmo. Las piezas quedan así misteriosas y agradablemente desorientadoras, impresionistas, y aunque pensemos que van a la deriva, Juanmi conoce el puerto al que las conduce.