Tenía pendiente la crítica del segundo disco de D.A.D, que salió a la calle justo cuando lo hacía también nuestra web de Sevilla Disonante, pero es que hasta ahora todavía no había sido capaz de desenterrar mis notas sobre este disco de debajo de la tonelada de ladrillos que arrojó sobre ellas cuando lo escuché. Ya desde la primera de las canciones, que le da título a toda la obra, Mil rostros, los cascotes comienzan a caer sobre ti a los pocos segundos. Y sigue ya así hasta el final de la octava canción, Manos marchitas, que lo cierra, aplastándote cada vez más con un alarde de groove metal de mayor técnica que en su primer disco, el EP Falso profeta de hace tres años, pero con la misma difícil accesibilidad al sonido si no eres un oyente adscrito a la causa metalera.
Mil rostros es un disco emocional que no explora estilos diferentes ni enfoques variados, sino que se mete directamente En la oscuridad, en el corazón de la oscuridad, volcando la impotencia de no saber si va a haber un nuevo amanecer tras la noche. Cuando llevo solo dos canciones ya sé que este disco no va a ser una ronda de cervecitas para todos, sino la invitación a recorrer un camino plagado de dificultades. Solo tu ser grita por dentro una sinfonía de una sola voz que establece el tono emocional que se desprende de los rabiosos ladridos de Ale Alonso, que no dejan resquicio para ningún momento melódico. La ira continúa en Tu realidad, en la que los gritos te empiezan ya a ahogar.
Metalcore y catarsis; D.A.D avanza Sin perdón, sin miedo, de frente… la tendencia del disco no varía, ¿para qué?, si es convincente. La banda ha decidido que la mejor dirección para ellos es esta, en la que marchan dos pasos por delante del resto de las bandas que no tienen tan acentuados los toques hardcore y punk. Última hora sigue en su interminable cuenta atrás para el estallido que te inunde en la mierda más oscura que nunca puedas superar; solo te quedan ya unos minutos para Caer en el abismo. Destrucción.
En Manos marchitas D.A.D adopta un enfoque diferente. Comienza siendo una canción basada en la acústica de una guitarra sola que es incluso melódica; es accesible y francamente suave y presenta bonitas armonías. Pero es solo un espejismo, de pronto el contraste de esa pintura de suave trazo se hace palpable con el estallido del bajo, la batería, la otra guitarra. Y llegamos al final teniendo patente que excepto ese ratito, minúsculo, del comienzo de esta última pieza, si la escucha de este disco no se ve obstaculizada por algo es precisamente por falta de cohesión.
Y apartando los escombros para recuperar algo de lo que han enterrado bajo ellos, que te permita seguir teniendo esperanza en la humanidad, solo te queda mantener la mente abierta y balbucear gracias al Señor en el que creas porque eres consciente de que el mundo que D.A.D te ha hecho ver no es el real. Todavía.