Con la edad, uno tiende más al lugar común. Pero lo primero es distinguir: un lugar común no es un lugar común. Lo que entendemos por lugar común es un cliché. Y un lugar común no es un cliché. Un lugar común se acerca más a aquella reflexión de Emerson sobre que en ellos reconocemos nuestros propios pensamientos rechazados; regresan a nosotros con cierta majestad alienada. Y esta reflexión no solo es realidad sobre el lugar común como tópico, también cuando se refiere a sitios familiares, aquellos que cumplen nuestra proclividad a creer que antes todo era más fácil. Y en esos lugares se basa la música que David Cordero y Raúl Burrueco, aka Combray, amigos desde hace muchos años, han creado para este disco, que es una especie de viaje por sus lugares comunes sevillanos: la calle Sinaí, la avenida de Miraflores, el Café Sonoro, Blanco Cerrillo… por eso le han puesto este nombre, Lugares comunes. Es un pequeño homenaje a Sevilla, a la parte de la ciudad que ellos compartieron, aunque David hace tiempo ya que vive en San Fernando y no se ven en persona prácticamente desde que estuvieron juntos en la última fase del grupo Úrsula. Por eso el disco lo han grabado a distancia, cada uno en su estudio personal, y posteriormente lo ha mezclado y masterizado el propio Combray.
La música de las ocho piezas que contiene el disco es dulce y sincera; su forma es pura, con una emotividad abismal. Y se basa en la creencia de que los lugares comunes quedan siempre en el pasado. Los lugares mencionados antes, y el pasaje de Valvanera, el paseo de La O, la Alfalfa, son ya lugares perdidos, lugares que ya no son pero han sido alguna vez y la música de David y Combray nos hace pensar en el término de las cosas y el paso del tiempo, la felicidad pasada y la tristeza presente, lo lejano que regresa en los vestigios. Entre el lugar feliz y el lugar doloroso está la eternidad de los lugares comunes. La misma eternidad que ambos compartían cuando iban de alguno de esos lugares a otros en el autobús de la Línea C3, recordada también aquí.
Para aquellos de nosotros que crecimos emocionados por las innovaciones sónicas de Brian Eno y disfrutábamos con su Thursday Afternoon hace ya casi cuarenta años, a pesar del gesto torcido de los demás oyentes que tuviéramos cerca, este Lugares comunes resulta una delicia por su conceptualismo maravillosamente perverso pero ajustado a los cánones de la música ambiental. Cuando le pregunté a David que cómo iban a mover este disco me miró incrédulo: «¿mover el disco? hacemos ambient, tío… no existen espacios para tocar esta música. Es un álbum para que la gente lo disfrute en casa; ese es el mejor sitio». Y no le falta razón claro; esta puede ser música superficialmente limpia y mínima, pero, en el mejor de los casos, escucharéis el esfuerzo y el afán debajo de las superficies aparentemente suaves, como mirar la superficie de una pintura geométrica de Mondrian y ver la textura gruesa, irregular, de las capas de óleo sobre lienzo.
Desde el tema de Miraflores con el que se abre, la música del disco logra ser discreta y cruda, pero también estimulante e hipnótica al mismo tiempo. Es tranquila, sin incidentes sonoros, uniforme en toda su extensión aunque el disco se componga de ocho piezas diferentes; música espaciosa y contemplativa, en la que varios elementos aparecen y se repiten con más o menos regularidad. Es un mar en calma de teclados y sintetizadores que brillan y se mueven como cortinas de luz. Hay un cálido sentido modal en la música, que nunca nos llama la atención y es ciertamente tranquilo y gentil, sin pretensiones. Lugares comunes es un disco que tiene una belleza sutil, discreta y delicada.
Se ha editado en el sello italiano Lontano Series de forma digital y en una pequeña tirada de cassettes limitada a 75 copias de las que todavía quedan algunas, que puedes adquirir a través de este enlace.