No se os haga tan amarga la batalla temerosa que esperáis… después de 17 años luchando contra el cáncer, a la madre de David Cordero, en junio del año pasado, los médicos le dieron un plazo máximo de tres meses para comenzar esa nueva batalla a la que Jorge Manrique se refería en sus coplas. Otra vida más larga de fama tan gloriosa acá dejáis… y David quiso que el glorioso paso de su madre por la vida terrenal perecedera perdurase en la música. Tomó la decisión de mantenerse a su lado en los últimos momentos de su vida, en Cádiz, frente al mar; transformando en sonidos todos los pensamientos, recuerdos y sensaciones que le inspiraba ella y grabándolos en su estudio casero. La madre de David no agotó esos tres meses siquiera y el 25 de agosto partió hacia la luz. Una vez masterizadas las grabaciones dieron forma al disco que David edita hoy mismo. Y a través de él, su madre, aunque la vida perdió, dejó nos harto consuelo su memoria.
Hay que ser una persona muy estoica, y David Cordero lo es, para tomarse una noticia como la del inminente fallecimiento de tu madre pensando que no es el fin de nada, que cada acto de ella, cada instante y acontecimiento de su vida volverá en ese Eterno retorno con el que se inicia el disco. La pieza es un uróboros sonoro, a la vez triste por la desaparición de la madre y esperanzadora porque ella es la unidad de todo su mundo y su desaparición solo será física, y permanecerá en otra forma diferente, pero siempre estará. Eterno retorno es un canto al ciclo eterno de destrucción y nueva creación.
El camino hacia la luz hay que hacerlo placenteramente, ser alta, soberbia, perfecta, como las olas de las anchas playas que ciñen el mar que hay fuera, cercano, que espera. La morfina ayuda a hundirse en las aguas y no suspirar, a sentir dulcemente el olvido perenne del mar. El Sevredol es el medicamento que la contiene como principio activo y sirve para nombrar la segunda pieza del disco. La música aquí lleva un rebelde dolor que las notas compasivas rompen. Está llena de tristeza, como si David ya solamente viese un reflejo de su madre; el barco fatal levó sus anclas.
La Habitación 218 será el camarote que ocupe ella en el último tramo de su travesía hacia la luz. El comienzo es lúgubre, un paso atrás en la esperanza dibujada en las dos piezas anteriores: no somos nada, nadie, madre; es inútil vivir… pero es más inútil morir. Notamos lo duro que es ver a tu madre derribada, tendida, sobre un inmenso azul de sueños y de alas, mientras pasa la agonía de la tarde muriéndose en el fondo de un lirio. Mientras pasa el letargo…
Y llegó el 25 de agosto, 3 AM, el día y la hora en que ella se convirtió en sueño eterno. Comienza con unas notas solitarias, seguidas, como las de una campana tañendo a muerto. Pero poco a poco las notas cambian, se iluminan, la ternura desgaja nuestros sentidos cuando notamos a través de la música como la luz la recibe y la invita a traspasar los umbrales de ese mundo mirífico de sombras.
Y cuando ya se ha ido aquí todo vuelve a empezar. El eterno retorno de nuevo presente. Y las demás piezas otra vez; ahora remezcladas, las mismas pero diferentes. Mañana eterno en el ayer. Las mismas piezas otra vez, ahora remezcladas, anudando el nudo de la muerte y de la vida.