Derby Motoreta’s Burrito Kachimba + Quentin Gas & Los Zíngaros + Vera Fauna. CAAC. 23 de agosto de 2019
Normalmente tenéis aquí las crónicas de los conciertos a los que asistimos a la mañana siguiente de haberse celebrado; con el de hoy, debido a causas distintas que sería muy prolijo enumerar ahora, hemos tenido que hacer una excepción y por eso no tenéis la crónica hasta ahora; pero ya sabéis lo que dice el refrán, con su enunciado correcto: nunca es tarde si la dicha llega.
Con poco más de veinte minutos sobre el horario anunciado se subieron al escenario los cuatro componentes de Vera Fauna: Kike, guitarra y voz; Javi, también guitarra; Jaime, bajista y voz solista ocasional y Juanlu, a la batería. Y tengo que reconocer que su concierto me dejó bastante descolocado; hice el esfuerzo de dejar de ver el partido del Sevilla bastante antes de que terminase para poder verlos a ellos íntegramente y lo cierto es que la canción con la que comenzaron, que era nueva y no la reconocí, dio pie a unas sensaciones muy buenas, sobre todo con el arreón instrumental que le dan al final, potentísimo y muy equilibrado. Vera Fauna son mucho más que una banda de indie psicodélico, por mucho que se presenten en ella rasgos de ese malvado imperio indie que coloca a tantas bandas en una misma posición horizontal baja; pero es que ellos, en sus discos muestran muchos aspectos que les hacen destacar hacia arriba, aunque a partir de la segunda canción, Somango, dejaron de evidenciarlos en directo. El sonido era muy bueno, pero perdió densidad y Equis, Verano, Nova Pt.2 fueron fluyendo casi monótonamente, desenganchando al público, que cada vez iba desertando en más cantidad de las primeras filas. Para cuando presentaron otra nueva, llamada Fernando Morientes, yo también me había ido ya en busca de la barra para quedarme después a verles desde la mesa de sonido. En su repertorio se echaba de menos la exactitud con que la guitarra guía sus canciones en los discos; el trabajo del bajista, que sin ser hiperactivo, aquí parecía contagiado de la anemia de las voces, que incluso parecían sonar demasiado agudas y precisamente Jaime no contribuyó a mejorar esto, porque después de tanta voz de tenor hubiese resultado un oasis para el oído escuchar una de barítono, sin embargo él incluso se ponía a cantar en falsete, cuando después con la versión de Papá Levante vimos que su voz era más grave que la de Kike. Muchos reparos, en fin, que ponerle a un concierto que casi desde el principio dejó de ofrecer algo verdaderamente especial como para recordarlo tras las dos tempestades que llegaron después. Ni siquiera la Luna mora de Juan el Torta mostró la pura energía que tiene su versión grabada, y cuando terminaron con Los naranjos, su más reciente single, lo hicieron más endurecidos y compactos (aunque quizás fue debido a la comparación con ese Me pongo colorada que versionaron antes de ella), pero el mal ya estaba hecho.

Quentin Gas & Los Zíngaros demostraron que jugaban en una división muy diferente con solo subirse al escenario. Quintín estuvo a ratos para quitarse el sombrero y a ratos para darle un sombrerazo. Con su marcada personalidad trituró todos los elementos que forman su música y nos los fue arrojando desde el escenario, desde encima de uno de los enormes altavoces de graves, o inmerso entre el público; a palo seco o con micrófono; sacando hermosos acordes psicodélicos a su guitarra o exagerados efectos a su pedal de loops; con la naturalidad que le da ser un gitano que ha mamado el flamenco toda su vida o con la pasión transformada en histrionismo con que formuló algunos de sus cantes… Quintín fue uno y fue todos. Sin dar un momento de respiro fue creando una muralla atronadora, sin perfilar la mayoría de sus aristas, que hacían daño al clavársenos. Era capaz de lo peor y de lo mejor tan solo en los segundos que precedían a dos partes de una misma canción, como ese enloquecido zorongo de Lorca que precedió al estallido final instrumental de esa misma canción que lo contiene todo, Deserto Rosso, incontenible con las notas sintetizadas por Bronquio, en una de las esquinas del escenario. Sombra y luz en el desgarro de voz sin amplificar queriendo sacar adelante un palo flamenco que le vino algo grande para inmediatamente grabar un loop de voz… vamos a bailar, hijos de puta… que nos incitaba a volar con el breakbeat en el que Bronquio volvió a sobresalir, apuntalado por el bajo de Tera Bada y la batería de Jorge. Quentin Gas & Los Zíngaros no cuajaron la actuación que los que ya les conocían esperaban de ellos, pero eso no tiene por qué ser malo; y aunque muchos de sus seguidores torciesen el gesto pensando en sus defectos de forma, a mí me enamoró la virtud de fondo: el huracán desatado de un músico soberbio dando un concierto desde las entrañas, aunque estas a veces no estuviesen bien conectadas con su garganta. Quintín fue un cantaor lisérgico y un guitar killer que en vez de colgarse del hombro una Stratocaster se cuelga una pedalera de efectos para terminar derramando tanta magia como la que tuvimos durante el rato que Dandy Piraña, el otro cantaor psicodélico de la noche, se subió al escenario con él para glorificar el Shani de su último disco, Sinfonía Universal Cap. 02, que ha sido la base de la gira que ya llega a su fin.
Y tras él, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba fueron un huracán de watios, que no por salvaje estaba menos trabajado; alta tensión incendiaria que convirtió la atmósfera del patio de la Cartuja en un estallido de electricidad. Desde que tras la intro de KMBD, Dandy comenzó a entonar New Gizz para seguir con las otras seis canciones que componen su disco, los Motoretas demostraron, aun sin que este fuese el mejor concierto que les he visto, cómo han mejorado desde sus inicios, con aquel concierto del Fun Club en el que abrieron la noche precisamente para Quentin Gas; cómo cada vez tienen las ideas más claras, crean canciones incluso mejores, como esa Nana del caballo grande de Camarón que parece hecha a medida de Dandy y el Gitana que estrenaron, otro destello de su personalísimo sonido. Si el nivel vocal de Dandy (qué difícil me resulta llamar así a Miguelito) es cada vez más admirable, la eficacia instrumental de Bacca, Gringo, Soni, Máscara y Papi Pachuli es extraordinaria. Escuchando Grecas o Piedra de Sharon podemos decir de ellos que fueron arrolladores, pero es que con El salto del gitano el calificativo se queda corto, cortísimo… un pogo atropellado, abandonado mientras Miguel navegaba por encima de las cabezas de todos los espectadores, y retomado de nuevo de forma todavía más demencial puso el punto final a una noche llena de (parafraseemos a los músicos sevillanos merecedores de ello) alma y corazón.
