Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Cartuja Center CITE. 28 de enero de 2023
Éxito total y absoluto. Esa es la única forma en la que se puede calificar el último concierto de la extensísima gira de Derby Motoreta´s Burrito Kachimba que, después de haber lanzado su segundo disco, Hilo negro, ha paseado sus sonidos por un centenar y medio de escenarios de España y América. Veintiún meses después de haberla comenzado en el teatro Coliseum de Barcelona, la terminaron anoche en el Cartuja Center CITE, que estaba a rebosar de un público entusiasmado que todavía hacia cola en la puerta del recinto para acceder al interior cuando la banda estaba ya interpretando Caño cojo, la cuarta de las canciones del apoteósico concierto. Y seguramente todavía se perderían los de fuera alguna más, porque en ese momento fue en el que entró Isachi, la directora de Al Sur Conciertos, de Canal Sur TV y me dijo que fuera todavía había una cola de lo más grande.
El concierto de anoche no difirió en absoluto de los anteriores que habían estado ofreciendo en otros escenarios y apenas un poquito del último que habían dado aquí en Sevilla, que fue en agosto del 2021, dentro de la programación del PopCAAC, que tuvo el mismo setlist de anoche, con ligeras variaciones en el orden, y no incluyó -como sí hizo el de aquí- la interpretación de Las leyes de la frontera, la canción que la banda compuso para esta película, que aún no se había estrenado por entonces. En una reciente entrevista que tuve con Gringo, uno de los guitarristas de la banda, me dijo este que lo más sincero que podían hacer era cerrar la gira en Sevilla con el espectáculo que estaban dando, perfeccionado ya de tal forma que la memoria muscular desarrollada a lo largo de todos los conciertos anteriores les permitía salir a vaciarse y a dejar que todo fluya sin tener que estar pendiente de los cambios de estructura y de ritmos. Eso me permite enfocar esta crónica de la misma manera que ellos, ya que los he visto en directo tantas veces que escribir sobre sus conciertos es a la vez tan difícil, encontrando nuevas cosas que decir, como fácil, volviendo a repetir lo que ya he escrito en ocasiones anteriores.
Con bastante puntualidad comenzó a sonar la introducción habitual, KBMD -sus iniciales escritas al revés, como el REDRUM del espejo de El resplandor, al que aluden con el título y la ominosa manera de ir diciendo su nombre- para romperla de golpe todos a la vez con el arranque de The New Gizz, mantenido por el sinte de Machete hasta que comenzamos a escuchar la melodía, tan familiar ya a nuestros oídos, de las guitarras de Bacca y Gringo, intentando sobreponerse a los graves de la batería de Papi y del bajo de Soni, hasta que Dandy se arrancó… a la montaña que rozaba el sol fuimos en busca de la flor, acompañados del lobo feroz… del lobo que tenía unas orejas tan grandes para oír mejor, como necesitábamos nosotros de momento, porque Porselana teeth todavía fue una bola de demolición que se llevaba por delante toda la definición de sonidos y aplastaba el duende flamenco de la canción. Pero en la mesa estaba Javi Mora, un mago que -nada por aquí, mucho por allá- ajustó algunos potenciómetros, subió y bajó algunos canales y Caño cojo comenzó a hacer realidad la recogida de flores que la letra de la canción anterior decía que los Motoreta’s nos tiraban desde el cielo.
Siguieron con las canciones del disco Hilo negro que daba nombre a la gira con El Valle inmenso que lo abría, una de las piezas en las que mejor se fundió el rock andaluz de aroma clásico con la psicodelia estroboscópica. Hasta ahora todo había sido un hilo -negro- continuo, con una canción enlazada a otra, sin respiro alguno. Dandy dijo entonces sus primeras palabras, escuetas, un simple saludo a los espectadores, durante el tiempo justo en que se tomasen un respiro Gringo o Bacca -lo mismo da que da lo mismo, porque no me acuerdo quién de los dos empezó- para lanzar los acordes de hard rock que dan inicio a RGTQ, otra vuelta de tuerca a esa feliz unión de sonidos que antes describí. Y fue entonces, al terminarla, cuando la banda cometió el gran error de la noche.
Venga, coño, quedaos tranquilos que no pasó nada. Solo que yo soy demasiado pejiguera y me hubiese encantado que hubiesen mantenido la atmósfera siguiendo con el noise de las profundidades de La cueva que tan perfectamente se funde con el zumbido inicial de Gitana, para romperse después en pedazos con el sonido de la batería y el galope de metal de toda la banda a la vez en Turbocamello. Y así ocurrió algunos minutos más tarde, pero entre un tramo y otro la banda volvió a pararse de nuevo para que Dandy nos volviese a dirigir unas palabras y ponerse con Las leyes de la frontera, la canción que más se aparta del sonido habitual de la banda, la kinkidelia que, en este caso vuelca todo el significado del sufijo de la palabra en el prefijo y hace de la canción un torbellino mucho más cercano a Los Chichos que a Led Zeppelin que es una puta maravilla. Que sí, que lo es, aunque nos descompusiese el ritmo.
Luego sí, comenzó a envolvernos la niebla del interior de La cueva, el mercurio comenzó a arder en nuestras orejas, y fuera la tormenta echó a volar. Pero ellos se quedaron en la oscuridad, resguardados, agachados, en una estampa melodramática que amplificaba el drama; Dandy salmodiaba que todo estaba baldío, sus palabras, como las de la Guadalupe de la canción, nos entraban como cuchillos. Los golpes de la batería fueron marcando el ritmo hasta que el tiempo se detuvo unas décimas de segundo que parecieron eternas, cuando el galope del metal derrumbó los cimientos del Cartuja Center. Hay canciones que parecen tener un año y cincuenta años al mismo tiempo y Gitana es de esa clase; cuando Dandy cita a la luna en la mañana los acordes les anclan a nuestra tierra como hacían las canciones de Triana en 1974; reconocemos arpegios de los que hicieron brillar al rock andaluz; la batería y el bajo apenas dejaban paso a la amalgama de todos los demás instrumentos, hasta que la música y la voz enmudecieron porque ya no quedaba nada que escuchar, solo teníamos que salir del hipnotismo, a lo que no contribuía el sonido del platillo de la batería. Nos sacó a la superficie el estruendo de Turbocamello, resuelto después de noquearnos con el mano a mano final de las guitarras de Gringo, oriental, sonando a sitar, y la de Bacca, rockera, potente.
Dandy, convertido en cantaó distorsionado, acompañado por la Fender Jazzmaster de Gringo, guitarra eléctrica capaz de sonar flamenca en sus falsetas, puso la banda sonora a mi viaje a la barra en busca de cerveza y tequila, periplo que anoche se antojaba infinito. Somnium Igni, en sus dos partes, aquí unidas, aunque en su forma grabada esté cada una en un disco diferente, evidenciaron como la banda es capaz de pasar con enorme solvencia por el flamenco, la psicodelia y hasta el metal industrial. Derby Motoreta’s Burrito Kachimba no es que se rebelen contra el rock andaluz en que tantas veces les encierran, sino que existen aparte de él, haciendo música que suena como si viniera de las profundidades de la tierra, brotando en un magma que todo lo quema.
Las palmas acompasadas de todo el público se impusieron al drone de la segunda parte de Somnium que arrullaba el sueño de la bestia, y esta despertó para echarnos su Aliento de dragón, un salto al primer disco antes de volver al segundo para completarlo con Dámela –el aire se derretía– y 13 monos –hoy venimos a empujar, no nos vais a parar-. Las letras de sus canciones son declaraciones de intenciones.
Grecas fue arrolladora, vibrante; Samrkanda una tempestad ardiente para terminar la batalla sin hacer prisioneros. Pero todavía quedaba el tiro de gracia para los que resistiesen. Un ruido de transición mantenido inició los bises, la Nana del caballo grande estremeció en su alfa y apabulló en su omega; Dandy se transfiguró en Camarón para una nana que jamás dormiría a nadie porque es trepidante, una joya de la fusión del flamenco con el rock más potente, sobre todo cuando termina fundida con los bestiales primeros acordes de Piedra de Sharon, que harían morir de envidia a Black Sabbath, una sobredosis letal. Y para el final definitivo El salto del gitano, la muestra de pasión contagiosa de seis músicos que conocen el secreto de la música que tocan. En algunos puntos de la pista se desató el pogo; Bacca navegó sobre las cabezas de la gente; la salmodia de sig na geg no sig nag nag se resonaba imponente. Mientras la gente aplaudía y por los altavoces sonaba la rumbita de la cachimba que te pone ciego, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba dijo adiós a los escenarios, a los que no volverán durante todo el próximo año para dedicarse a producir un tercer disco sin que nada les reste energía de creación y de implicación en él. Contamos las horas para empezar a escucharlo.
