Despedida del Fun Club (Riverboy + La BIG Rabia + Dogo + Chencho Fernández y All La Glory). CAAC. 12 de mayo de 2023
No va a ser esta una crónica como las habituales, detallando todo lo que pasó, ni describiendo profusamente lo que hizo cada una de las bandas que se subió al escenario. Lo de la noche del viernes era más la recreación de unas vivencias pasadas; la evocación de noches en el Fun Club rodeados de muchas de las personas que estaban también en el CAAC para despedir una época. Allí, a los varios cientos de espectadores que nos reunimos, gracias a la organización de la gente de Rocknrolla Producciones, se nos entregó algo muy frágil, el recuerdo, dulce, de un pasado común, implorando implícitamente que no lo rompamos, que no nos durmamos en el olvido del recuerdo ni en el recuerdo del olvido.
Así y todo, los conciertos de esa noche, que muy bien hubiesen podido funcionar más como recuerdo que como vivo presente –La BIG Rabia ni siquiera sigue en activo ahora- propiciaron una hermosísima noche de música en la que las guitarras fueron grandiosas, gloriosas; en muchos casos, espectaculares. Fue la materialización de todo lo voluble que nutre nuestra nostalgia, moviéndose desde lo quimérico hasta lo literal. Algo así fue lo que ocurrió esta noche. Literal hasta la repetición del tiempo pasado: cuando salía del Fun Club, a las tantas de la mañana muchas veces, era normal que tuviese que acercar a su casa en mi coche a algunos compañeros de música y alcohol; esta noche del CAAC salí de nuevo con el coche lleno.
Desde las nueve y media o poco más, hasta pasadas las dos de la madrugada, se mantuvo el hervidero, que se formó respondiendo a una curva prácticamente plana que de pronto inicio la subida tras el punto de inflexión que llegó con Dogo, justo a mitad de su intervención, cuando cambió la interpretación extremadamente natural de canciones poco naturales -algunas de ellas, piezas de spoken word respaldadas instrumentalmente para la ocasión- y rememoró al Cucharín y a Ricardito, que solían tocar con Los Mercenarios detrás suya algunas de las canciones que fueron siguiendo a partir de ahora, desde El hombre burbuja, con Suerito en el escenario luciéndose en una segunda guitarra convertida en principal con sus riffs conmovedores; la aparición de estas canciones fue un disparador de memorias, una exhalación del aliento contenido por mucho tiempo. Durante la siguiente media hora, con el Loren también a su lado relevando al Suero, el Dogo fue un cantante de dulzura, descaro y poder. Y todos con él, fuimos una reunión de fieles extasiados por estar allí; rendidos al poder de la música y al poder de la evidencia.
El tramo inicial de la noche se sintió un poco como una prueba; la gente de la audiencia estiraba el cuello para ver cómo se veían Charly y el resto de los Riverboy en el escenario, comenzando a entonar sus sutiles canciones, pequeñas sinfonías psicodélicas. A mí me pilló todavía besando y saludando a unas y a otros por la parte de fuera del recinto, donde estaba la barra, y aunque me incorporé rápidamente a las primeras filas delante del escenario ni siquiera estoy seguro de que la canción con la que comenzaron fuese El rayo de luna, la que escribió Charly basándose en esa leyenda de Bécquer que tan fundamental fue en el inicio de su vocación artística de contador de historias, cuando todavía era un chinorri. Desde luego, lo que sí tengo seguro es que no era una de las que tiene grabadas en su segundo disco, El Olimpo, porque la primera que sacó de él fue Por el cañaveral, cantando todavía antes que esa otra de las nuevas, Un puro desierto, en la que Paco Lamato ya comenzó a poner su guitarra en primer plano con dos solos, cortitos todavía. La voz de Charly era firme, repartiendo toques de dulzura cortados ocasionalmente con alguna subida emocional; sus canciones no exigen mucho de su voz, usándola principalmente para obtener texturas. Su banda, fuerte y viscosa, anclaba el vuelo y lo que más se remontó fue el toque de Paco, alcanzando las alturas siderales que no consigue, más supeditado a Andrés y Raúl, cuando forma parte de Pájaro. Con estos primeros momentos de Riverboy nos sentimos todos extasiados y optimistas sobre lo que iba a ir llegando después.
Caminante, otra de las nuevas, también fue coronada por uno de los grandes solos de Paco y, aunque esta es una banda que toca música angulosa y poética que toma giros inesperados, me dejaron con la duda de si esta vez en el cambio de marchas se habían saltado algún piñón porque siguieron con La Fuente y juraría que el primer minuto de la versión grabada, su parte calmosa y flemática, no la interpretaron aquí, esa en la que hablan de los albores del verano, que repiten de nuevo al final. Este tramo fue una hermosa aleación de timbre acústico seco y reverberante, una convergencia del rock con la mentalidad del folk psicodélico, con partes lisérgicas e hipnóticas de las que no quedó ningún atisbo con la tormenta que desataron al final de En la yerba, la canción última, con la que en directo llevaron a sus límites de rotura los conceptos que habían ido manejando durante todo el concierto.
Iván Molina había venido de Barcelona, donde reside ahora, expresamente para unirse a Sebastián Orellana en esta nueva vuelta a la luz de La BIG Rabia, Los dos solos sobre el escenario, el primero a la batería y el segundo con la guitarra y la destreza suficiente para solo con ella y el amplificador darle enorme profundidad a muchos momentos de las instrumentaciones, dieron otro de esos espectáculos musicales inenarrables que solíamos verles antes de que se separaran en el 2019 durante mucho tiempo y en el 2021 de manera definitiva. Estábamos, pues, ante La BIG Rabia 3.0. Como alguien escribió una vez en esta misma web -y, ahora que lo pienso, lo escribió bajo esta misma firma- por aquí no hay nadie que consiga unir tan perfectamente los ambientes más espesos y tormentosos con la serenidad y elegancia de un buen crooner, y lo volvieron a demostrar anoche ya desde el inicio con Quiero paz… alabado sea el Señor…
Ellos son de Chile; en su juventud mamaron toda clase de ritmos latinos y escuchándolos podemos entender por qué una banda querría hacer alarde de sus influencias de manera tan obvia; es porque, incapaces de escapar de la historia del rock and roll, La BIG Rabia decidió reorganizarla. El rock and roll puede sacudir las definiciones más básicas. Muchas bandas tienen como objetivo cambiar el futuro del rock and roll, que vete a saber si lo tiene; pero estos dos tíos intentaron algo más complicado: trataron de cambiar el pasado. Y si la vida no hubiese decidido llevarlos por caminos diferentes, no te digo yo que no lo hubiesen conseguido, porque como decían en otra de las canciones que recuperaron anoche, Somos dos, Iván y Sebas son únicos, esquizofrénicos, estrambóticos, avasalladores, potentísimos, demoledores, explosivos, incombustibles, irresistibles, lúdicos, irrefrenables, irresistibles y estaban aquí para hacérnoslo saber. Lo entendimos perfectamente, sin problema alguno de sonido, porque para eso estaba Javi Mora manejándolo, como tantas veces lo hiciera en el Fun Club.
Sebas emulsiona el blues, el proto punk, el art rock, el bolero, la cumbia, las melodías más pop; Iván es su opuesto en la batería, un agresor desapasionado en un equipo básico. Juntos tratan de eliminar distinciones cansinas, incluidas la de bueno y malo, para llegar a una esencia musical. Anoche se despidieron con Cuando el sol cae sobre los cerros con Sebas tan intenso como el Nick Cave más sórdido y melodramático y se fueron dejándonos de nuevo la constancia de que las canciones de La BIG Rabia son una versión muy compleja de la simplicidad.
El Dogo vino con los músicos que colaboran con él en León, donde vive desde hace ya bastante tiempo: Juancho López, al que raro es el mes que no vemos por algún escenario sevillano tocando el bajo en alguna banda, hace muy poco en la que respaldaba a Robyn Hitchcock; a la guitarra Jorge Coldán, a la batería Miguel Manero y un tal Alberto, que lo mismo servía para tocar la trompeta, que la pandereta, que para poner una segunda voz. La presencia escénica del Dogo bastó para aglutinar ante el escenario a todos los que andaban perdidos en charlas y esperas en la barra, fascinados por su fuerza, a pesar de que no conociesen casi ninguna de las canciones que nos ofreció en la primera parte de su concierto, aunque lo comenzó con Llueve en Sevilla, una de las que compuso con Juanjo Pizarro, para quien tuvo su primer recuerdo. Las demás nos las fue presentando como ¿Quién es quién?, una pieza con un agudo filo dylaniano, a lo Like a rolling stone; luego Autopugilística… el noble arte de pegarte contigo frente al espejo cada mañana en pijama… la canción que da título a su espectáculo de spoken word que no era esta la ocasión propicia para presentar, por lo que convirtieron algunas de sus canciones en balas disparadas contra sí mismo hasta que ninguna costilla le quedase sana; dedicó después a Ricardo Márquez, el Poeta, uno de Los Canijos que ya no está con nosotros, una monumental canción, Terciopelo y fuego, sobre madrugadas eternas como las que pasaron juntos, soñando canciones que no se escribieron. Se acordó del Fun y de todos los que pasaron por allí antes de cantar Se acaba la fiesta… se retira la orquesta, se van los artistas… puntualizada al final con una declaración de intenciones que compartimos con él todos los presentes: hoy no me pienso morir. De la siguiente no entendí el título… hay algo raro en ti, hay algo raro en mí, comenzaba… la canción con el tempo más sosegado de todas, a la que siguió la más extraña de las nuevas, La ley de Newton, muy irónica sobre los que se ponen fuertes en los gimnasios.
Con José Luis Suero, el Suerito, ya allí, despegaron las canciones que todos esperaban, las que mostraban sus raíces, dirigidas hacia donde Dogo elegía, entre los toques de alegre histeria que se iban desatando. El hombre burbuja, otra de las canciones que hizo con Juanjo, fue la primera, con los ánimos de la gente muy alejados de lo que Dogo cantaba… soy la oscuridad del nicho donde yace el cuerpo incorrupto de alguien que nunca existió… y la guitarra del Suerito llevando luz a nuestras miradas. Nadie se sentía tan vacío como el personaje de la canción. Nueva fue también Tarde a casa, un rock and roll descarado con el que hubiesen querido los Burning meterse en algún charco; con una guitarra, otra vez del Suerito, rápida y empapada de Chuck Berry. Con esta alternancia entre el ayer y el hoy no se sabía en qué dirección se desviaría la siguiente canción, que se fue hacia La cueva, una canción que Dogo escribió en el Fun Club para el Fun Club; aunque parece mentira que él, que fue uno de los socios iniciales de la sala y tenía de batería al Cucharín, que fue quien pronunciaba la frase que la bautizó, y que mejor que nadie debe saber que el nombre se pronunciaba con U, cantase todos buscan en el faaaan, algo de buen materiaaaaal…
Se fue Suero y llegó Lorenzo Cortés, el Loren, para cruzar a Link Wray con José Hierro en un Rumble en el que la guitarra del Loren le puso el canalleo de las 3000 Viviendas al desgarro de las palabras del poeta, premio Cervantes, que el Dogo nos escupía… después de tanto todo para nada. ¡Nada! ¡nada! ¡nada…! Y el Loren siguió glorificando los sonidos de la guitarra con los sones dedicados a su barrio, El Polígano Sur. ¿Habrá alguna canción en el mundo que tenga una metáfora tan preciosa como el color aceituna se está volviendo amarillo, para describir las caras de los gitanitos a los que la jeringuilla infectaba? Y mientras se bajaban del escenario nos quedamos quemándonos con el Rock and roll caliente que había en la boca de Mari la ramera y en los brazos de Juanito, el que marcaba paquete esperando clientela en la esquina. Las letras de Dogo nos sumergieron, como siempre, en el mundo tan tumultuoso que puede traer tortura, vicio y amor. Sus interpretaciones hicieron que esos sentimientos fueran divertidos, desesperados y arrogantes a la vez.
Chencho Fernández ocupa un lugar especial en la escena musical de nuestra ciudad. Es una estrella underground que se ha ganado la aceptación de mucha gente sin comprometer su imagen, entre sórdida y elegante. Todos sus conciertos han tenido altibajos en los últimos años y, en ese contexto, el de esta noche debe considerarse todo un éxito. Su forma de cantar tuvo los desajustes de siempre, pero su fraseo siguió siendo apasionante y la banda que le acompañó, bajada directamente de la gloria, logró el equilibrio perfecto entre la técnica pulida y la obscenidad abyecta que necesitan algunas canciones de las suyas. Comenzó con Dadá estuvo aquí, la que daba título al disco con el que se puso en marcha el sello discográfico del Fun Club, el que Chencho grabó con esta misma banda de All La Glory sin overdubs ni arreglos adicionales, mostrando las canciones tal como salieron al tocarlas en directo en el estudio. La banda con la que Chencho tan bien casa, contradiciendo a la pareja sobre la que iba la canción que encadenaron ahora, sin pararse siquiera a respirar, Este matrimonio no casa.
La música de All La Glory inyectó intensidad a todos y cada uno de los versos de Chencho. Electricidad y poesía retroalimentándose constantemente en gloriosa interacción. Y Chencho, maestro bajo los focos y fuera de su luz, sabía retirarse discretamente en momentos oportunos para que después del gran regusto de sus versos nos arrasara el poder de las guitarras de Juano e Isra, haciéndonos volar el primero con su solo en Una buena noche y mordiéndonos las entrañas el segundo con el suyo -infinito y aún así con deseos de más y más- en El rayo a punto de caer. Siempre me repito diciendo que mientras Chencho esté cantando La noche americana en Sevilla el pasado nunca será pasado… todos se han ido ya, pero tú te has quedado… y tras ella llegó la sorpresa para mí. Es una de las que más me gustan de todas las de Chencho, pero nunca antes -que recuerde- se la había escuchado cantar en directo hasta hoy, Calle Imagen. Sí lo había hecho, sin embargo, con otra que no está en sus discos, sino en el de All La Glory, Tiempo récord, en la que él afinó la idea de Juano de hacer una canción con los recuerdos de la tienda de discos que fundó su padre y ahora regenta él mismo. Chencho, sin matices sombríos, sigue siendo fascinante; sus canciones están filtradas a través de una sensibilidad especial y aunque las oscuras contienen una bellísima tristeza, las luminosas también son delicadas e intensas.
Chencho tuvo también un recuerdo para Abdón, aprovechando la cercanía de las elecciones municipales con las que tuvo aquellos risueños escarceos… vota a Abdón; total, ¿qué más te da..? Y lo hizo antes de arrancarse con la canción sobre el Fun Club, que aquel vigilaba de manera tan laxa, para beneficio de todos y exasperaciones ocasionales de Pepe Benavides. Radio Fun Club tampoco es de las que se prodigan en sus conciertos y es otra maravilla, además de ser la que más corea la gente, con mucha diferencia, como también ocurrió aquí. Y ya al final, con La estación del Prado hicieron un milagro. La iniciaron como siempre, con los versos afines a nuestros sentimientos por Chencho y la banda… cuando te vuelva a ver, volverán las sonrisas y el vino… para los que Pilar Angulo se asoció a él como voz solista; y la terminaron en una apoteosis de guitarras; si antes, en Tiempo récord, Isra y Juano ya se habían apoyado alternando el protagonismo de sus guitarras, aquí lo llevaron a un nivel colosal. Se sucedieron sus solos, Isra primero, luego Juano; Isra de nuevo los acordes finales; las dos guitarras a la vez sonaban de manera vertiginosa y exuberante. Lou Reed, que sabía bien lo que era rodearse de dos guitarristas geniales al mismo tiempo, sabía también que el rock es tan transportador y lírico como cualquier otra forma de arte, que podría hablar directamente al corazón con un poder incandescente. Anteanoche todos los que estábamos en el CAAC sentimos ese poder hablándonos desde las cuerdas de dos guitarras manejadas de forma admirable.
Y se acabó. Chencho invitó a Pepe a subir al escenario para decir unas palabras de despedida y este, parco en ellas, lo único que atinó a decir fue: solamente, muchísimas gracias. Las que nosotros le damos a él. Por todo.
