Pinocho Detective + Verano Cruel. Sala Malandar. 29 abril de 2022.
Una oferta de pescaíto frito para desprecintar la Feria de Abril y un menú musical alternativo tan jugoso como el que proponían otras salas de la ciudad resultaban tentadores, pero el destino o lo que quiera que sea me llevó en la noche del viernes a Malandar, donde esperaba una más que probable sesión de pop apocado, melancólico y aflictivo, de historias dolorosas, de relaciones imposibles o frustradas, de identidades en crisis… ¿qué más se puede pedir? Llámenme masoquista, pero la elección resultó todo un acierto, y fue así porque la intuición o lo que quiera que me llevó allí no falló y el concierto que ofrecieron Pinocho Detective y Verano Cruel devino en una suerte de delicioso goce. No es un secreto, y si lo es habrá que proclamarlo a los cuatro vientos, que la banda que encabeza Fran Pedrosa –y desde ya vale esta apreciación para la de Enrique de Justo– no tiene parangón en nuestra escena a la hora de exhibir y ejecutar un pop en castellano de altos vuelos, preñado de una poesía exquisita y resuelto con una brillantez sublime por un cuarteto –quinteto anoche, luego entraremos en este particular– tan solvente y eficiente como la maquinaria mejor engrasada.
Pero pasemos a los hechos y en orden cronológico. Abrió la velada con un poco de retraso –el público tardó en entrar y lo hizo en número escaso, apenas medio centenar de personas, peor para los que no vinieron– el quinteto Verano Cruel que, aunque formado en 2020, se subía ayer por vez primera a un escenario –hubo dos amagos anteriores, como admitieron, pero ya sabemos lo peligrosamente que hemos vivido estos dos últimos años–, si bien sus miembros proceden de grupos conocidos (Lavadora, Blusa, All La Glory, Nacho Camino…) y no eran por tanto unos novatos. Ni lo pareció, claro. Si algo se les puede achacar quizás sea un exceso de sobriedad en la puesta en escena, aunque esto lo mismo no es un defecto…

Empezaron su set –en el que presentaban su inminente disco de debut, Huesos– con El día en que el mundo aguantó de pie, y ya con ese título la cosa no puede sino ir bien. Las primeras notas salidas del saxo de Mercedes Bernal pusieron ya ese toque de distinción que caracteriza a la propuesta de la banda, que prosiguió con Tenis, en la que Enrique, el cantante, no para de reconocer Me muero por ti, apuntalada su sincera confesión por el solo de guitarra de Pepe Maestro y los teclados de la citada única fémina del grupo; y la canción que da nombre al combo, «un funky triste» la definieron, donde Enrique canta tú en top-less inalcanzable, los ojos que se me fueron detrás. «Habéis pasado la parte apesadumbrada del concierto», decía con sorna De Justo. ¿Acaso venían temas optimistas? Para nada.

Venía, eso sí, Olivia, uno de los dos temas ya conocidos –te lo presentamos hace unos días en nuestras Disonancias– con su estribillo (algo) más pegadizo y ese pareado impagable: Olivia tiene lascivia… Seguida de Cucurrú, de la que también brindaron etiqueta gratis: «Una rumba mariachi». Otro comienzo sin desperdicio: Los amantes como yo se mueren sin pelear… en un tema en el que brilló el bajo de Pedro Ortega, haciendo coros también en el estribillo, y la inesperable referencia a Sonic Youth. Llegaron al ecuador con un tema que estará en el álbum aunque aún no tiene nombre y que figuraba en la setlist como Proclaimers (se ve que a Jordi Gil le pareció que sonaba a ese grupo).

La segunda mitad de la actuación arrancó con Cuento de invierno, que narra la odisea de cuando se te inunda la tienda de campaña en plena sierra. Un tema que nos permitió ver al vocalista moverse un poquito de su puesto-base y es que en él alcanzaron uno de los picos de intensidad, con las guitarras desbocadas al final. «Ya lo que queda es todo diversión… a la manera finlandesa», anunciaron con sorna. Y se entregaron a All inclusive –para los amigos Electricista o Eléctrico–, el otro corte ya conocido al figurar como cara B de Olivia, en el que volvió a destacar el saxo de Mercedes poniendo contrapunto a una letra hilarante donde conviven Glenn Medeiros, versos que asemejan figuras retóricas y una estrofa en la que se dice literalmente Esta canción me recuerda a un amigo de mi madre tomando farlopa en el salón de mi casa…

Una línea de bajo interesante abría el siguiente tema, Los Santos, donde Enrique amenazaba con hacer en ti exactamente lo que tú haces en mí; de nuevo aportaba puntos el saxo, instrumento que se duplicaría para el tramo final al invitar la banda a subirse a Luis Navarro, «una leyenda de la escena sevillana», que se colocó junto a Mercedes. Encararon J’Espere, un tema inédito –esto es, no estará en el disco, inéditos anoche eran (casi) todos– cantado por Enrique en francés; luego Vírgenes, que recuperaron del repertorio de Lavadora, con un epílogo extático gracias a la andanada de vientos y al derroche del veterano baterista Miguel Ángel Campos, más conocido como Goyo, que se nos había pasado nombrarle. Y, para cerrar, otro notable tema propio del disco, Casa de campo, con más saxos. Y ahí acabó la noche cruel, o no, ya sea porque así estaba previsto, ya porque el cantante declaraba no ser partidario de los bises.

Tras un breve receso aparecieron Pinocho Detective, que también brindaron una docena de canciones en apenas una hora. La principal novedad –no diremos atractivo, aunque también– era la presencia de la joven Paloma Gómez Angulo –hermana de Pilar de All La Glory, que se hallaba entre el público, por cierto– en el extremo izquierdo del escenario, sentada ante un teclado Roland y que se erigió en todo un hallazgo por su versatilidad: no sólo tocó las teclas; también la pandereta, la flauta travesera, hasta las palmas… e hizo coros, aportando con todo ello un plus más a una formación tan cualificada como la que integran, amén de Fran al bajo y la voz, los curtidos y virtuosos guitarristas Dani Barja e Israel Diezma y el no menos excelso baterista Antonio Ortiz.
Empezaron su recital con los temas que abren y cierran su último trabajo, el epé Canadá, que venían a presentar y del que tocaron cuatro de las cinco canciones –una pena que se dejaron la Marcha fúnebre–; Estoy empezando a pensar, con el sutil toque de los platillos de Antonio, de lado en vez de frente al público, y las primeras teclas de Paloma; y Sólo un rumor marcaron este tranquillo inicio al que dieron continuidad con El día que deje de bailar, el primero de los tres temas que rescataron de su único LP, La vida privada de Pinocho Detective, que agradeció los coros de Paloma y permitió lucirse a Daniel.

Siguió Fiestas populares, uno de los tres temas inéditos que presentaron, que arrancó con Fran cantando Vaya flecha en el corazón se me acaba de clavar y continuó con las citadas pandereta y palmas; en L.A. y San Francisco –el segundo del álbum– el ardor guitarrero se desató en un final que fue el punto álgido de la actuación hasta ese momento; luego vinieron otras dos nuevas, Los candados –con ingeniosa letra: Yo de un puente no me tiro / ni aunque viva en San Francisco… soy un sucedáneo de suicida… me dejaste aquí amarrado al puente de los candados– y Un principio original –de nuevo con la batería y guitarras marcando un ritmo contagioso–.

De regreso al último trabajo, Fran pidió «subir el aire acondicionado que nos vamos a Canadá» antes de interpretar la canción que lleva por nombre el país norteamericano, en esta ocasión distinta de la versión del disco por los prominentes teclados; y enfilaron la saltarina Ver la vida pasar, más si cabe gracias a la flauta de Paloma y llevada a un nivel superior con las guitarras echando humo. El público ya estaba entregado a la banda y al baile sin cortapisas, había que sacudirse el frío canadiense.

Como a Pinocho sí le molan los bises, la banda se retiró por un instante y retornó solo Fran con una guitarra para cantar un tema «que siempre hago en la prueba de sonido pero que esta vez voy a cantar en el concierto», dijo en alusión al célebre Moon River de Henry Mancini para Desayuno con diamantes. Tras este íntimo y emotivo paréntesis, regresó el resto para echar el resto; esto es, para rematar la faena con las dos últimas piezas: Los 400 golpes, del epé Historias de un pez, más flauta y bellos coros de Paloma y más guitarras al límite; y Sólo sé que no sé nadar, quizás el tema más emblemático del grupo, sublimado con los coros de Israel y Paloma para un cierre colosal. «Un cursillo de natación y nos vamos», así la había introducido Fran.

Y todo eso es lo que pasó, o lo que yo vi y sentí al menos, en el día en el que el mundo aguantó de pie y no dejé (que sí, que es deje) de bailar; en el día en el que el pop obró el milagro y dos bandas orfebres de las melodías imposibles inundaron el alma… pues ya se sabe que dios dejó hace tiempo de tener mano de santo.
Foto de cabecera: MERCEDES MONCADA