En tiempos de dificultad, dicen, son necesarias decisiones valientes. Aunque para ello es preciso estar dotado de bastante (mucha) personalidad. Y de eso va sobrado Pinocho Detective, el cuarteto encabezado por Fran Pedrosa, que lleva como quien no quiere la cosa ya tres lustros demostrando una capacidad insólita –al menos dentro de la escena musical sevillana– para alcanzar las más elevadas cotas de beldad y verdad. Y lo vuelven a hacer en Canadá, su quinto trabajo discográfico, con el que asumen nuevos caminos, y desafíos, sin temor a fallar; un epé tan sobrio como rico en matices, tan sencillo como complejo, dominado por un tono melancólico, casi afligido, que al mismo tiempo tiene el poder de contagiar su pesimismo alegre.
Por todo eso y más no es sólo un honor sino también un regalo que el cuarteto integrado por Pedrosa (bajo, guitarras acústicas y voz), Daniel Barja e Israel Diezma (guitarras eléctricas) y Antonio Ortiz (batería y percusión) haya dejado en nuestras manos, que no son precisamente de santo, la presentación de tan precioso disco, de tan bellas canciones. Sevilla Disonante tiene el inmenso placer de estrenar en exclusiva lo nuevo de, probablemente, la banda de pop más delicada y deliciosa de la ciudad.
Cinco canciones integran este cuarto epé de Pinocho Detective, que da continuidad al excelso repertorio contenido en sus antecesores: El arte de ser los otros (2008), Esto no es música para un sábado (2010), Memorias de un pez (2013) y La vida privada de Pinocho Detective (2016), este último en formato de larga duración. Como en los lanzamientos más recientes, la banda renueva su confianza en Jordi Gil, en cuyo estudio Sputnik Recording se ha grabado, mezclado, masterizado y producido este lote de temas editado –también repiten– por el sello madrileño Delia Records.
El trabajo artístico del disco es obra de Ezequiel Barranco, quien ha diseñado las portadas de los dos sencillos avanzados hasta la fecha, Ver la vida pasar y Canadá, así como del epé en su conjunto. Él mismo contaba hace unos días en sus redes sociales que se había basado en «imágenes de cajas de cerillas de los 50, que hay marcas de casi de todas las cosas del mundo con ilustraciones muy bonitas. Me gustaban porque a veces aparecen como pistas que llevan a un club en thrillers y porque son de madera. También tienen algo como objeto, de la contraposición que hay en el nombre del grupo. Y así fuimos poco a poco llegando a estas imágenes que ilustran las letras de las canciones». El maestro Pedrosa nos confiesa que «el diseño de Ezequiel fue lo primero que nos llevó a elegir el título del epé. Encaja a la perfección con el universo de Pinocho Detective». ¿Y cómo encaja en ese universo el país norteamericano?: «Barajamos varios títulos y nos pareció bien tomar el de la canción Canadá, topónimo que simboliza extensas distancias y frío sin ser un lugar inhóspito, que resume bien el tono del disco, que oscila entre el desasosiego y la valentía de asumir riesgos«.
Como un riesgo puede parecer empezar un disco con un corte tan inusual como Estoy empezando a pensar, aunque todo tiene su razón de ser: «El mismo título me sugirió que sería una buena manera de abrir el disco, recurriendo al principio cartesiano», argumenta Pedrosa antes de abundar en su sencillez: «Es una producción minimalista con sólo guitarra, voz y Jordi Gil manejando efectos atmosféricos, que empieza con el famoso registro de voz de Neil Armstrong cuando pisó la Luna y yo canto como si se tratara de una retransmisión vía satélite». En efecto, más que cantar, diríase que recita una historia especial y espacial: «Colgado en el espacio con un sentimiento de desconexión, de no tener peso, como si la fuerza de la gravedad se hubiera casi desvanecido en la atracción entre dos cuerpos«.
El segundo corte es el ya conocido Ver la vida pasar, cuyo ritmo travieso lo convierte en el single más claro del paquete, no es extraño que lo eligieran como primer adelanto. Este tema en la onda de los ineludibles The Smiths es «la película del desastre, y ante ese panorama sólo nos queda salir en busca del alma perdida, si es que algunas vez la tuvimos«, según la definió de manera poética su autor. Y una pieza en la que descuellan los arreglos de violines a cargo de Rosa Rodríguez. También con aportaciones de lujo llegaba el segundo avance del disco, Canadá, esta vez con una memorable línea de bajo por cuenta de Sleepy James, los teclados de Nacho Camino e incluso samples de Jordi Gil, para conformar una joya de aires franceses con Serge Gainsbourg revoloteando en esta declaración de amor… al frío invierno.
Los dos temas que cierran el EP nos devuelven a una banda abonada al tono más apocado, casi mortecino. Aunque la muerte tiene muchas caras, y muchas formas de enfrentarla. Primero llega Marcha fúnebre: «La coda final sugiere la Marcha fúnebre de Chopin, que fue la que me inspiró el título. La letra también está situada en un ambiente de Semana Santa, con referencias a la amargura, la bulla y a esa imaginería de la muerte, la pasión y las procesiones. Todo lo anterior funciona como la metáfora de una ruptura sentimental que ya no se puede ocultar y que trasciende la esfera íntima (la procesión va por fuera, canta). Como en cualquier relación intensa la armonía de la canción es inevitablemente compleja», remarca Fran sobre un tema de una exquisitez tal que evoca a los prístinos The Auteurs.
Queda la última pieza, Sólo un rumor, una canción que «se expresa desde una perspectiva más amplia, del devenir social y humano. El tono es mayor y de pesimismo alegre«, nos explica el cantante antes de conjeturar: «Quizá sea la de corte más clásico en el canon de Pinocho Detective de las que componen el disco. A pesar de todo, la vida de hoy en día es fácil comparada con tocar una guitarra de doce cuerdas». Ese pesimismo alegre –con la edad descubrirás que a la tercera va la perdida, canta Pedrosa– explota en un estribillo que bien vale por todo un disco: Un mundo feliz es sólo un rumor / en mil años no sería mejor. Es lo que hay. Aunque el futuro está por escribir, ¿o no?
Foto de cabecera: José Luis Amoscótegui