Pájaro y Julián Maeso. CAAC. 11 de julio de 2019.
El de anoche en el ciclo Pop CAAC fue el concierto de Pájaro más intenso de todos los que le hemos visto. No fue un éxtasis visual como el del escenario grande del Monkey Week en el que ya comenzamos a ver que era una banda mainstream, ni tuvo esa respuesta más festiva del público que hace a veces caer en la autocomplacencia a los músicos… no; anoche no hubo concesiones a la galería, anoche Andrés y Raúl; y Paco y Ricky; y Ángel y Antonio se dedicaron a escarbar en la riqueza musical de los discos de Pájaro subrayando la belleza de canciones que aquí en Sevilla son para un público más minoritario. No faltaron Las criaturas, que es una de las canciones en las que Julián Maeso participó de su grabación y no era esta la ocasión de dejarla fuera, ni los Tres pasos hacia el cielo que Pájaro ya ha hecho suya más que de Cochram y Silvio con esos acordes de guitarra que la rematan poniéndonos a todos a bailar y tararear. Pero en vez de El Pudridero tuvimos Luces Rojas, en vez de Ione tuvimos El tabernario… y en vez del estallido del público exaltado habitual de los conciertos de Pájaro anoche tuvimos el aplauso asentado de un público consciente de que estaba asistiendo a un concierto irrepetible.
Casi dos horas para degustar amplia y reposadamente toda su discografía: siete piezas del Santa Leone y seis del He matado al ángel y Gran Poder respectivamente. Entre las interpretaciones de estas, unas notas del hammond de Julián Maeso cuando se subió al escenario que podía haberlas firmado Booker T. Jones en su mejor época de Stax, seguida de un Jamacuco que pareció interpretado por Derek & The Dominoes con Leon Russell al frente de ellos. Fue esta la única ocasión en la que escuchamos cantar a Maeso, pero el genuino sonido de su órgano se hizo uno con el de las guitarras de Andrés, Raúl y Paco en Guarda che luna, Los callados y Las criaturas y el gran solo que comenzó en Dogo’s walk se fue diluyendo poco a poco en el son de la trompeta de Ángel hasta dejar que esta sola llevase a la canción hasta límites que nunca más va a alcanzar.
Apocalipsis y la versión más reflexiva y madura de A galopar que le he escuchado hasta ahora fueron los bises, que unidos a Costa Ballena, Luces rojas y El tabernario, el trío de ases que marcó el final del set, fueron los cinco clavos que cerraron un ataúd que el Dr. Música Ismael comenzó a abrir de nuevo con el Betis que comenzó a sonar desde su consola hasta ser acallado por la nueva salida de la banda, esta vez acompañados de nuevo por Julián Maeso para convertir al Apache de los Shadows en un monstruo de dos cabezas, la de la boca que escupía el fuego de las guitarras de Andrés y Raúl y la de los ojos que lanzaban los rayos hipnóticos del teclado de Julián. Y todos los que estábamos allí ardimos en llamas, demasiado fascinados por la bestia como para escapar.
