El Lado Oscuro de la Broca + Martes Niebla. Sala Hollander. 6 de marzo de 2020.
Lo más cerca que yo había estado hasta ahora de relacionar a Zamora con el rock era a través del nombre de los León Benavente. Alguna vez he pasado por la carretera que une las dos ciudades que forman ese nombre y gran parte del recorrido transcurre por páramos de pueblos y villas extrañas a los que estamos acostumbrados a las carreteras andaluzas. Esos lugares son los que componen la España vaciada a la que el grupo El Lado Oscuro de la Broca, zamorano, le grita a través de trallazos noisies, de los que anoche nos dejaron una buena muestra en la Sala Holländer, en un concierto propiciado por el colectivo de Girando Por Salas. Tras los acordes de la guitarra de Rubén Casas se generalizó el ruido en la pieza con la que comenzaron, curiosamente, y quizás a caso hecho, la que menos refleja el espíritu del mensaje que la banda despliega: Tropical. El disco que están moviendo en la actual gira por España es el doble EP Salvaje Oeste y de él extrajeron La golondrina, que llegó con una avalancha de sonidos del sintetizador de Roger Soto que se mantuvo incluso durante la canción siguiente, otra vuelta atrás en el tiempo, que fue Los líderes africanos.
Retomaron el camino etnográfico con Cactus, seguido de Con estrella, con el sinte de Roger omnipresente a pesar de que en esta banda de seis miembros tres de ellos llevaban una guitarra colgada del cuello, algo que se mostró innecesario porque en realidad ninguna de ellas destaca en fraseos o riffs protagonistas, sino que crean capas envenenadas que muchas veces se convierten en una tumba para las voces, algo que no impide, de todos modos, apreciar que la principal, la de Juan Alfonso, anda escasa de afinación. La batería de César Serrano fue la que luego atronó en una nueva transición hacia el tiempo de Beta, aquel primer disco de la banda cuyas canciones van alternando con las de Salvaje Oeste. Esta canción, De luces, le dio una vuelta de tuerca a la alegría de los cada vez menos espectadores que inexplicablemente iban quedando en la sala y subió el nivel de ruido, de nuevo con Roger y sus teclas en primer plano. Era el mejor momento para un ataque que terminase con todo, que arrasase cabezas y corazones, y nos embistieron con Frenética, una pieza compacta y enérgica que destaca la fortaleza actual de La Broca a pesar de ser una canción que ya tiene sus cuatro añitos cumplidos. Fue uno de los mejores momentos del concierto, con Rober demostrando cómo se maneja un bajo mientras hace una segunda voz que entierra a la principal.
Tras la tormenta, el respiro y el momento de volver a promover su trabajo actual; lo que hicieron presentándonos una canción muy antigua, aquella en la que un miliciano de la Guerra Civil decía que si querían encontrarlo ya sabían que su paradero estaba en el Frente de Gandesa, donde seguramente las metralletas meterían menos ruido que el sintetizador de Roger anoche. La instrumentación nos volvió a aplastar a los dos minutos y pico de la canción, manteniéndonos en trance con la acumulación de olas de guitarras, que llegaban a un nivel superior guiadas a través de las líneas de bajo. Tras la nueva intervención de Juan cantando, la pieza ascendió de nuevo en una mezcla impactante de cada instrumento en el escenario, que con el inteligente uso de los pedales hacía que fuese difícil distinguir entre los sonidos, algo que se convirtió en la marca de fábrica del grupo en el concierto, haciendo que verlos en vivo resulte impresionante.
Nossa Senhora da Luz nos rescató del abismo con un profundo momento de euforia pacífica, hasta que todo volvió a estallar en un ruido que hizo temblar los oídos con las guitarras y un alboroto de platillos que nos devolvió de nuevo al infierno. Habían comenzado la recta final con Arrabal, la canción nueva que presentaron hace unos días, agradable, grande, jugosa, épica. Desde los primeros toques de guitarra, subrayados por la batería, de Cartas al apóstol, ya no hubo lugar para ningún pensamiento más hasta el final, que llegó con Baila chica y Las naves de Tolosa; nuestros sentidos ya solo estuvieron guiados por los pulsos del corazón, sincronizados con la música. A esas alturas del concierto prácticamente había ya más gente encima del escenario que delante de él en la sala; la banda seguramente había agotado ya al público, de todos modos escaso, que había al principio, con su explosión de energía, y la reacción de fisión nuclear con la que terminaron solo nos convirtió en mutantes a unos pocos, que en realidad ya éramos acólitos y al igual que las bandas del estilo de La Broca con la que estábamos anoche, hace mucho tiempo que somos propensos a perdernos en nuestras propias reverberaciones.
Si antes he dicho que las capas de ruido fueron a veces una tumba para las voces, en el caso de la banda que abrió la noche, los sevillanos Martes Niebla, la sepultura de estas fue total. No solo nos fue imposible apreciar las texturas de los juegos de voces, a veces solo con una y otras muchas con dos e incluso tres, sino que nos costaba distinguir si cantaban en español, en inglés o en finlandés. Desde La verdad blanda con que iniciaron su concierto ya quedó patente este hándicap y en Cicatriz, envuelta en reverbs, al menos podíamos sumergirnos en la atmósfera que creaban las guitarras de Cristian y Paco. El dream pop que estaban construyendo necesitaba un empuje y este llegó con Marble, una canción con un poder real y un respaldo de muy buen gusto de los teclados de Inés y Davis y el bajo de Erica, aunque las voces seguían perdidas en la niebla. Luego Fósiles trajo un regusto evocador a aquellas Lush que nos cautivaron hace años, que saltó por los aires cuando en Pic-nic Erica pasó a la batería y Davis al bajo y se convirtieron en My Bloody Valentine.
Con los instrumentos repartidos de esa forma ya hasta el final la exuberancia dio paso al intimismo de Primo Toby, con un ascenso en espiral que confluyó en Cervatillos, de un final largo y denso con impecables líneas de bajo y un manto de guitarras brillante e hipnótico. El Helsinki posterior deslució un poco el final del concierto, que hubiese tenido un broche perfecto si estas dos últimas canciones hubiesen sido interpretadas en orden inverso.
