Él Mató a un Policía Motorizado + Gu Vo. Sala X. 24 de febrero de 2020
No entendía yo demasiado bien que la Sala X hubiese colgado el cartel de no hay entradas, sobre todo siendo la noche de un lunes, para ver a un referente del indie argentino como es El Mató a un Policía Motorizado, pero así fue, y aunque posiblemente sea debido al efecto Amaia, bienvenidos sean estos sold outs en la ciudad. Y la sala se llenó además de un público muy entregado, que ya a partir de la tercera canción, La noche eterna, se empeñó en hacer, como cantaba Santiago Motorizado, que la noche fuese especial; con ella comenzaron los coros masivos. El concierto había comenzado con La síntesis O’Konor. Ruido de guitarras para empezar, fuertes acordes repetidos y ruido mantenido de bajo y batería como el de una locomotora en marcha, que unido a la siguiente canción, La cobra, se convirtió en la máquina que tiraba de un largo tren al que, como te decía hace un momento, se subió de golpe toda la gente con La noche eterna.
Con Las luces volvió el trueno de las guitarras, sofocado en algunos pasajes en los que bajaba la intensidad de la canción e incluso podíamos escuchar los teclados de Agustín Chatrán, que terminó por imponerse a las guitarras de Manuel Pantro Puto y Gustavo Niño Elefante, en Postales negras, un instrumental que relajó el ambiente, y sobre todo en Buscando el más allá, una balada conducida por el sintetizador. Con El perro yo comenzaba ya a pensar que al policía motorizado lo habían matado de aburrimiento, hasta que remontaron con el mejor solo de guitarra de la noche, a cargo de Manuel. Ya no hubo vuelta atrás; la gente reconoció los primeros compases de El tesoro y se sacudieron la depresión a base de coros épicos que taparon incluso la voz de Santiago, demasiado pasada de reverb. Y en Destrucción el público se creció todavía más, y la banda con ellos, haciendo que el final de la canción fuese una genialidad absoluta que marcó el inicio de la parte que más disfruté. En cuanto Gustavo comenzó a rasgar las cuerdas de su guitarra para empezar Nuevos discos se me vino a la cabeza la Velvet Underground de las atmósferas más opresivas; a mitad de la canción, esta comienza acelerarse, como la mítica Heroin, y termina como ella, fastuosa. No me había terminado de recuperar cuando comenzó a martillearme el estómago el bombo de la batería de Willy; era la introducción de Terrorismo en la copa del mundo, una segunda ración de terciopelo subterráneo. Cuando entraron las guitarras y el bajo de Santiago el ambiente subió otro peldaño, el sudor se apoderó de nosotros… la sala X se había transformado por momentos en la Factory neoyorquina.
Excalibur continuó con la misma atmósfera, pero de forma mucho más relajada, hasta que unos drones de sinte y guitarra consiguieron sacar la espada de la roca y la blandieron sobre nuestras cabezas en El mundo extraño. Los instrumentos escupieron fuego y ese mismo, El fuego que hemos construido, consumió el set del Policía Motorizado con Santiago luciéndose con el bajo más que con la voz.
Pero quedaron rescoldos y la banda salió de nuevo al escenario a reavivar la llama con Magnetismo; y con Yoni B las llamas estaban de nuevo acabando con todo. Fue ese momento en el que en las primeras filas comenzó el pogo infernal y a volar por los aires la cerveza que salía de los botellines sacudidos por los brazos levantados. Más o menos bien, machacada en directo con mucha más saña de lo que el grupo lo hace en el disco, fue una apoteosis, mantenida con Ahora imagino cosas y Chica de oro con todos desgañitados acompañando a Santiago en sus llamadas a Jenny. Estábamos viviendo la música a flor de piel cuando ya solo quedaron las últimas descargas eléctricas de Prenderte fuego, con el acelerón final que acabó con todo, y con todos.
Para el aftershow de Gu Vo la sala se había vaciado casi en su integridad, por lo que la mayoría del público se perdió un concierto de sonidos radicales, una destilación del krautrock en su forma más pura y concentrada. Alejandro Ruiz en los teclados y sintetizadores, Eduardo Escobar en la batería y Raúl Burrueco en el bajo, añadieron intensidad a las dos piezas que ya les conocíamos, Bullit y Little lizard, y estrenaron cuatro más: Tuumbaq, 8bit, The landing, que fue con la que comenzaron, y Furaçao, que marcó un final que estremeció a un viejo amante de los sonidos del Ummagumma, como soy yo. Ciclos que fluyen y se intersectan orgánicamente como corrientes cruzadas en el agua y florecen intermitentemente retroalimentándose de forma cálida y resonante. Texturas vitales y tonos ambientales de gran altura los construidos por Alejandro; el latido, preciso y constante, del bajo de Raúl, y Eduardo, el maestro relojero que crea el tiempo perfectamente medido con sus percusiones. Gu Vo fueron impecables y convincentes, trascendiendo más allá de las grabaciones originales en las dos que conocíamos ya, como os he dicho, y convirtiendo la escucha de las otras en una experiencia corta y dulce. Esta música que recrea Gu Vo se creó como el sonido del futuro hace muchas décadas, pero no ha perdido nada de su atractivo atemporal; en todo caso lo que hace es crecer cuando la pone al día gente con ideas innovadoras como este atractivo trío sevillano, que merecía que su concierto lo hubiese disfrutado mucha más gente… quizás a ellos también les haga falta un efecto Amaia… pero, ¿qué estoy diciendo…? Esto solo es una disquisición propia de la voladura de cabeza de esta música electrizante en una noche que se hizo eterna no solo por lo que duró.
