La pandemia no solo está haciendo aflorar música nueva desde los confinamientos de los artistas, sino que desgraciadamente y como todos ya sabemos ha impedido la difusión de muchísima más música a través de proyectos que se han quedado en el limbo. Y ese ha sido el caso de los conciertos de presentación de Sonada, el disco con el que ha debutado en solitario Rocío Guzman.
Sonada es una colección de ocho piezas eminentemente vocales, en las que Rocío ha creado melodías a través de sus improvisaciones con la voz para realzarlas sobre una base de música electrónica en la que sobresalen los drones y la percusión de mecánica digital, salidos todos ellos del buen hacer de Manu Prieto, junto a algunos sencillos arreglos para piano y acordeón, que la propia cantante salpica en ocasiones con exquisito gusto. A través de todo el disco Rocío rinde homenaje a las antiguas voces andaluzas en sus cantos tradicionales jugando con la cadencia musical en la misma forma en la que los pintores abstractos lo hacían con la realidad en sus obras. Ella es jiennense, afincada en Sevilla, y conoce las raíces de nuestra música autóctona y utiliza ese conocimiento para volcarlo en rumbas y flamenco más hondo, polifonías, tarareos, cantos de lamento, coplas amorosas, susurros…
El disco se grabó en su totalidad en el Hollander Studio, bajo la dirección artística de Thibault Pradet, y posteriormente la mezcla final y la masterización corrieron a cargo del onubense Julián Calvo Arquín. En directo solamente ha podido ser apreciado hasta ahora en el Teatro Alameda, en un concierto ofrecido en octubre, ya que todos los demás que Rocío tenía previstos desde febrero hasta ahora se tuvieron que suspender y seguramente se irán también al traste los dos de junio que de momento siguen en pie en Málaga y Madrid.
En el momento en que se pueda hacer habrá que ir a ver cómo se traslada al directo el sonido de un disco como este, que comienza en Que no tan desde la nada que uno no puede resistirse a comprobar si el equipo de sonido tiene el volumen quitado. Pronto empiezas a apreciar el suave pulso electrónico y cuando aparece la voz de Rocío enseguida aprecias las raíces andaluzas, a las que se les ha concedido total libertad y eventualmente explotan en una bola de abrasador fuego creativo, como ocurre cuando la voz se impone al dronescape en la Rumbita del tarareo, un intento pleno de éxito de examinar, re-evaluar y finalmente exponer la tradición de ese festivo estilo musical.
Pero los aires ancestrales también son renovados de otras maneras y están expuestos de una forma enferma, yerma; tratamientos sombríos, raquíticos, irónicamente átonos, como los de El verano y también Chandal, buscan sangrarlos hasta que se les sequen el vigor y la fuerza para convertirlos en desesperados impulsos que muestran el interior de las melodías; les proporciona un nuevo contexto musical de oscura belleza. Estas dos canciones parecen encerradas en una especie de cárcel existencial, transfiguradas en un recuento de casi terroríficas tristezas de soledad. La voz de Rocío está por todas partes, recreada de forma iconoclasta hasta el punto de que en Oh he sufrido se muestra solo como tarareos doblados. Solamente desaparece su voz en la Intro de Cal viva, donde lo que prevalece es la instrumentación depresiva, de una escucha de lo más imaginablemente intranquila. Tras la introducción, Cal viva, es otra entrega de la sistemática construcción y destrucción de la cultura musical popular andaluza. Es de escucha esencial.
Y el final, Si, con su extraño y perturbador fondo musical, sobre el que levita la voz de Rocío, sin articular palabra alguna, cuenta una historia triste aunque solamente sea a través de la atmósfera que la rodea; ser más explícita solamente hubiese servido para derribar el argumento cuidadosamente construido. Es suficiente decir que es una idea que solo podría haberse incubado en el gratamente retorcido cerebro de Manu.
La forma en que la música de este disco está concebida no significa que Rocío Guzmán y Manu Prieto hayan vendido su imaginación y su inventiva al dios de la tecnología; en lugar de eso los sueños, los recuerdos y las fantasías se han hecho carne y se han convertido en una banda sonora emocionante, escalofriante y en muchas ocasiones profundamente conmovedora. A ratos triste y siempre enormemente penetrante.