The Legendary Tigerman + La BIG Rabia. Sala X. 13 de mayo de 2019
El rock and roll del siglo 21 estuvo anoche en la Sala X mucho más presente en las interpretaciones de La BIG Rabia que en las de The Legendary Tigerman, las estrellas de la noche, lideradas por Paulo Furtado, precisamente el autor de la canción que tiene ese título, la última de las que escuchamos antes de que todo terminase.
Y con esto no quiero decir que el concierto de la banda de Furtado fuese malo, ni muchísimo menos, sino que el rock and roll del siglo 21 tiene que ser un estilo entre respetuoso y cachondo, en el que el hardcore y la melodía se den la mano amigablemente y se la suelten después para abofetearse, y esto fue lo que consiguieron Iván Molina (cada vez mayor genio de la batería) y Sebastián Orellana, que comenzó su concierto como cantautor urbano de boleros para poner al día su rock callejero de una forma tan espectacular y sorprendente al final del set que nunca me hubiese esperado, a pesar de que La BIG Rabia es la banda que seguramente habré visto más veces en los últimos meses. Y eso que anoche no contaron en sus filas con Martín Benavides, que últimamente arropaba con mucha instrumentación adicional el lirismo de las interpretaciones tan minimalistas del grupo; pero en ningún momento se le echó de menos, solos Sebas e Iván se convirtieron con el paso de los minutos y de las canciones, en una apisonadora sónica… hay cantautores que cuando salen al escenario se imaginan que son Bob Dylan, anoche Sebastián Orellana salió al escenario convencido de que él solito era The Clash. Y nos demostró que no estaba equivocado.
Y esa sorpresa, esa mezcla de sonidos del mismo género pero de especies diferentes, esa forma de elaborar la música propia con elementos de otras ajenas, esa cualidad fundamental e intrínseca del rock’n’roll del siglo 21 que tuvo la BIG Rabia fue la que le faltó a The Legendary Tigerman, que dieron un gran concierto, sí, pero navegando todo el tiempo en modo piloto automático, interpretando su rock con los códigos eternos de una música que necesita más locura y entusiasmo para renacer. Tal como ellos lo hicieron anoche nos brindaron un concierto que disfrutamos mucho, en el que bailamos y nos movimos constantemente, sobre todo en su arreón final, desde que hicieron la versión de These boots are made for walkin’ encadenándola con Dance craze y rematándola con 21st century rock’n’roll, pero un concierto de rock’n’roll del siglo 20. Y lo más triste es que el saxo barítono de Joao Cabrita, que era el que marcaba más diferencias apartándose de los cánones convencionales del rock en la forma en que lo hacía, por ejemplo, Dana Colley en Morphine, se escuchaba demasiado bajo y se consumía entre el magma ardiente de los demás instrumentos.
Paulo Furtado se presentó tras un micrófono doble que no entendí nunca qué función tenía, a la izquierda del escenario; a la derecha bajo, saxo y batería, y detrás de ellos una gran pantalla en la que se proyectaban pequeñas películas en la estética Super 8 (como una imagen prediseñada) que celebraban las aventuras de un Paulo definitivamente más joven. Una pantalla que adquirió un gran protagonismo cuando pasado ya el ecuador del concierto, durante la interpretación de The saddest thing to say, los cuatro músicos se limitaron a acompañar con sus instrumentos a Lisa Kekaula, la cantante de los Bellrays, que ponía la voz desde allí. El otro invitado de la noche no fue virtual, sino muy real y tangible, porque Perico de Dios, puso en Holy Muse y, sobre todo, en Walkin’ downtown, la primera de las canciones que interpretó con la banda, la guitarra pantanosa y pasional que es su marca de fábrica en Guadalupe Plata.
El concierto comenzó con Red sun, The saddest girl on earth y Child of lust, las tres mejores canciones de su irregular último disco, Misfit, con las que ya comenzamos a darnos cuenta de que la voz de Paulo no es particularmente sobresaliente; al menos no tanto como su pinta, con sus famosas gafas y su estilo de vestir der los años 50, con el que perpetúa la imagen del rocker clásico de Nashville y de todos los garajes del mundo (su Portugal de nacimiento incluida) donde se celebra el culto al rock y el blues de los orígenes. Con la siguiente canción retrocedimos justamente desde el final al principio porque nos hizo Naked blues, la canción que daba título a su primer disco allá por el 2002. Y tras la primera aparición de Perico de Dios en el escenario, tuvimos uno de los mejores momentos de la noche: & then came the pain, que no en vano es una de las canciones de Fémina, su mejor disco, del que también nos fue dejando la mencionada The saddest thing to say que cantó con su poderosa voz de soul Lisa Kekaula desde la pantalla y la versión de las botas hechas para caminar. Otro de los puntos álgidos del set fue ese homenaje a La ley de la calle de Coppola que es su Motorcicle boy, al que siguió una de las peores canciones del grupo, la polvorienta Holy muse, salvada aquí únicamente por el gran trabajo guitarrero de Perico.
El final sí fue emocionante, con canciones más divertidas, estiradas para dar sitio a los duelos humeantes entre la guitarra de Paulo y el saxo de Joao, que al estar a veces en primer plano respondiendo a la guitarra escuchábamos mejor, y con la gente más entregada al espectáculo. En esa última parte el gato asomó su nariz mucho más allá del confort de su doble micro y se convirtió en el tigre que todos esperábamos, y su rugido se escuchó fuerte y poderoso.
