The Scaners. Sala X. 2 de abril de 2019
Érase una vez que Mark Mothersbaugh, aburrido de los Devo, se cambió el molde de flan ese que se ponía en la cabeza por unas gafas muy cantosas y de color muy chillón y se fue de gira con los Ramones. No sólo les metió su sintetizador asesino en medio del cotarro, sino que le puso a Johnny un theremin al lado de su monitor y le dijo: “Quillo, tú de vez en cuando pasa el mástil de la guitarra o las manos al lado de esta antenita y verás qué ruiditos tan graciosos hace esto… que sí, que Jimmy Page lo hacía y molaba mucho…”. Y así dispuestos arrasaron todos los garitos por los que pasaban tocando en todos ellos conciertos en los que interpretaban una y otra vez la misma canción, que sólo se diferenciaba de la anterior y de la siguiente en que los sonidos sintéticos eran más o menos graves o agudos, pero nadie lo notaba porque lobotomizaban a la peña con un volumen tan ensordecedor que las camareras les echaban después unas broncas tremendas a los técnicos de sonido porque no podían enterarse de lo que les pedían en la barra.
Como os habréis dado cuenta ya, por lo absurdo y porque empezaba con érase una vez, esta historia no es real y me la acabo de inventar. Pero como la vida imita al arte y la realidad supera a la ficción, resulta que este cuento describe perfectamente cómo fue el concierto que los franceses The Scaners dieron anoche en la Sala X, incluyendo el detalle de la chica de la barra; porque es que la sala no soportaba tanto ruido desde que se bajaron de su escenario los belgas majaras aquellos de Shht que vinieron a tocar cuando el Monkey Week.

Lo que nos propusieron anoche The Scaners fue un híbrido retrofuturista, un cruce entre punk del 77 y synth punk, que habría cruzado una falla espacio-temporal. La clase de música apropiada para acompañar su obsesión con los ovnis, sobre los que nos descargaron una canción tras otra: Galactic race, UFO crash, Please abduct me, Space x-ploration, Alien (lady) boy, Checkpoint planet, Spacecraft, Abduction, Flying fuck… y así hasta veintitrés piezas de punk garagero y sintetizador vintage que son prácticamente todas las que tienen editadas en sus dos discos largos… bueno, largos… entre los dos no pasan de los 50 minutos. Una sesión salvaje, llevada a cabo rápido y fuerte, gritando como debe hacerse en el punk, contando ¡1, 2, 3, 4! al comienzo de cada canción e incluso llegando a formar pogos en las postrimerías del concierto, cuando la gente terminó de desatarse con esas piezas simples, de pocos acordes y melodías pegajosas.
El patrón básico de todo el concierto fue bastante rudimentario, con algo de sutileza que provenía de los sonidos del sintetizador; una base minimalista sobre la que quisieron ir agregando efectos de guitarra, de voz, que quedaban ahogados por el volumen. Pero todas estas consideraciones quedan fuera de lugar cuando uno se dice a sí mismo al comenzar el concierto: «Vale, son una banda que ya huele a añejo, pero es la única que está aquí ahora mismo y pienso pasármelo genial con ellos». Y te pones a hacerlo. Y lo consigues.