- Ruben Wayne acaba de lanzar su segundo EP, de título Malquisto, del que habla en esta entrevista, además de sí mismo y de su carrera, de las dificultades para presentar su música en directo y de las luces y sombras de la escena musical sevillana
Es asiduo de nuestra web disonante Ruben Wayne desde que comenzase a lanzar canciones vivaces, vulnerables, viciosas, agudas, plenas de nervio y pasión. Antes, una a una hasta completar las cinco que formaban su primer EP; ahora, todas a la vez, las seis que componen el segundo, de título Malquisto. Y este cambio en la presentación de las canciones es algo que le honra, porque le ha hecho caso a su corazón más que a su cabeza. «Vivimos en la era de lo inmediato», me cuenta ante unas cervecitas, sentados al tibio sol de un mediodía de respiro del frío invernal. «Nos partimos la boca en un estudio para que la gente en un móvil haga scroll y te escuche 15 o 20 segundos. Si eso ocurre con un single, imagínate con un EP. En mi entorno musical, por ejemplo, está Kique López, que ya ha sacado dos LPs; ahora va a sacar tres singles y los intentará potenciar, de forma que a quien les guste, que busque el LP. Pero a la gente de a pie… si es que eso del LP ya no lo hacen ni las grandes bandas; Metallica y Extreme han vuelto y han sacado un single. Hemos vuelto a lo inmediato: lo quiero ahora, lo quiero ya. Y es una pena, porque escuchando este formato digital en el móvil se pierde la percepción de estéreo, los medios graves no existen, con suerte alguien se pone los auriculares…»
No es que sea un consuelo que no pierdas demasiado dinero si el disco no llega a funcionar bien, porque pierdes otras muchas cosas, también importantes, que has invertido: tiempo, esfuerzo, ilusión. «Tengo la suerte de que puedo autoproducirme y me ahorro miles de euros», me cuenta Rubén sobre su forma de gestionar la grabación de sus canciones. «Como solista, lo pago todo: local de ensayo, pongo los medios, la batería… ¿para qué quiero un sello discográfico? Me va a hacer la producción, me la va a dejar a deber, voy a tocar en una sala, van a ir diez personas; voy a generar una deuda. Ahora mismo me autoproduzco y funciono con una distribuidora con la que por treinta y pocos euros al mes puedo subir a las plataformas discos ilimitados, con dos perfiles de artista. No necesito un sello; es más interesante tener management y booking que te metan en festivales, que te cuelguen en sus redes, en las que cuentan con un gran número de seguidores. Pero ¿un sello? Imagínate, por nombrar uno, que se interesase por mí Avispa Music… si sus redes sociales tienen menos seguidores que yo…»
Este segundo disco es un poco más agresivo que el anterior, sobre todo en las guitarras, aunque no pierde el aire melódico que brota de la voz de Rubén. «Esta vez he lo masterizado en Sputnik con Jordi Gil y creo que he acertado. Las mezclas ya las llevé hechas; muchas de las canciones tienen teclados, sintes, cuerdas, que están y no están; no quiero un teclado con excesiva presencia, aunque a veces me gustaría sacarlos más, porque hay arreglos preciosos; pero yo estoy vendiendo otra cosa diferente. Por poner un símil, algunas canciones de Metallica están arregladas que parece que tienen detrás una orquesta sinfónica, pero están mezcladas de una forma que aquello lo único que hace es engordarlas. No busco épica en las cuerdas tampoco, sino ir en formato de cuatro músicos a todo, que es el que siempre me ha atraído, el de Metallica, Megadeth. Aunque en el estudio sí me tomo ciertas licencias arreglando mejor los temas, pero sin pasarme. Este disco solo está arreglado con teclados y cuerdas saliéndose del guion, que es el del medio tiempo, y el resto está todo muy crudo. Pero crudo a conciencia». El colaborador en los arreglos del disco anterior, Gabriel León, no estaba disponible. «Esta vez he contado con Eustaquio Álvarez, de Borland Estudios, en Sanlúcar la Mayor», me confirma Rubén, que continúa hablándome del sonido conseguido. «Mi idea era grabar cuerdas reales, porque hay temas con ciertas reminiscencias a las producciones de los 90, con aires a lo Guns N’Roses de los que también es culpable, para bien, Josemi Cassani, que tiene un estilo muy slashero en su forma de tocar la guitarra. En los arreglos también hay piano, pero los presupuestos para que fuesen reales eran desproporcionados y al final todo ha ido por VST».
Estas grabaciones, realizadas con Sistemas de Tecnología Virtual, nos dan para apurar una segunda cerveza entre disquisiciones sobre el tema. «No quiero ser un salmón a contracorriente», reconoce Rubén. «La evolución de la tecnología marcha hacia allá y nos arrastra a todos. Para directo me he comprado un emulador de amplificador y es imperceptible el cambio de sonido. Pero en estudio, como te dije antes, nos podemos tomar ciertas libertades. Ahí va un amplificador de válvulas porque, aunque sea patentes antiguas, una lámpara se calienta y da calor y color al sonido, y genera unos armónicos que lo enriquecen. Eso no lo puedo hacer con el emulador. El trabajo es el doble, hay que poner más micrófonos, mezclar varias pistas, pero en el resultado ni se le acerca. Por eso yo me he quedado un poco anclado en las producciones de los 90, los primeros 2000, que suenan orgánicas. A partir del 2003 todo suena sin identidad. No puedes coger a un baterista que toque una batería que tenga un DW de 6.000 euros, con maderas nobles secadas, parches de Remo y coger también un Sound Replay, un sample al bombo, otro a caja y mezclarlo un 70%, ¿qué queda de la madera de esa batería? El humano es perfectamente imperfecto; en la mayoría de los discos que amamos, clásicos del rock, hay un tempo y hay una oscilación porque el pulso humano no es perfecto; ahora todo está cuantizado, todo sobre comprimido y con samples; la batería suena como una caja de ritmos, ¿para qué la ha grabado? Y con las guitarras igual; Joe Satriani ha grabado el último disco con emuladores; ya está, ya no hay más que hablar, a partir de ahora será la tónica a seguir. Y si además metes el auto tune…» Rubén se queja de que en los discos actuales todo suena demasiado hermético. «Hay estudios en Sevilla que graban bien el rock, pero lo hacen con plantillas; las bandas de hard rock suenan igual que las de heavy metal clásico, igual que las de nu metal, ¿para qué sirve el productor? Si la banda tiene un aire setentero podemos tirar con overheads de cinta a la batería, que nos dé ese aire añejo; grabamos las guitarras con Marshall muy saturado, tiramos de microfonía de cinta también y el disco coge una personalidad que va de la mano de la banda; pero ahora los productores cogen sonido de guitarra del plugin de siempre. Mis discos no son superproducciones, yo tengo un home studio, pero puedo presumir de que todo suena orgánico en el 2023, algo totalmente inusual».
Que este segundo disco lo haya grabado Rubén también en su propio estudio casero, al que llama Ayest, hace que tenga muchas similitudes técnicas y de colaboradores con el primero. «Efectivamente; aquí me volví a hacer cargo de los bajos, incluso las baterías las compongo yo y luego se las envío en la demo a Toni Mateos; le doy cierta libertad porque me gusta mucho tocando y me da una buena relación calidad precio. Luego, en la post producción le puedo sacar el sonido que quiero a las baterías que me envía. Lo del bajo no tiene nada que ver con el ego, ni siquiera en este caso con el presupuesto, sino con que cuando me meto en el rol de productor soy muy consciente de dónde quiero llevar el trabajo y dónde están mis limitaciones; y puedo asumir este bajo sin llamar a un músico de sesión. Con la guitarra no ocurre lo mismo. Cuando compuse este disco me di cuenta que la línea natural que estaba surgiendo era de pasajes muy largos de solos de guitarra. Yo no me considero un guitarrista solista, sino rítmico; hice un sobre esfuerzo en el primer disco y pude asumir sus sonidos, con excepción del que hizo Lolo Ortega, pero esta vez tenía claro que necesitaba un guitarrista. En Sevilla, buenos hay muchos, pero que encajen en mi estilo, hay menos; me pasa como a mis admirados Pinball Wizard, que no entiendo como en 17 años que llevan no están en lo más alto. Yo no hago metal, ni hago rock and roll, ni hago rock cásico, ni hago hard rock; el rock es el género que se ramifica más, en más subgéneros, tantos que algunos ni los sé nombrar: el death metal, el black metal, el nu metal, el metal obscuro; no entiendo ni la tipografía de los grupos y cuando los veo en carteles soy incapaz de leer sus nombres. No me encajaba ningún guitarrista, contacté con uno muy versátil, pero al sonido que yo le pedía me decía que no, y con Cassani coincidí en todo; encajamos como un puzle».
Josemi Cassani es uno de los guitarristas más prolíficos de Sevilla; no solo por las bandas en las que ya dejó su sello hace tiempo: Dark Crown, Sunfire, Gaelbah, sino también por todas en las que está presente en la actualidad: Silveranto, Guarida, Invicti, Wine Muse… «Nos conocemos todos directa o indirectamente», dice Rubén; «el mundo es un pañuelo y Sevilla es un patio de vecinos. Gracias a Kique Lopez conseguí a Cassani, al que yo había visto antes con Silveranto en un concierto que dieron junto a Rienda Suelta y Villano Vil y me voló la cabeza. Cuando lo vi me dije: este es el guitarrista ideal para mi banda; con ese toque old school a lo Joe Perry, Slash, pero que también suena contemporáneo. No lo conocía personalmente; sabía que estaba en varios proyectos y me daba reparo proponérselo; el nexo fue Kique y a través suyo contacté con él, le pagué como músico de sesión, acordamos que trabajase tranquilo y se apuntó a formar parte también de mi banda para los directos». De la formación y los conciertos hablaremos posteriormente, porque todavía me quedaban algunas cosas de este nuevo disco de las que hablar con Rubén.
La canción Sin identidad fue la elegida por Ruben para que sirviese de adelanto a todas las demás, como single, potenciada también con un videoclip dirigido por Animal Ghost y el propio Ruben. «Pensé en sacar como adelanto Malquisto, pero hubiese sido un error porque cuando tú escuchas un primer single crees que la tónica de todo el disco va a ser esa y no era así; era una apuesta arriesgada, pero como la canción que le dio la proyección en sonido y en composición al disco fue Sin identidad, me dije que lo lógico y lo ético era lanzar esa».
Los títulos de las canciones de este disco invitan a pensar que van a ser autobiográficas, pero Rubén me aclara que no tienen por qué serlo, y si hay cosas que lo son puede que las haya metido de forma inconsciente. «Soy una máquina de somatizar; soy una máquina de ansiedad y somatizo por todos lados. Es como escarbar en el subconsciente, como cuando sueñas, que hay algo ahí latente pero no somos conscientes. Mis canciones tratan de lo que tú creas que traten». Canciones de oro y cristal que no precisan fines concretos. «En el rock en castellano todo suele ser muy poético, al estilo de Robe, o muy reivindicativo, al estilo de Reincidentes. Lo mío es un rock urbano con el que no me veo reivindicando nada ni posicionándome en una idea política; no es ese un discurso que me interese».
Me dice también Rubén sobre sus canciones que no les gusta hablar de ellas porque les quita magia. «Soy muy kafkiano, me gusta la metáfora y cada persona puede decir de una canción que es suya, por algún motivo». Sin embargo, le insto a que me hable de una de ellas, la que le da el título al disco: Malquisto. El significado de ese término define a alguien mirado con malos ojos por los demás, y le pregunto a él si se considera visto así. « La palabra no la conocía y es la maravilla que tiene nuestro lenguaje, por eso me gusta escribir en nuestro idioma, porque me encuentro con palabras desconocidas, con mucha riqueza de sinónimos. Y sí, me considero malquisto en mayúsculas y con luces de neón de Las Vegas, porque lo he vivido desde joven. En el instituto he vestido siempre macarrilla; dicen que tu personalidad la crean las vivencias de la infancia y las que has vivido después, y por ende, te crearán un lenguaje corporal. No sé qué pasa, que yo creo un rechazo enorme del que he ido siendo consciente cada año más. Me prejuzgan. Me pasa mucho que me conocen solo de vista y noto que genero antipatía. Tengo un carisma cero, que me hace ideal para entrar en el partido de Ciudadanos. Soy consciente de que genero esa antipatía. Pero, aunque en la canción hable en primera persona, en realidad es una crítica de lo deleznable que puede llegar a ser el ser humano».
Si Rubén considera que su propia imagen ya genera un rechazo, debe tener un gran dilema a la hora de ponerla como reclamo en sus discos. En la portada de Malquisto le vemos de espaldas, sin mostrar sus rasgos. «Me gustan las portadas sobrias, tipo Bryan Adams, Springsteen. Hay en ella un homenaje al cómic del Batman de Frank Miller. El famoso Batman de los 50 salió de la estética Warhol, de colores llamativos, y cuando quisieron reinventar al personaje llamaron a Miller, que es guionista, y sacó un Batman oscuro, tosco, mayor. Lo que me atrae de Batman es su alter ego de Bruce Wayne; porque incluso el perfil sociológico de Wayne es impresionante, es un renacentista, lo lleva todo al sumun: capacidades físicas, poliglota, científico, detective; y en los valores éticos, es un tío que renuncia a su propia felicidad por su ética. Y lucha contra la ira; algo muy complicado, porque la ira es tan poderosa como el amor. Y luego es un tío traumatizado. Yo tengo también ese lado oscuro. Grabo en la penumbra, compongo en la penumbra; pero no me he creado ningún personaje, es que me relaja y soy así. No llevo un rol estético de artista, es mi propia personalidad».
Ahora sí llega el momento de hablar de cómo va a presentar este disco en directo, porque el primer concierto está muy próximo, será el día 13 de abril en la sala Even. En el videoclip de Malquisto ya aparecen junto a él Cassani y una base rítmica compuesta por Román Nosov al bajo y Alberto Manre a la batería, que será la banda que le acompañe en el escenario. «Me costó cerrar la banda», Rubén se muestra quejoso. «Porque he tenido un músico que durante casi dos años pensaba que estaba conmigo y a la hora de ensayar he intentado cuadrar con él tres veces con la fecha cerrada y siempre me daba excusas; hasta que ya no me contestaba y dije que una no respuesta también es una respuesta y tuve que cortar. La banda la he tenido que hacer a contrarreloj».
Este tema de la profesionalidad y formalidad de los músicos sevillanos da para otro rato de disquisiciones. Así que pedimos más cerveza y animo a Rubén a que siga hablándome de ello. «No pude sacar el último videoclip que pensaba porque me centré en buscar banda. Encontraba guitarristas que no me respetaban las composiciones de guitarras, se ponían a improvisar, no se preparaban los temas; con unas faltas de respeto increíble. Yo creo que esto se debe a la fiebre tan enorme que está habiendo de grupos de versiones, que yo entiendo y defiendo porque es el pan del músico, pero que a la hora de afrontar setlists propios no los respetan. Eso lo puedes hacer en una orquesta en la que tocas canciones de Seguridad Social, en las que tienes cierta libertad dentro de la armonía; pero yo llevo un trabajo de un año, hay dos guitarras compuestas, y tú no puedes llegar y hacer lo que quieras. Y cuando lo reclamo con educación se sienten ofendidos y van al ataque: tus guitarras no son características, tus solos no son buenos, ¿por qué me dijiste que sí, entonces? Si al principio le viste cierta calidad… me da pena y tristeza todo esto, porque estamos en una tierra de talentos tremendos, en todas las facetas del arte; hablando de música concretamente, aquí hay unos talentos impresionantes, pero muchos no van a más por la informalidad, por la falta de gestión. Yo no entiendo como Lolo Ortega, por ejemplo, no está en el top de guitarristas, como Santi Campillo, que tuvo la fortuna de caer en M Clan. Lolo es incluso mejor, pero no ha habido nadie que le haga una gestión adecuada».
Rubén no oculta las dificultades de gestión que le atan a él mismo a la hora de sacar adelante su proyecto. «Yo no soy nadie, no puedo exigir nada, no puedo dar unas condiciones mejores. Voy a repartir la taquilla, que menos, entre los compañeros, aunque yo no gane o incluso pierda; esto es un trabajo y debe ser remunerado, no me gusta el compadreo. Me gustaría cerrar a caché a mis músicos, pero no puedo. Como artista independiente estoy buscando de forma activa management, booking, y no me contestan, no entiendo nada. Hablando con José Luis Pérez Redondo, de Metalcry, me dijo unas palabras que me llegaron al corazón: que rechazaba críticas de discos, porque hay tres patrones y se repiten, no hay personalidad en el rock español, o le llega copia de Marea, de Extremoduro o de Fito, y cuando le llegó mí música no supo compararme con nadie. La rueda está inventada y yo tengo unas influencias que no oculto: Mr, Big, Megadeth, pero yo no digo que voy a cantar como ellos. Tienes que buscar tu esencia, tu timbre; y luego en las partes de guitarras que yo componga, imagino que inconscientemente estarán mis influencias, pero hay gente que es un calco de otra».
Y de nuevo vuelve a surgir la figura de Josemi Cassani, al que Rubén considera un puntal muy importante de su armazón musical. «De él solo puedo hablar maravillas, es formal, amable, responsable, siente la música y su trabajo en mi disco le ha hecho dar un salto de calidad con respecto al anterior. Tiene un bagaje enorme. Y también un don con la guitarra. Lo veo tocar una idea mía y a él le fluye, y a mí no me fluye. Sudo sangre para sacar el solo». También tiene grandes palabras para los otros dos componentes. «El batería Alberto, pese a su juventud, es maravilloso; toca en dos bandas, está todo el día en Assejazz abriendo jams. Y el bajista, Román, es un colega al que conozco desde hace años y casi lo he coaccionado para que se apunte, porque está inmerso en unas oposiciones. Vino como figurante al videoclip de Sin identidad, le gustó el disco y tampoco le voy a robar mucho tiempo; el ratito de descanso musical para desconectar que tenga en casa, en lugar de estar sacando covers está sacando el setlist. Y tiene un nivel que no me esperaba. Aún así vamos a contrarreloj y hemos tenido que aplazar el concierto dos veces».
Es curioso cómo Rubén, aunque dice que su personalidad genera rechazo, sin embargo, es un tipo afable y que, sobre todo, no pretende llegar más allá de sus limitaciones. E incluso esta presentación en directo hace que le nazcan inseguridades. «Estoy acojonado. Llevo 21 años sin subirme a un escenario tocando la guitarra y cantando. Me considero valiente, incluso casi he sido boxeador profesional; pero una cosa es valentía y otra realidad, y si he perdido ese bagaje no puedo salir con seguridad. No toco así en directo desde el 1999 o 2000; como bajista desde el 2014 y en la batería he estado en activo casi diez años, pero como cantante y guitarrista a la vez, desde hace más de veintiún años. Y mi música no es pop, que tiras de acordes abiertos y estás pendiente de la voz; lo mío son riffs para los que tienes que automatizar el cerebro. Es muy complejo, pero para mí no es excusa, tengo que salir y cumplir».
Y una vez que salgamos de ese concierto, lo siguiente es el futuro. Le pregunto a Rubén cómo se está preparando para él. «He empezado a componer material nuevo, pero acabo un disco tan tocado, literalmente, que me echa humo la cabeza; acabo muy cansado y ahora estoy en plan relax, grabando riffs, escribiendo pequeños versos que me salen, porque no tengo una metodología, o voy por la calle y me sale una melodía, o escribo una letra entera de madrugada; obviamente no voy a cortar mi creatividad porque haya grabado un disco, así que sigo grabando y voy pausado, muy pausado».
