Espurio y el Conjunto son unos segundones en esto del rock con raíces andaluzas, las tristes cenicientas de esta escena alternativa, que siempre se perdía el baile. Su suerte se ve ensombrecida por bandas como los Motoretas o los Califato, aunque recojan elogios de alabanza por quienes los escuchan.
Pero es posible que todo cambie con este EP que editaron el día 2 de este mismo mes y con los conciertos que darán por aquí una vez superada la locura del coronavirus. Espurio y el Conjunto van a poder ir al baile y, sin duda, lo van a pasar muy bien en él. Este recién editado Microsurcochico es un gran disco. Y esta banda, comparada con las que tienes en tu mente o las que ya he mencionado por aquí, carece de suavidad, pero les gana en madurez, y sobre todo tiene un tono más controlado y algunos de los gratuitos rizos de pretensión que asoman en otras aquí están totalmente exorcizados en favor del flujo natural de las canciones y las influencias de las que salen estas.
Y son canciones muy buenas; tanto las que tienen letra como las que no, que son la Intro y la Coda que abren y cierran el disco. La Intro comienza poderosa e instantáneamente se torna irresistible. Comienza acercando la voz que entona una saeta a un Cristo de la Expiración, que por el sonido ambiente, solo de pasos de costaleros, bien pudiera ser el del Museo y no El Cachorro, cuyo quejío, cuando se para para tomar aire, continúa con una entrada de metal pesado que avanza reptando y sirve de base a la corneta de Manuel Yacobi, callada por acordes repetidos de la guitarra de El Tostao a la que se suma el teclado de Espurio, para llegar al final, una vez perdida incluso la batería de Lolo, solo con las sobrias notas del bajo de Ricardo. Esta banda ha descubierto cómo utilizar las poderosas atmósferas que, añadidas a sus melodías, como se irá viendo a medida que avanza el disco, te arañan el alma.
Como los perros cansados ve a Espurio recitando más que cantando su declaración de intenciones: …y no volver a tener miedo. Su voz resuena por encima del wah wah de la guitarra. Bebe de mis ojos tiene aires de Triana, de sus instrumentaciones más elaboradas, y como si del crepúsculo lento naciera el rocío, aparece la voz flamenca de Vicente Trinidad para llevar de pronto los aires de Triana a la Alameda, en la forma en que lo hubiese hecho esa banda si la voz de Pepe Roca no hubiese estado tan escasa de duende.
Un melancólico poder sensual nos atrapa al inicio de La del caballo y nos imbuimos de la historia que nos va contando Espurio sobre el galope de su caballo, más ominoso y fantasmal que el cuatralbo de esa otra mítica canción, más negro, hasta que nos golpea el saxo destemplado de Carlos Javier Castro. Y vuelta a lo mismo, a lomos del onírico caballo sobre el que Espurio convierte su carne en viento para cabalgar más rápido hacia el abismo. La voz de Espurio se pierde en esa conversión y ya solo quedan los instrumentos, desplegados todos en Un llanto cualquiera, como si fuese el resumen musical de todo lo que hemos escuchado hasta ahora. Hasta que la voz aparece de nuevo, una voz desde las tripas para llorar lágrimas oscuras, de luto, una voz acompañada en el sentimiento por la corneta y después por la guitarra, antes de caer en un profundo sueño.
Ya solo queda la Coda final, que se inicia tal como terminó la Intro, con las austeras notas del bajo de Ricardo. Se transforma, tras la entrada de todos los demás, en una especie de sinfonía de tempos cambiantes, en los que se suceden las cornetas de Yacobi y Daniel Martínez, el palilleo de Anakardo, la guitarra flamenca del Japy, todo presente pero sin mezclarse, en un exuberante y extenso movimiento de una banda en completo e imponente control. Una banda que a un estilo que está ya muy manido le aporta buen contenido. Rock andaluz con filos ásperos y severos. Una flor sónica, que no es una explosión de vida, sino la flor de una corona mortuoria. Su cantante, compositor, poeta, se hace llamar Harold Weeks, un nombre espurio, para un sonido que no lo es en absoluto.
