Donkey Day. Sala Malandar. 16 de diciembre de 2022
No es una mala idea, ni mucho menos, la celebración del Donkey Day, que no sé si seguirá teniendo lugar con alguna periodicidad concreta; pero de ser así habría que replantearse algunas cosas que anoche, en la Sala Malandar, no funcionaron nada bien. Y una de esas cosas es básica: el sonido. La guitarra flamenca de Álvaro Gil, en el primero de los conciertos, sufrió de saturaciones y chasquidos, que continuaron después en la de Carlos el Calimbero, unida a una falta de volumen de monitores que hizo que María del Tango no estuviese cómoda casi en ningún momento de la actuación de Mundo Divino. El sonido se hizo insoportable en el concierto de Canastéreo, hasta el punto de que hubo que parar para chequear el fallo, que parece que estaba en alguno de los canales de la batería. Otra de las cosas que deslució la noche fue la poca afluencia de público al principio, por lo que cuando comenzó el festival, los seis músicos del grupo de Joselu Manteca, encima del escenario, casi eran más numerosos que los que nos encontrábamos frente a él. Después fue llegando más gente, aunque cuando estaba en mayor cantidad no llegó nunca a media entrada siquiera. Y de nuevo sufrimos del mal endémico de la falta de respeto hacia los músicos que no son de tu interés, no son por los que has acudido al concierto, y por eso te pasas charlando en voz alta toda su actuación.
Joselu Manteca abrió la noche, acompañando su voz con una guitarra acústica que se agregaba a la principal, la que rasgueaba Álvaro Gil para añadirle ecos del flamenco divergente que él decía hacer con Gitanjali a interpretaciones como la de Cortina blanca, con la que abrieron el cortísimo set. Realmente fue una pena tal despliegue de músicos, con Carlos Romero al bajo, Alberto Martínez a la percusión, Manu el Trompe en la trompeta y Mar Rodríguez a los coros, para apenas doce minutos en los que solamente les dio tiempo a ofrecernos tres canciones. De ellas esta primera es la que más se acercó al flamenco porque en las otras, Ahora camino yo y Dibujo en Sí menor, aunque manteniendo la misma raíz, sus formas me recordaron a veces a la de los cubanos de la nueva trova e incluso a la de los payadores argentinos, aunque es posible que ni el propio cantante sea consciente de ello, pero al ser impresiones sobre su vida las que musicaliza y hacerlo para sentirse libre, es normal que los puntos en común entre todos resistan las distancias geográficas y sociales. Los aires híbridos de las canciones adquirían cadencias de nocturnos urbanos cuando la voz de Joselu se cambiaba por el metal de la trompeta y la voz de Mar, curtida entre piezas de Silvia Pérez-Cruz y Omara Portuondo, tenía una tesitura muy diferente a la de él, de forma que se complementaban perfectamente, sobre todo en la tercera de las canciones. Tendremos que estar atentos a próximos conciertos, en los que la esencia no venga en un frasco tan diminuto.
Si hablamos de voces, la de María del Tango ensombrece a cualquier otra. Mundo Divino fueron los siguientes en subir al escenario y mientras ella hacía una escueta presentación del trío que formaban, porque hoy a Carlos y a ella les acompañaba Fran Mangas a las teclas y el saxo, e incluso sonaban las voces infantiles y las notas del teclado introduciendo Luna, una de sus canciones nuevas, que usaron para iniciar el concierto, la gente seguía de charla, a lo suyo; pero fue levantarse la voz de María… será, será el destino amar, será… y toda la sala quedó sumida en el silencio. Amar la poesía es de los locos, siguió cantando, acompañada por las falsetas de la guitarra de Carlos, que pasaron al primer plano; el teclado extendió un tapiz suave e intimista para que María se expresase ahora a través de su clarinete. Cuando volvió a la voz la hizo serpentear entre los versos convirtiendo la canción en copla, en tango, en vals, en quejío flamenco, todo en tres o cuatro estrofas y dos minutos y medio más.
No me quites el aire, siguió, recuperando una de las canciones más bonitas de su disco; me llevaré lo que me tenga que llevar con mi muerte, y en esta vida dejaré tal vez una canción, con suerte… el cante de María sabe a sangre, a memoria y a recuerdo y dejará, cuando se vaya, mucho más que una canción con el desgarro vital que evoca cuando las interpreta. Así nos trajo el recuerdo de Manuel Molina en el cante que compuso un año antes de su fallecimiento: que nadie vaya a llorar el día que yo me muera; la frase que Rosalía lleva tatuada en su espalda para no olvidar de dónde vienen sus raíces, la frase que cantaba cuando a verla solo iban unas decenas de espectadores; más o menos el mismo número de los que estábamos aquí anoche, dejándonos llevar por las ráfagas de sentimientos que nos producía María.
Carlos cambió la guitarra por la calimba para Zawinul, la canción que lleva el nombre del teclista que fundó Weather Report, que prácticamente inventó el jazz fusion. María canta sobre Carlos sin nombrar a Joe Zawinul: buscador de sueños, te llevas el tiempo; gloria, arena y fuego, en su voz por bulerías. A los que estábamos escuchándola nos dedicó Canto, la canción que lanzó con El Jose, su paisano granaíno, con un compás que nos convulsionó las entrañas. Ya no sé, siguió, su voz dulce y quebrada, potente esencia de cantaora. Casi por pasodoble comenzó María después con su clarinete, para seguir… voy mirando al mundo como si pudiera solucionarlo… poniendo voz desgarrada a las Cositas divinas a las que se refirió en la última de las canciones, con un final delicioso con fraseos de llamada y respuesta entre su clarinete y el saxo de Fran. ¿Puede una voz ser desgarrá, profunda y oscura, pero a la vez dulce, serena y llena de luz? Id a escuchar a Mundo Divino cuando los tengáis anunciados en una sala cercana y sabréis la respuesta.
Podrán decir de nosotros que somos pocos, pero no que estamos muertos. Acertada forma de animar al escaso público la que tuvo Álvaro Ruiz después de terminar su canción inicial, la de las Dos gotas de agua que vienen una del lado de Camarón y la otra de la parte de Ketama. Los ritmos se latinizaron en Todo lo que está bien, demostrando Álvaro su versatilidad a la hora de abordar las canciones que pueblan sus ya tres discos, que dejan traslucir sus influencias desde lugares tan apartados como los garitos de blues y las peñas de flamenco. Por algún lugar en medio del camino están los pubs donde los cantautores urbanos, deudores del Hilario Camacho de sus principios, entonaban canciones similares a La jarrita del tiempo, la siguiente de las que Álvaro trajo esta noche. Cinco semanas dando vueltas por Sudamérica, nos dijo que había estado últimamente, y todavía quedaba por allí una parte de él. Pero la parte que ha regresado es la que cantó Brindemos por ello y la más romántica, Tu risa, con la que aprovechó para presentarnos a sus dos acompañantes, un batería del que no entendí el nombre y Daniel Abad, al bajo. Aceleró el ritmo con Paso a pasito, esta desde su mitad que quedó al otro lado del océano, adaptando ritmos cubanos a los aires flamencos. Y se fue con Noviembre, la canción que tiene con El Kanka, de quien es asiduo colaborador y arreglista.
Canastéreo se presentaron con nueva formación; ya sin trompeta, reducidos a cinco componentes, de los que siguen Jesús Contador a la guitarra flamenca y la voz, y la sección rítmica de Juan Bidegain al bajo y Marcos González a la batería, a los que se han incorporado Alberto Mora a la guitarra eléctrica y Felipe Rull a los teclados. Una intro le abrió paso poco a poco a Cien desiertos, despacio, como si Camarón anduviese por las arenas del Sahara, fundiendo sus tangos con melodías arabescas; Caravasar iba en la misma línea, pero su escucha se hizo imposible y la banda no podía seguir, así que paró.
Cuando lograron retomar su actuación se les unió un segundo cantante, al que Jesús presentó como Guillermo, de la Salmorejo Foundation, para interpretar Pacífico, una canción más reposada, en clave diferente a las anteriores, aunque perteneciente al mismo disco que ellas, Pasajes de lo impuro, abandonado por un momento en la siguiente, Con L de Lorca, de su primer disco, el que contenía sus Raíces lunáticas, cerrado con el primer solo de guitarra eléctrica de toda la noche, algo que echábamos ya de menos. El relevo lo tomó la guitarra flamenca para introducir Fractal, de nuevo del último disco. La esencia flamenca asomaba así por completo, tapando el marchamo urbano de Canastéreo, que volvió de nuevo la vista atrás en el tiempo para Luna Mora.
Pero esta banda es capaz de ir más allá de lo jondo y meterse en el efectismo del espectáculo, algo muy de agradecer cuando se hace bien, y no como la banda que les siguió. Los tangos que alguien convirtió en rumba pop para lucimiento de Las Grecas hace más de 45 años sonaron frescos anoche y Anabalina sirvió para alegre disfrute del personal. Cerraron el círculo volviendo a las cálidas atmósferas de los Pasajes de lo impuro; el placer sensorial pasó a ser espiritual con Puerta Tierra y Patria de Sal, que terminó con unos versos que son toda una declaración de intenciones sobre la forma de entender la música de Canastéreo: Siente el metal que forja tu esencia; mira hacia atrás, escucha el quejío de las piedras.
Cuando ellos se fueron ya no quedó prácticamente nada que contar. Los malagueños Muchopelo comenzaron con unos ritmos instrumentales llenos de groove que prometieron mucho más de lo que dieron después, que solo fue música garrula para terminar la noche. Pero una música que podría ser garrapatera, al estilo de Los Delinqüentes, quedó relegada a ser como la de aquellas canciones de Fernando Esteso, de humor gordo. ¿Recordáis una de las más famosas que tenía, la de bellotero belloteeeerooo…? pues esto era lo mismo, sustituyéndolo por muchopelo muchopeeeelooo. En realidad para entonces yo ya me hubiese ido, huyendo de canciones que daban grima, hechas a base de versos repetidos una y otra vez, tan casposos como que tú me dices que no me quieres, que tú me dices que no que no, o el todavía peor, la vida es demasiado corta para peinarse, pero me quedé hasta el final porque la APP de TUSSAM me decía que mi autobús iba a tardar en llegar más de media hora y aquí dentro de la sala estaría más calentito que en la noche invernal de la calle, mientras lo esperaba.
