Nazaret Cala. Fundación Tres Culturas. 23 de febrero de 2022
Todavía queda una semana para el día 28, pero ya anoche la Fundación Tres Culturas se adelantó a esta fecha para celebrar el Día de Andalucía con la celebración de un concierto en el que el cante flamenco tradicional de Nazaret Cala se fundió con los cantes andalusíes del cuarteto marroquí Al Maqam en un espectáculo de muy bellas sonoridades que llevaba el nombre de Alcanátir, que es como se llamaba el Puerto de Santa María, donde nació la cantaora, cuando era una ciudad árabe en el siglo VIII.
Partiendo de una instrumentación acústica, basada en la guitarra flamenca de Joaquín Linera, el Niño de la Leo, se fueron estableciendo puentes musicales con los ritmos del Magreb que salían del kanún -uno de los tipos de salterio- de Abdel Azíz Samsaoui, el violín de Fathi Ben Yakoub y las percusiones de Mouhssine Koraich, alternándose en la voz Hamid Ajbar y Nazaret en una forma arrebatadora de expresar los sentimientos compartidos de sus dos identidades, aunque a veces se perdiese el compás entre unos y otros, sin duda debido a que era la primera vez que se unían ante el público para mostrar el resultado de su creatividad.
Fue Nazaret la que comenzó a cantar el Romance de Zaide con una cadencia muy dulce, al ritmo de la guitarra, para que dos estrofas después el kanún diera paso a Hamid, que siguió en la misma línea que la cantaora, prácticamente con las únicas diferencias del idioma y las tesituras de sus voces. Este romance, que El Chozas entonaba a palo seco, anoche adoptó, con el acompañamiento de todos los instrumentos, un compás como de soleá bailable, sobre todo en su tramo final, que Nazaret animó terminándolo casi por bulerías. Sobre las percusiones y unos animados ritmos de kanún y violín se extendió la voz de Hamid, primero muy estoica, en unas letras como de soleares tradicionales, que se fueron animando a medida que la instrumentación iba subiendo su ritmo, para ser cortadas después en seco por las hermosas falsetas de la guitarra de Joaquín, que fue ya el único acompañamiento de la soleá del Mojama que cantó Nazaret. El estremecimiento de las soleares se convirtió en jaleo cuando entraron de nuevo todos los instrumentos de Al Maqam y las palmas al compás de Hamid, en una alquimia sabia que unió el cante jondo y el andalusí en una forma que a todos los espectadores hizo disfrutar enormemente, sobre todo a Joaquín, que con una amplia sonrisa manejaba su guitarra como si el que estuviese allí sentado, en lugar de él, fuese el guitarrista de una banda de heavy metal.
Y así continuaron todavía, con el protagonismo de los marroquíes en la interpretación de una pieza de nombre Subhana man jamalak, que podría traducirse como gloria a tu belleza, que tenía un acompañamiento musical con unos finales de estrofas calcaítos a los remates de la marcha Campanilleros. Nuevamente fue la guitarra la que trajo el son a terrenos flamencos más tradicionales, a Triana esta vez, con unos tangos como los que el Titi cantaría en los corrales antiguos del barrio, sin que nadie se pudiese resistir a moverse con los lereles, como tampoco hicieron anoche los marroquíes cuando se unieron a la fiesta para terminarla con caracteres morunos.
La fiesta siguió por alegrías… viva Cai y viva Marruecos… como si el Pericón cantase en una plaza de Tetuán en vez de en la del Mentidero, que tal cosa parecía cuando Hamid entonaba su Koolil maliha. Pero fue Nazaret la que nos cautivó con su magisterio en este palo. Venida arriba del todo, la cantaora dedicó la siguiente pieza a Samsaoui, que venía de vencer sufridamente al covid, y anunció unas seguiriyas que nos introdujeron en un silencio expectante; la guitarra y el lamento del violín dibujaron el compás y Nazaret comenzó a caminar sobre el pulso de la sangre de Joaquín y Fathi, golpeando las penas, conteniendo el llanto… Ay mi pare y mi mare que viejitos son… el público interrumpió con aplausos el sentir de la guitarra que latía poniendo más corazón en cada tercio; Nazaret cortaba el aire y se metía hasta el alma a través de los oídos. Generosa en el derroche de voz, Mairena para empezar y Mairena para acabar, demostrando que su abanico flamenco es extenso. Por en medio se iba metiendo alguna estrofa entonada por Haziz, pero se notaba que este no era su terreno y nunca, como sí lo hacía la cantaora, se sobreponía al bordón de la guitarra de Joaquín, sobrevolando el hermoso patio del pabellón marroquí.
Samsaoui tomó la palabra para agradecer la dedicatoria de antes y los aplausos que aquella levantó y a su vez quiso dedicar a todas las hijas, madres, agüelas, a todas las mujeres presentes y a las que ya no están, una canción popular marroquí, que presentó con su nombre ya traducido a Hija de mi tierra. En su interpretación se dejaban sentir unos aires como de tarantas, que finalmente identificamos así del todo cuando Nazaret se arrancó con La tarara. Cuando Camarón la cantaba, pasaba de la taranta al taranto y aquí anoche ocurrió algo similar, porque cuando entraba la cantaora la música iba por libre, la guitarra no marcaba el compás, sino que todos los instrumentos daban contestación al cante de ella.
Y el final definitivo llegó cuando todo el público, puesto en pie, no dejó de aplaudir. Los marroquíes se volvieron a sentar, ocupando un segundo plano; Joaquín se plantó de pie, apoyando un zapato en la silla que había ocupado durante todo el concierto, y Nazaret abandonó el micrófono y se fue al filo del escenario, donde puso el alma, bailó con la garganta y cantó con todo el cuerpo por bulerías… si no te vienes conmigo es señal que no me quieres… mezcló las letras de La Niña de los Peines con cualquier otra que se le vino al recuerdo… yo no sé qué moro fue el que le dio a la Giralda ese empaque de mujer… y volvió a La Tarara para irse hacia atrás bailando mientras los ritmos andalusíes de Al Maqam resolvían y la noche quedaba ya para el recuerdo.
