The Telescopes. Sala X. 5 de septiembre de 2019
Todo presagiaba tormenta. Desde que Byron Jackson comenzó a frotar un enorme arco sobre las cuerdas de su bajo eléctrico mientras Stephen Lawrie buscaba el punto exacto en el que hacer que el feedback de su guitarra resultase más atronador, sabíamos que el concierto de The Telescopes iba a ser de los que recordaríamos durante mucho tiempo. Los dos miembros restantes de One Unique Signal, la banda reconvertida en los Telescopes que anoche acompañaban a Stephen, único componente de sus tiempos gloriosos, le dieron otro empujón a la máquina; Daniel Davis con sus baquetas reliadas en trapos y convertidas en mazas para darle una singular resonancia a los golpes sobre el goliat, y Nick Keech comenzando a sacar acordes de su guitarra sin hacernos sospechar todavía que estaba loco. Pasado el impacto inicial comenzamos a reconocer las notas de You can’t reach what you hunger y comenzamos a sentir que esta música, este ruido, nos hacía ver cosas más allá del ámbito de la visión natural, como si las estuviésemos mirando a través de un telescopio… ¡anda!, pero si en realidad es exactamente eso lo que estábamos haciendo…
Con We see magic and we are neutral, unnecessary le dieron una vuelta de tuerca más a la psicodelia. Stephen, aullando al micrófono, se había convertido en una figura chamánica que nos lanzaba una voz monótona para envolvernos y hacernos navegar entre extrañas olas. Esa fue la siguiente oleada de ruido que nos inundó, la de Strange waves. No sé por qué hablan de los Telescopes como un grupo shoegazer, si ninguno de sus componentes se está quieto mirándose los zapatos más de tres segundos seguidos. Aparte de que las guitarras estuvieron siempre un punto por encima de la distorsión controlada, y junto a los graves, que retumbaban con una frecuencia sónica casi insoportable a veces, creaban una pared mística de ruido que nos hacía sentir que realmente estábamos en un torbellino psicodélico.
Y entonces nos dieron lo que todos estábamos esperando: la música con la que les conocimos allá por los finales de la década de los 80. La única concesión que hicieron a su disco Taste, fue una deconstrucción del Violence que hizo honor a su título. Había algo genuinamente trascendental en esta música, probablemente improvisada en una gran parte de su final, que hizo que el tiempo se cayera, que estar allí en medio de la sala X fuese una experiencia que sacudiese los cimientos de la sala y también los nuestros, y no solo por el volumen. Aquello fue el comienzo de que la banda, sobre todo el ya enloquecido Nick empezase a crear buenas vibraciones. Después de sintonizar con las frecuencias del universo, con Speaking Stones, se recrearon en ellas; se lanzaron al barro del mantra, a flagelar las guitarras, algo que Nick hizo con la suya literalmente para después de hacer slide sobre los monitores, sobre el borde del escenario, dejársela al público para que fuese la gente quien la tocase mientras él se arrodillaba ante su pedalera para darnos toda clase de sonidos extraños. En realidad seguramente le daría a algún interruptor para que solo se oyesen sus maniobras y la guitarra se quedase sin volumen y lo de que la gente la tocase fue solamente una pose estética y efectista, y eso que salimos perdiendo porque una de las veces pasó por las manos de Javi Neria, el guitarrista de Los Rosarios, y lo que este intentaba sacar de ella hubiese sido un buen extra.
Allí comenzó el ruido fácil, el payaseo, que se extendió durante el larguísimo The living things con el que terminaron el concierto, no sin antes haber desbaratado Nick parte de la batería de Daniel y haber bajado del escenario uno de sus platillos para colocarlo en medio de la sala y que lo tocase alguien del público; haberse subido sobre dos de los monitores, que colocó verticalmente, para dejar su guitarra acoplada colgada sobre la estructura metálica del techo, dejar que el sonido nos invadiese mientras Stephen se fue ya a atender el puesto de merchandising y estar así un buen rato hasta que el técnico de sonido vino a apagarlo todo, entre abucheos humorísticos de la gente, que quería más…
Fue corto, sí; seguramente uno de esos conciertos de una banda de gira en el que prima lo de toma el dinero y corre, pero estuvo bien poner ahí el final porque aquello ya no se podía exprimir más; después de lo visto y oído en los últimos diez o doce minutos los Telescopes hubiesen sido incapaces de hacer que la música funcionase de nuevo en el nivel superior en que lo estuvo haciendo durante todo el concierto, no hubiésemos tenido un final tan abrasador como los finales alargados de las piezas anteriores. Mejor terminar con este ataque visceral que dejó a la sala sin palabras, espiritualmente limpia y flotando a varios centímetros sobre el suelo.
