Guttercats. Cosmo’s Factory Club. 22 de abril de 2023
Dieciséis años de carrera, cinco discos, una centena aproximadamente de músicos en un momento u otro y casi quinientos conciertos, muchos de ellos en giras por nuestro país, es el bagaje que tiene detrás la banda francesa Guttercats, nombrada así en honor a la canción de Alice Cooper. Aunque, en realidad, más que una banda podemos decir que es el proyecto personal de Hervé, aka Guts Guttercat, que se rodea de diferentes gatos de alcantarilla mercenarios según los necesite para cada ocasión. Esta misma gira de tropecientos conciertos que ayer le trajo al Cosmo’s Factory Club de Las Cabezas la comenzó con una sección rítmica diferente a la que lleva ahora, que le acompaña desde el concierto de Toledo, compuesta por el leridano Quim Viladrich a la batería y Alejandro Montes, al bajo. Mantiene como guitarra solista al reconocido terrorista sónico vigués Indy Tumbita y el propio Guts canta mientras se acompaña de una guitarra acústica. Del concierto que nos ofrecieron podemos decir algunos adjetivos que lo califican: brutal, delirante, lunático, intenso, alucinante, disparatado, descontrolado, descomunal… extraordinario…
Recrearon en directo, con un sonido mucho más demoledor del que tienen en los discos, ocho de las nueve canciones del último de ellos, Eternal Life, que inicialmente tenían pensado grabar en Granada y el confinamiento hizo que finalmente lo hiciesen en París, salteadas entre otras nueve más de los discos anteriores, que son las diecisiete que repiten en todos los conciertos de la gira porque son las que les dio tiempo a ensayar en la capital francesa antes de que los músicos españoles del grupo se viniesen de allí huyendo de los precios de las birras, que a siete pavos el pelotazo les iba a hacer gastar más pasta de la que ganasen con los conciertos posteriores.
Las guitarras acústicas y eléctricas de Guts e Indy se fusionaron con la mayor naturalidad del mundo creando una capa propicia para un hábil tejido de sutiles baladas y obuses de rock, que lo mismo nos recordaban a las bandas sonoras de las road movies más clásicas que a las atmósferas crepusculares de los Only Ones y Nick Cave, que a los fantasmas que rondan las cabezas de Nikki Sudden y Jeffrey Lee Pierce. Comenzaron sin pisar demasiado el acelerador con Before I Die, de línea muy velvetiana y guitarra chirriante, para seguir con la extensa Dead Love’s Shadow, de perfil más elegante, a lo Elliott Murphy, en la que empezaron a dejarse sentir los riffs de Indy. De entrada, ya íbamos conociendo sus raíces, que es exactamente lo que Guts nos dijo luego con Know Your Roots, la primera de cuatro canciones seguidas que extrajeron del último disco, End of Times, con la guitarra acústica como protagonista inicial, recordándome los acordes del Killing Moon de Echo & Bunnymen; igual inicio acústico tuvo Wild Animal, para electrificarse enseguida con el acento country de las primeras melodías de Uncle Tupelo, pero sin dejar de mirar de reojo todavía a la Velvet; es curioso como allí en primera fila, a un metro escaso de Guts, me ponía a canturrear con él las líneas más rápidas y se me iba la melodía al White Light White Heat en vez de seguirlo. Dagger in my Heart, luego, fue espeluznante; colapsó nuestras mentes.
La batería como metrónomo marcó el tempo de Lament in the Night, con la que mandaron al carajo a las tiernas canciones de amor; en algunos momentos, poesía hablada, gritada, sobre un fondo de rock. Muy buena para estar tan poco ensayada como confesaron, apenas preparada en ratos muertos en la furgoneta. La encadenaron a Black Sorrow, con la que recuperaron la energía espectacular, mientras repetían una y otra vez el título, como una invocación a la tristeza negra para que los acompañase directamente al infierno, que es donde fueron con Way Down in Hell, con la guitarra de Indy resistiéndose a arder, retorciéndose entre lamentos agudos. La ebullición del cuerpo consumiéndose en alguna de las calderas de Pedro Botero nunca ha estado mejor descrita que por la agitación instrumental que corona esta pieza. Comenzaba a dejarse sentir la extenuación, pero todavía estábamos solo a la mitad del concierto e Indy apretó las clavijas aún más en Dark Room. Era imposible seguir sin aprovisionarse de más alcohol en la barra, para luego sentirme culpable a cada trago, viendo los chorreones de sudor que bajaban por el rostro de Alejandro, el bajista, que debió perder un par de kilos en el escenario.
I Wonder marcó un momento de respiro, antes de encenderse todos de nuevo con If I Had a Loaded Gun, que sonaba de una maneraaa… ¿Cómo si Ennio Morricone se pusiese al frente de una banda post-punk…? Una canción con el atractivo pegajoso del sonido crudo. Farewell nos devolvió al ritmo más lento, casi lastimero, como para ayudarnos a compartir con Guts la tristeza del adiós de la canción, recitando, arrastrando las palabras como el Jim Morrison más pesaroso. La guitarra de Indy de nuevo ardió, en lenta combustión esta vez, entre los aullidos de los espectadores. Cuando terminaron de interpretarla fue necesario desengrasar con un rato de broma entre músicos y público.
La recta final del concierto se inició con When You Lose Your Dearest Friend, trayendo nuevos tonos y sonoridades a la guitarra de Indy, cuando parecía que ya los habíamos escuchado todos. El tubo de slide de su meñique se deslizaba a toda velocidad por el mástil mientras el bajo de Alejandro retumbaba; nos hundíamos en las profundidades nubladas de una sensibilidad punk recortada y dura, de una compulsión prolongada y bluesera… nos hundíamos en el hoyo; era el momento de Down in the Hole. Si alguna vez te has preguntado cómo habrían sonado los Doors si Jim Morrison hubiera explorado el punk, el blues y el country al mismo tiempo, Eternal Life podría señalar el camino hacia una respuesta. La banda sonaba como si se estuviera desmoronando, lo que no hubiese sido extraño después de la hora y media que llevaban sin apenas interrupción; pero seguramente solo fue el paso atrás para tomar impulso y avanzar a toda velocidad… pero a toda velocidad… hacia el final que marcó Follow Your Instinct. Quim le dio la pauta a Guts, que apenas podía seguirlo con la voz rota ya; Indy se arrodilló ante su ampli para que los oídos nos supuraran con el feedback; Alejandro colgó el bajo de un cable del techo para tocarlo de manera telepática, o eso parecía, moviendo los brazos en el aire. Todo terminó con golpes desacompasados de caja de la batería, desmadejado Quim sobre ella. Necesitábamos asistir a un concierto como este, que nos recordase el poder catártico del rock. Al salir del bar hacía un frío impropio del calor que habíamos pasado al llegar, pero lo agradecieron nuestros cuerpos achicharrados.
