I Sevilla Shoegaze (Monte Terror + Uniforms + Escuelas Pias y amigos). Sala X. 10 de septiembre de 2022
El sábado por la noche teníamos una cita en la Sala X todos aquellos que teníamos algo que agradecerle a Paco Arenas, ya fuese ser considerados dignos de su amistad o el placer de haber disfrutado de sus composiciones musicales a través de alguna de las bandas sevillanas de las que formó parte. No es que la sala se llenase de público, pero sí que tuvo una asistencia tan nutrida que me dio la impresión de que sorprendió incluso a los organizadores de este I Sevilla Shoegaze, que ese fue el nombre, que invita a la continuidad en años siguientes con ese palito que tiene al principio, que le pusieron al festival conmemorativo. Por eso allí nos encontramos a muchísima gente, tanto de los que vemos en la mayoría de los conciertos a los que asistimos de manera habitual como a compañeros que no veíamos desde hace muchos años, sabedores de que los conciertos de Monte Terror, Uniforms y Escuelas Pías iban a propiciar esta confluencia y a nadie se le escapa que una buena compañía no debe eludirse.
Por esa razón quizás la crónica de lo que hizo la primera banda en subir al escenario no sea todo lo precisa que debería, porque los primeros momentos de la noche se nos fueron principalmente en prodigar besos y abrazos y pedir las bebidas necesarias para los brindis. Esa banda fue Monte Terror y escuchándolos me dio la impresión de que su nombre está muy bien puesto porque, igual que el volcán que también lo lleva, levantado en la Antártida con su interior lleno de lava, la música de estos almerienses fue hielo y fuego. Gélido el comienzo con Espalda azul del exterminio y abrasadora la imagen de todos ellos agachados sobre sus pedales de efectos en la pieza siguiente, La línea de sombra, consiguiendo que el feddback comenzase a ir de un lado para otro, entre el escenario y el público.
Con esa canción iniciaron la inmersión en su último disco, a la que siguieron El desencanto, el duelo y la calma, Damas oferentes sobre un barco y La cima; un impulso sobre el modelo y los cimientos de su disco anterior, de donde extrajeron la canción inicial, reinventándolo para crear los viajes sonoros de este tramo del concierto en el que, todavía con la atención dispersa, como señalé al principio, me llegaban fragmentos familiares que emergían y desaparecían en medio de un torbellino de las guitarras de Manolo Illescas y Mirian Cobo, que abarcaban todo tipo de distorsión, retroalimentación y efectos, sostenidos por el ritmo persistente del bajo de Juan Muñoz e instigados por reflujos estruendosos de la batería de Juanjo Rodríguez. El sintetizador de Dani Salvador era lo más difícil de distinguir en la mezcla final. En La cima tomó la voz principal Mirian e, impulsada por la línea de bajo de Juan, convirtió la canción en una bestia mucho más musculosa que la versión grabada. La vuelta al disco anterior fue como una subida y bajada en la montaña rusa: expectantes durante la interpretación de Triple Salchow y caída libre en la reelaboración que hicieron de Poder blando, con ese inicio que a mí tanto me recuerda al The Nile song de Pink Floyd que me predispuso para la tormenta mágica de tres minutos de pura felicidad sónica. Cada vez que creía que habían alcanzado un punto máximo, lo subían de nivel con ondas de guitarras y sinte inundándonos, e incluso desencadenando estallidos de headbanging en las primeras filas, alentados por el golpeteo de la batería y el bajo persistente. Después de eso, Ardea Cineréa, la pieza final, sirvió para que nuestros sentidos golpeados procesaran lo que acababa de pasar, y mientras los cinco músicos abandonaban el escenario, tomar consciencia de que no necesitábamos un bis.
Uniforms fue preparándose sobre el escenario con la intro más extraña que he escuchado en mi vida. Más de dos minutos y medio insondables, rotos por la batería de Pan Castellano, golpeando a toda hostia, hasta que fue suavizando un poco el golpeo y dejó asomar las guitarras de Natalia Spingel y de Antonio, con quien aumentaron su formación a quinteto, aunque continuó sofocando la voz de Annie Ruíz, de forma que se me hizo indistinguible saber con qué habían empezado. Sí supe que siguieron con Crumbs porque era perfectamente distinguible el muro que la banda construía con todo su esfuerzo para castigarnos, que es lo que Annie, desde el teclado, decía en la letra, aunque seguíamos sin escucharla apenas. Siguieron en esa línea en la tercera pieza, que tampoco logré discernir qué era; en realidad, las tres juntas parecían experimentos noisies sobre Crumbs, y aunque no tenían melodías duraderas, eran una combinación muy buena de rock, psicodelia y ruido, arrojado sobre nosotros de forma impresionante.
Después de casi un cuarto de hora había que rebajar la energía, suavizar la atmósfera, y lo hicieron con Semana Satán, para ir sonando durante todo el resto del set, prácticamente sin perder una nota, nunca del todo nítidos, pero con su firma bien plantada, llenando la sala. En el Cross the pond que siguió y en Serena, después, eché un poco en falta más contundencia en el bajo de Will Castellano, siempre dominado por los platillos de Pan, omnipresentes.
Annie se pasó al español con Nomofobia, la última de las canciones que han editado, aunque en realidad su letra estaba llena de términos en inglés: dance, stories, fame, trolles, match, cruch, glow up… puente no buscado como forma de suavizar la transición de idiomas, siguiendo luego con EDMP y Annie intentando abrirse paso entre los -¿adivinas?- platillos, con una letra que era toda una declaración de intenciones… aquí no se escucha mi voz, quiero que se oiga mi voz; aquí no se escucha mi voz, quiero que se oigaaa… aunque no creáis que lo consiguió, porque no logré entender ni una palabra de la siguiente canción, cualquiera que esta fuese, pero sí que me atrapó la forma en que se entrelazaron, en perfecta armonía, las dos guitarras. El final del concierto lo pasamos sumergidos en -esperad, que ponga en ON el modo ironía- la naturaleza exquisita y delicada del baile de nuestro amigo Cheni Cheni, que subió al escenario para celebrar con Uniforms la interpretación de la canción que compusieron pensando en él, One hit wonder (Cheni’s song). La banda encontró una manera casi perfecta de casar la estética del shoegaze con canciones que se sintieron emocionales. Su concierto, en toda su hermosa simetría, fue una demostración de que su carrera musical marcha con pasos largos.
El tercero de los conciertos fue totalmente especial, y aunque anunciado como de Escuelas Pías, sus dos componentes, Cristian Bohórquez, a la guitarra y Davis Rodríguez, en la voz y el sintetizador, estuvieron constantemente acompañados por otros músicos con los que han compartido experiencias junto a Paco Arenas, a quien rendían homenaje interpretando, quizás por última vez sobre un escenario, canciones que este hacía con ellos en Blacanova, Beladrone y Martes Niebla, bandas de cuyo repertorio se extrajo todo el setlist, dejando fuera por hoy las propias composiciones de Escuelas Pías. Manuel Villa, Iñaki García y Edu Escobar, bajo, guitarra y batería, respectivamente, en Beladrone con Paco, dieron forma al sexteto inicial, completado con el teclado de Cris Romero -de Sundae y The Royal Landscaping Society-, para comenzar con El valle, La flecha y Cemento, las tres de Andévalo, el disco que Beladrone editó hace dos años, resultando ser el último de ellos. El sonido fue más nítido que con las bandas anteriores, lo que combinado con una buena forma de Davis de amoldarse a unas letras que, al no ser suyas, iba siguiendo en un atril, resultaron en una música colorida y atmosférica, una combinación perfecta para revolcarse en los sueños, aunque para muchos de los asistentes fuesen tristes por la aparición en ellos de su amigo perdido. Por la sala se extendía un estado de ánimo feliz, con alguna gota de amargura.
Como Iñaki no había formado parte de Blacanova, abandonó el escenario cuando los demás se pasaron a las canciones de esta banda, pero continuaron como sexteto porque Natalia, de Uniforms, se les unió para acompañar a Davis con una segunda voz, aunque en la sala estaba Inés Olalla, la cantante original, a la que quizás se le hacía duro el momento, porque Paco no solo era su compañero en la música, sino también en la vida. Comenzaron recorriendo la A-92, una de las mejores canciones de su disco más recordado, ¿Cómo ve el mundo un caballo?, el segundo de los que editaron hace ahora justamente diez años, en una gran versión, que mantenía vivo su ritmo motorik como si literalmente estuviesen traqueteando sobre los huesos de nuestra caja torácica. Fue un momento tan, tan glorioso… y los primeros acordes de Los buenos días nos sumieron luego en la oscuridad.
Se mantuvieron navegando por las primeras aguas de Blacanova, sin llegar a sus discos tercero y cuarto, porque cuando les dejó Natalia tras esas dos canciones, siguieron con Bonito agujero, Los Remedios y Serie B, que realmente nos recordaron la influencia de Blacanova y enfatizaron cuán adelantada estaba esta banda a su tiempo. Tiraron con fuerza de nuestras fibras sensibles y vi como bastantes de los amigos asistentes, limpiaban subrepticiamente las lágrimas de sus ojos. Terminaron con Cicatriz, una de las canciones que incluye Insolación, el disco póstumo de Paco Arenas con sus Martes Niebla, que se había editado el día anterior y podía adquirirse allí en formato de vinilo, como grato recuerdo de este festival Sevilla Shoegaze, que esperemos que de verdad haya sido solo el primero de muchos otros.