- Una de las figuras desconocidas de la música sevillana, a la que hay que reivindicar, es Kiki la Maruchi. Con motivo de la próxima edición del disco El sanatorio de los Dioses su hermana Charo Moya y Ángel Sánchez, gran amigo y colaborador, desvelan su figura en toda su inmensidad
Neruda nos habló del ojo penetrante e inquieto que tenía que saber mirar muy hondo, del oído anhelante que tenía que saber escuchar las voces de lo desconocido, para así abrir a nuestras almas el profundo secreto. Cuando hablamos de la música sevillana, pocos secretos hay más hondos que el de Kiki la Maruchi, uno y trino; él era a la vez el ojo penetrante, el oído anhelante y el hondo secreto a desvelar. Y no solo utilizo el término de hondo en esa acepción de profundidad, que no nos deja atisbar a verlo siquiera, a conocer algo de él, sino también en la de intensidad y extremismo, que marcan los sentimientos que dieron naturaleza a su obra. Y también para referirme al cante sobrio y dramático con el que marcaba esos sentimientos, el cante jondo, el flamenco, del que tenía un conocimiento completo… «incluso superior al de muchos profesionales del cante», asegura con rotundidad Charo Moya, su hermana. «Porque hay muchos profesionales del cante flamenco que conocen algunos palos, pero mi hermano conocía palos arcaicos, ya perdidos, oídos en discos de pizarra, de los que en mi casa hay colecciones imponentes; mi hermano conocía de donde provenía cada cante, sus variantes, influencias; tenía biografías de Tomás Pavón, La Niña de los Peines, Antonio Mairena, de todos los cantaores del mundo. A él le encantaba investigar, porque su vida ha sido siempre el flamenco».
Una vida demasiado corta, porque Kiki la Maruchi nos dejó, víctima de un desgraciado paro cardíaco, el 25 de enero de 2020, apenas 44 años después de haber nacido en Sevilla con el nombre de Carlos Jesús Moya Sánchez. Pero en ese tiempo de vida plena, Kiki dejó tras de sí una obra tan inmensa como desconocida; una ingente cantidad de composiciones e interpretaciones que forman un iceberg del que solo conocemos la punta que componen su disco Retrospectiva y las piezas que se encuentran en YouTube de otros dos discos que permanecen inéditos, Manantial flamenco y El sanatorio de los dioses, en los que Kiki comparte créditos con Ángel Sánchez Suárez, nuestro gran genio de la trompeta flamenca. «Era imposible, era incansable»; así le recuerda Ángel. «Carlos con la música era incansable. Si no estaba componiendo estaba escuchando, y si no estaba escuchando estaba tarareando, y si no, se llevaba la guitarra a tu casa y se ponía a tocar, flamenco, blues, jazz, tó mezclao».
Porque, aunque su vida fuese el flamenco, Ángel piensa que Kiki era un genio en todas sus facetas. «Él escuchaba a John Coltrane, a Miles Davis, a Charlie Parker, a Dizzy Gillespie, a Hendrix, los Doors, Janis Joplin… después de hacer Manantial flamenco empezamos a hacer otras músicas diferentes». Charo siempre conoció y disfrutó del eclecticismo de su hermano. «Yo con doce años ya sabía quienes era Janis Joplin o Jim Morrison; mis amigas preguntaban ese quién es, y yo les decía no lo sé, yo lo escucho con mi hermano. Soy dos años y medio menor que él y recuerdo que de adolescente era la única de mi colegio que conocía a los grandes. Yo sabía quiénes eran los Beatles; no sabía de dónde venían y qué tipo de música era la que hacían, pero sabía quienes eran sus cuatro componentes y podía reconocerlos a todos, y a Jimi Hendrix, a Jim Morrison…»
A Charo le pregunto también por la formación musical del Kiki. «Él empezó como guitarrista a los nueve años. La primera guitarra que cogió entre sus manos fue a esa edad y nos apuntaron a él y a mí en una escuela de sevillanas. Yo al segundo día dije que hasta luego, pero mi hermano se quedó allí hasta que se aburrió de tocar siempre lo mismo y se metió en el conservatorio. Luego en Castilblanco, que es donde pasábamos todas los fines de semana, fiestas y vacaciones, el maestro Castaño le dio clases de guitarra. Y después, ya él solo, escuchaba al Niño Ricardo. Se lo ponía dos veces y te sacaba el toque del Niño Ricardo; y escuchaba unas bulerías y sin nadie enseñarle, a los dos días estaba el niño tocando unas bulerías. Tenía un oído…» Y siguió aprendiendo, de forma incansable, a través de las cuerdas de nylon de Manolo de Badajoz, de Habicheula el Viejo, de Melchor de Marchena, de Currito de la Jeroma.
Kiki tenía el flamenco impreso en sus genes. «El primer cantaó de nuestra familia fue mi abuelo», responde Charo a mi pregunta sobre los antecedentes familiares del Kiki, que pudiesen haberle señalado el camino. «Mi abuelo Francisco Moya, el padre de mi padre. Él trabajaba en el campo y se hizo íntimo amigo de El Carbonerillo, que vivía también en Castilblanco. Y por esa amistad comenzó a aficionarse al flamenco. Ya por entonces a mi abuelo le llamaban el Kiki -apelativo que pasó dos generaciones después a Carlos, completado con el de la Maruchi, por su madre- y se codeó con las grandes figuras del momento. Pero el Carbonerillo murió muy joven de tuberculosis y mi abuelo pasó a ser un aficionado simple y normal, porque tampoco tenía otros medios. Pero mi padre mamó el flamenco de mi abuelo y él sí llegó a ser una reconocida figura del cante». Charo está hablando del siguiente Francisco Moya de la familia, conocido como Kiki de Castilblanco, al que la parca se llevó exactamente seis meses después que a su hijo, con un corazón tan roto por el dolor que no quiso seguir bullendo en el pecho que abrió el bisturí para arreglarlo. «Mi padre era mu cortao y la primera vez que cantó en público fue a los 18 años. Fue en Castilblanco y no sabemos por qué ese año le dio por cantar una saeta y lo hizo desde un balcón y ahí arrancó todo. Trabajaba en los almacenes de muebles de El Corte Inglés, no vivía del flamenco; siempre lo compaginó con el trabajo hasta los cincuenta y tantos años, en que se acogió a la jubilación anticipada y poco después dejó Sevilla para instalarse con la familia definitivamente en el pueblo. Pero hasta entonces, cuando llegaba de trabajar cogía el coche y se iba a Utrera, a Mairena, a donde fuese; a cantar…»
«…y tiene premios y más premios; yo no lo sabía y me quedé alucinado. Y además está considerado el mejor saetero de la historia». Esta afirmación de Ángel me deja también a mí totalmente descolocado. Pero miro en la ficha que acompaña la edición que Charo ha hecho de sus discos Cruz Alta y Confluencia flamenca y me asombra contarle hasta 118 primeros premios de cante flamenco por toda la geografía de la mitad sur de España, desde San Fernando a Madrid, de los que 71 son como saetero. Ángel sigue contando con entusiasmo. «Tenía una gran capacidad pulmonar y un cante limpio que a mí me ayudaba a aprender con la trompeta, porque él no hacía gorgoritos, como muchos otros; su cante limpio y su gran torrente de voz me encantaban y me enseñaban a coger sonidos con la trompeta, a buscar las notas que él daba, que eran alucinantes». Charo apostilla. «Incluso mi hermano también aprendió mucho de él. De joven mi padre le decía, aquí baja, aquí corta, aquí coge aire… siempre tuvieron un vínculo muy hermoso». «Porque ya no es solo que el Kiki tocase, es que también cantaba por El Trío Matamoros que daba gloria oírlo», se ríe Ángel recordando a su amigo.
Kiki la Maruchi también fue un buen cantaó; bebió de fuentes como las de Manuel Torre, el Mojama, Antonio Chacón, Manuel Vallejo. «Tenía un cante añejo, antiguo, de quejío, de lamento, de ese tipo de flamenco que solo le gusta a los entedíos, porque a la gente lo que le gusta es el flamenquito», me cuenta Charo. «Y a él la palabra flamenquito le daba un coraje que no veas… el flamenco era para él más auténtico. La gente decía que el cante de mi hermano Carlos se parecía más al de mi abuelo que al de mi padre». «Y tenía un sello en la voz que era indescriptible», certifica Ángel. «Tú escuchas la guitarra de Carlos y sabes de quién es; o escuchas su voz y sabes que es Kiki la Maruchi; es inconfundible, no es como los cantes que gustan ahora, que todo el mundo canta por Camarón y ese cantecito bonito, por arriba; qué va, el suyo era de fragua, de mina, de trabajo duro. Originalmente así era el canto de los negros, de los que construían las vías del tren; se acompañaban cantando mientras iban haciéndolas. Y con el flamenco pasaba igual, mientras uno estaba arando la tierra, o en la fragua, o en la mina, estaba dando golpes y se echaba a cantar. Es el mismo el origen de todas las músicas, de África, de América; aquí en Andalucía confluyeron tantas identidades y tantas culturas que se fusionaron con el cante judío, el árabe, el cante andaluz, así nació el flamenco. A él le gustaban los cantes antiguos, los de Mairena, las bulerías, las seguiriyas, los martinetes». «Y es uno de los pocos guitarristas flamencos que cantaban y se acompañaban a la vez». Charo nos reconduce de nuevo al Kiki guitarrista, al que hacía latir el corazón del viento flamenco que nos traspasaba el cuerpo.
Kiki la Maruchi debutó en Fuenteovejuna, a los trece años, acompañando a su padre, con quien compartió gran parte de su trayectoria como guitarrista. También acompañó a otros cantaores como el Viejo Torre, el Quincalla padre, Manolo de San Jerónimo, Curro Vázquez; y compartió cartel con figuras de la talla de El Turronero, Bernarda y Fernanda de Utrera, Naranjito de Triana, Juanito Villar, Paco del Gastor, Pedro Bacán… cuando su padre compartió cartel con Antonio Saavedra en la Bienal de Flamenco, el Kiki les acompañó al toque. El disco Cruz Alta recoge una buena cantidad de cantes de Kiki de Castilblanco con Carlos a la guitarra y compás.
«En 2015 fue cuando nos conocimos nosotros», recuerda Ángel. «Empezamos a hacer Manantial Flamenco, que está en YouTube completo, y menos mal que lo subimos, porque algo pasó en el ordenador con un virus que lo perdimos todo». A punto estuvo la sombra de dormirse en la pradera, como escribió Lorca en su otro Manantial. A punto estuvimos de no vernos bañados por el manantial flamenco de Ángel y Carlos. Desde ese momento no dejaron de hacer brotar estrellas invisibles. «En 2017 empezamos con los temas nuevos que íbamos haciendo para El sanatorio de los Dioses, que lo terminamos en 2018 con el último de ellos, Historia de la gran ciudad, y ya empezó él a trabajar en su Retrospectiva. Ya estaba más tiempo solo, o con su pareja, haciendo otra vida más social. Porque durante las muchísimas horas conmigo en el estudio era incansable; había días que era imposible, que no le salía ná, y teníamos que salir a dar un paseo tras el que se metía de nuevo solo en el estudio e iba dándole forma a las cosas. Después me decía: Ángel, escucha lo que hicimos ayer, y era una maravilla. Yo no tengo ordenador ni sé nada de informática y me quedaba alucinao de cómo iba naciendo todo, tan fresco, tan actual, tan bien hecho. Lo que hicimos Carlos y yo en sus últimos cinco años de vida fue impresionante; esa obra tiene una información y un valor que no es económico, es valor social y cultural».
En su disco Retrospectiva no aparece la trompeta de Ángel. «Él ya estaba con Macarena Illán, su pareja, y no nos veíamos tanto, lo hizo él solo, todo, los ritmos, las guitarras, los cantes, las palmas, los coros, los cencerros; lo hizo él solo allí en el campo, en el estudio que tenía montado. Fue muy interesante, porque yo al principio no entendía ná; le preguntaba qué era aquello que oía y él me decía: no sé, es algo que me sale de dentro. A lo mejor estaba en bruto en aquel momento y yo le decía que lo limpiase, que corrigiese algunas cosas, le diese forma, porque aquello tenía muy buena pinta. Era como escuchar cantes de mina, o de fragua, pero con una música imposible, totalmente contemporánea, abstracta». Charo tercia en este recuerdo de la forma de grabar de su hermano. «Él se iba los domingos al Charco la Pava y cuando llegaba por la tarde, mi madre le decía: Carlos ¿qué has comprao, esto qué es lo que é…?, un silbato, un triángulo, unas maracas, un palo… todo eso lo ha metido en el disco. Todos los instrumentos, desde el pitido, las palmitas, el triki triki, la guitarra, todo; yo no sé en qué parte de su cabeza estaba todo eso metido». «Por haber, hay hasta voces de psiquiátrico; sin que se noten, pero están ahí», señala Ángel. «Me las puso cuando estaba con las producciones y podía separar las pistas, y se escuchaban risas y cosas raras; no tengo ni idea de dónde las sacó. Y como esto es todo el disco, una ida de pinza brutal, por eso creo que es tan interesante».
Charo sigue profundizando. «Todas las letras del disco, de los temas que salen, son de libros antiguos, romanceros, de cantes que entonaban los mineros en las minas, los labradores en el campo. Carlos se iba a las bibliotecas de Sevilla y en la esquina donde estaban los libros más reventaos, donde nadie busca, pues ahí buscaba él. Y sacaba cantes y rezos antiguos, canciones de labranza; de todo eso él sacaba letras, las modificaba y las adaptaba a los temas. Y ahora métele los cincuenta instrumentitos; que yo recuerdo que no entendía nada y me enseñaba de un tema ciento y pico de pistas, una pista para tin tin, tin tin; otra pista, el triangulito, tiki tiki, tiki tiki; y ahora todo eso empezaba, y cuando terminaba yo le decía: Carlos, tú imagínate que todo esto sale p’alante y triunfas y te llaman pa un concierto… y él decía: qué va, yo no puedo hacerlo, yo no sé cómo recrear esto en directo; yo no tengo cojones de hacer todo esto de nuevo… pues anda que vas aviao; y el pobre mío no tuvo la oportunidad tampoco». Ángel se sobrepone al triste recuerdo que nos asalta. «Pero él mismo también hizo la edición del disco. Esa fue la guerra que él ganó, la de sacar por fin su vinilo y su CD. Pero solo pudo tenerlos en la mano dos veces; cuando todo estaba empezando… la mala suerte, dos meses después…», la mala sombra se empeña en quedarse y queremos espantarla; pero no se lleva su recuerdo, que se queda en Ángel, en su pecho, temblor de blanco cerezo. «La música era lo que le limpiaba el alma y le calmaba».
«Mi hermano se metía en su mundo», vuelve el recuerdo emocionado a Charo. «Él nunca había cogido un ordenador en su vida; lo cogió a la vejez. Yo no entiendo como una persona, sin entender nada de electrónica, ni tener estudios de ella, montó en el campo un estudio tan grande y completo, con altavoces para frecuencias determinadas, todo lleno de cables, que no tengo ni idea de cómo sabía dónde conectarlos, instrumentos, micrófonos; de repente, una persona a la que has visto toda la vida con una guitarra ahora tenía montado un estudio imponente. Bicheaba en internet para aprender a crear formatos, cómo grabar una pista; él mismo se lo guisaba y se lo comía, preguntaba, investigaba en libros, en tutoriales… y también diseñó él solo el disco: hizo la portada, incluyó las letras; se lo dio todo a la discográfica: quiero esto. ¿Te aportamos ideas?, le dijeron; no, no, esto. Y eso es lo que tuvo. Todo lo que había allí lo he recogido yo y he hecho un pequeño museíto con las cosas de mi padre y las de mi hermano».
Si todo el material que había en su disco era nuevo, ¿por qué Carlos lo llamó Retrospectiva? Ángel me lo aclara. «Me dijo que se llama Retrospectiva porque todo el mundo tiene que saber de dónde viene. Y creo que a esa palabra se reduce todo lo que hizo en el disco: que él nunca dejó el flamenco para incorporarlo dentro de esa cosa tan moderna y tan abstracta. Yo sigo una costumbre, que es la de coger un libro de Goya que tengo, de sus dibujos, y me pongo el disco de Carlos y se me ponen los bellos pa colgá jamones. Y me harto de llorar y de reír; y hablo con él y le digo: pero ¿cómo has hecho esto?, qué disparate tan bonito, qué cosa más bella acabas de decir. Y el disco es como premonitorio, incluso en El sanatorio de los Dioses hay letras en La Venta Eritaña que habla a su madre y dice: madre, que yo me muero… grandes las heridas… es como premonitorio…»
Y como Ángel ha introducido el tema del disco que ha servido de base para organizar esta entrevista, sigo el hilo que lo enhebra con el anterior. Le pregunto a Ángel si la música de El sanatorio de los Dioses va en la misma línea que la de Retrospectiva. «Sanatorio es el predecesor de Retrospectiva. Sanatorio lo hicimos los dos a conciencia, echando horas por la noche, por el día, por la madrugá; días y días, horas y horas, hasta que conseguimos una buena cantidad de temas. Y luego ¿cómo podíamos llamarlo? El Manicomio de los Dioses, le dije y él, no, el Sanatorio, mejor; y me gustó. Luego él ya se echó novia, pasaba más tiempo con ella y la vida empezó a cambiar; mis padres se vinieron a Burguillos y yo pasaba más tiempo aquí que en Castilblanco, donde él vivía. Eso fue en 2018 y ya empezó él a trabajar en Retrospectiva, que en bruto era un disparate, pero cuando empezó a limpiarlo, a quitar y poner sonidos, ya cogió otra forma. Esta música la están intentando hacer en Madrid y Barcelona, sin conseguirlo. Su padre no lo comprendía y él tenía ahí ese dolor: que su padre cuando escuchaba aquello…», pero Charo entra al quite. «Pero eso se lo decía a él. Después yo escuchaba a mi padre y aunque reconocía que no entendía eso, sabía que el flamenco estaba presente; no lo entendía ni lo iba a entender en la vida, pero la capacidad que tenía su hijo, eso le llenaba de orgullo». «Yo tampoco entendía ná», reconoce Ángel. «Me volvía loco; cuando llegué me pegaba horas y horas nada más que para comprender lo que me decía sobre compases, sobre música. Lo fui entendiendo con el tiempo y después de tantas horas de escucha fui descubriendo al Negro Aquilino, a Fernando Vilches, que son los abuelos de los vientos flamencos, oídos en discos de hace 70 u 80 años, que Carlos tenía. A mí me enseñaron mucho tanto él como su padre, Francisco, que eran los dos Kikis: Kiki de Castilblanco y Kiki la Maruchi. Para mí se han ido Carlos y Francisco, pero no se han ido Kiki de Castilblanco ni Kiki la Maruchi, de los que hay que dar a conocer su música. Si el público de El Niño de Elche descubriera el disco Retrospectiva creo que alucinaría; dirían: pero ¿qué estoy escuchando?, que fue lo que yo dije la primera vez. Y lo que estábamos escuchando él lo llamaba Arte Provocativo Andaluz. No creo que nadie haga algo parecido a eso».
Charo va todavía más allá. «Nadie tiene alma ni cojones de hacer eso, de tener esa capacidad. Cuando me enseñaba los temas que había hecho, yo no podía darle una opinión porque no los entendía, pero me sonaban a las películas de Tarantino cuando metía temas rocambolescos. Incluso una vez le enviamos uno de los temas, sin respuesta, evidentemente. Cuando falleció mi hermano decidí recoger y recopilar todas las historias; mi prioridad era hacerle una copia a su ordenador, porque sabía que ahí debe haber tesoros». «Debe estar el primer disco que grabó en Tomares», dice Ángel. «Y el disco que grabó después él solo, de flamenco. Y quizás Manantial flamenco, que lo tenemos que recuperar de alguna forma». Charo retoma el inventario. «Uno de los discos lo grabó dos veces en Tomares; era tan perfeccionista que incluso después de haberlo grabado una segunda vez dijo que no lo sacaba. Grabó el de Retrospectiva; el de Cruz Alta, que tiene con mi padre, y el que vamos a sacar, El sanatorio de los Dioses. Pero además en el ordenador hay uno que no tiene ni nombre, que lo grabó en unos estudios de Tomares también. Y luego está Letargo del Cólera, que ese también lo tengo guardado y nunca se ha editado. Esta ahí para el día de mañana, si yo tengo alguna vez fuerza y capacidad. Más mil temas sueltos. Tengo que hacer un barrido por todo ese ordenador, ubicarme, porque hay carpetitas dentro de carpetitas, dentro de más carpetitas; tienes que abrir cincuenta carpetitas dentro de otras cincuenta y ahí hay un tema. Hay que hacer una exploración de todo porque la cantidad de composiciones que hay es increíble. No me entra en la cabeza como pudo tener esa capacidad para empezar el tema instrumental, después el montaje, buscar letras, adaptarlas al flamenco…» Ángel continúa. «El flamenco nunca lo dejó, pero era muy curioso; decía Luis Lapuente que le gustaba desafiar todos los géneros. Todo lo que tocaba Carlos lo desactivaba, lo descomponía de tal forma que tú decías: hostias, estoy escuchando ritmos de los Beatles, pero es sureño, suena a Sevilla, suena a algo de aquí».
El disco de El sanatorio de los Dioses por fin está ya fabricándose y en breve lo tendremos en nuestras manos. Pero el camino de su edición no ha sido fácil. Ángel recuerda todas las piedras con las que tropezaron. «El crowfunding lo desechamos, Carlos no sabía ni lo que eso significaba. Charo me dijo que esto lo íbamos a sacar adelante nosotros como pudiésemos, con las oportunidades que se nos presentaran. Queríamos hacer una primera edición personal, muy bonita, con una foto de él conmigo en la que ponía En memoria de Carlos Jesús Moya Sánchez, Kiki la Maruchi. Pero el disco no se ha podido sacar en vinilo, porque se nos escapa de las manos a Charo y a mí; hay que sacar un mínimo de LPs para que te traiga cuenta y un vinilo sé que lo van a comprar los cuatro entendíos, los cuatro flipaos de la música que quieren su vinilo y los otros cuatro que tienen tocadiscos. Pero reproductor de CDs tiene todo el mundo, y lo vamos a hacer en ese formato; que además va a ser más bonito, con más información, más fotos, más detalles, más simbología… después se sacarán más ediciones, vinilos o lo que haya que sacar, pero primero es mejor centrarse en dar los pasos poco a poco. Fran G. Matute y tú os habéis involucrado mucho y podríamos hacer una presentación en un sitio como Assejazz, que resultaría perfecto. Creo que el disco va a tener suerte, va a mover conciencias y a impulsar todo aquello que estamos pensando. Con gente como vosotros vamos al fin del mundo».
«Mi hermano estaba loco con su disco, un mes antes de fallecer», vuelve la sombra al recuerdo de Charo. «La foto de la portada se la hizo seis días antes de morir, cuando nadie se lo imaginaba. Ángel y él juntos en la puerta de una casa que tiene el número 369. Cuando le pregunté a Ángel si ese número era algo concreto o al azar y lo podíamos quitar me dijo que no, que el 369 tiene las tres cifras que se van repitiendo en el orden aleatorio del universo; en todos los movimientos que tienen los sistemas solares siempre aparece la misma cifra: 369». «Y nos pusimos en la puerta por eso», continúa el propio Ángel. «Él no se hizo la foto en esta puerta de una casa que está perdida en Castilblanco porque le gustara la fachada, no; sino por el número. En la contraportada íbamos a poner una gárgola que hay en la catedral de Sevilla, que a Carlos le encantaba todo lo referente a ellas y muchas veces paseaba hasta la catedral para contemplarlas, pero a Charo se le ocurrió ponerla mejor en la galleta, que es más original y llamativo».
Original, llamativo; dos calificativos perfectamente aplicables a los sonidos que encierran los surcos y bytes de los discos de Kiki la Maruchi en solitario o con Ángel Sánchez Suárez. Sonidos que ya no tendrán continuación. «Una parada cardiaca se lo llevó», se entristece Ángel. «Estaba resfriado y fumaba demasiado; en el ambulatorio le diagnosticaron bronquitis mal curada, pero estaba vigilado y medicándose, aunque con mucha tos. Le pusieron oxígeno y estaba muy bien; esta noche me voy a hartá de dormir, que hace tiempo que no duermo bien, dijo. Pero Macarena lo vio mal más tarde de nuevo; le llevó al consultorio y allí quedó. La primera vez tendrían que haberlo enviado al hospital y quizás estaría vivo». «Eso no podemos saberlo», le consuela Charo. Pero ¿quién la consuela a ella? «Mi padre se apagó tras la muerte de mi hermano. Con la pandemia no había cante y tenía que permanecer en casa; y como se tenía que operar del corazón pensamos que era buen momento, mejor con 69 años que con 80… tiró p’alante y falleció justo a los seis meses que su hijo». Dos semanas después de marcharse el Kiki empezó también Ángel a sentir cosas raras en su cuerpo y le diagnosticaron un linfoma.
Pero no podemos dejar que la tristeza nos cubra el alma. No dejemos un final con tristeza en sombra, tristeza en calma; vislumbramos una esperanza, un encanto feliz muy próximo. De nosotros depende revertirla en alegría. Si empezamos este texto citando a Neruda, terminémoslo citando a Benedetti y defendamos la alegría como una certeza. La certeza de que la obra de Kiki la Maruchi saldrá a la luz cegadora y la de que todavía está muy lejano el último día en que retumbe el trueno en la trompeta de Ángel.