KILLdaCANE. Sala Malandar. 24 de julio de 2020.
Yo había tenido ya ocasión de ver varias veces en directo a KILLdaCANE, pero había sido en algún festival, ocasión benéfica, concierto desde lejos entre el público… anoche fue la primera vez que les vi en su salsa y desde tan cerca que podía oler el Jim Beam al que le pegaban tragos a morro y que me deslumbrase la blancura impoluta del pecho de lata de Tony Mortes, al que parece que le ha dado muy poco el sol durante el confinamiento. Estaba tan cerca que podía escuchar el monitor de Tridi Puñema mejor que él, que no paraba de acercarse y alejarse por el escenario cantando (bueno, cantando…) cosas más o menos inteligibles y sufrí con José Luis Postigo la ansiedad de la pérdida del sonido de su bajo; menos mal que esta banda es rara hasta para eso y tiene dos bajistas, por lo que las notas graves mientras tanto fueron muy bien mantenidas por Danielo Martinez, que anoche tocaba el otro bajo, en lugar del habitual Manuel Chávez. Por eso ahora, sentado al ordenador tengo muchas dudas de cómo enfrentarme a esta crónica, de si hacerlo en serio o con la misma vis cachonda que tiene la banda, que lo que pretende es que la gente se divierta mucho en sus conciertos. Y anoche lo lograron con creces.
Y digo lo de la dificultad de la dualidad entre la broma y la seriedad porque anoche entre una canción y otra lo mismo te pegaban una parrafafada Tridi y Tony sobre que con tanta gente allí sentada mirándolos parecía que en vez de en la Sala Malandar estaban tocando en el Naima (apostillado por el guitarra Fran Wilbury con un naima que por bien no venga), o gritaban vivas al coronavirus, que les había permitido estar varios meses cobrando por estar tirados en el sofá, que mediante los platillos de la batería de Melchor Hanna y unas notas sostenidas de la guitarra de Jesús Chávez, daban entrada a un pepinazo como es Pavía Crucis, que ya quisieran tener en su repertorio muchas bandas serias de hard rock; que en directo suena todavía más potente que en el disco, aunque las voces, a esas alturas del concierto, ya comenzaban a padecer los efectos del bourbon.
Así que, además de muchas risas, mantengamos amor y respeto por KILLdaCANE, porque aunque al primer vistazo nos parezca una banda con cuyos miembros es mejor estar de copas en el Vizcaíno que escuchándoles al pie de un escenario, son mucho más que eso, y lo demuestran siempre que tocan. Sus siete componentes aman la música y la que hacen es un antídoto para la pretenciosidad y el aburrimiento que causan las que interpretan otras bandas que están en la mente de todos vosotros. Es fácil ser cínico, pero es importante mantener vivo el rock and roll, y no hay muchas bandas en la ciudad que lo hagan mejor que ellos. KILLdaCANE siempre han sido más auténticos de lo que se les da de crédito.
El concierto comenzó con el telón echado todavía para que la banda pudiera presentar el videoclip de Ponserrada, el que les quedaba pendiente del disco Vol. II, cuyas canciones ya tienen video todas, en los que hemos visto a los miembros de la banda buscando pimientos por la ciudad y después celebrándolo en El Corto Maltés antes de su cierre. Cuando el telón se levantó sonaron unos acoples de introducción y todos se lanzaron con No lo sabe ya, a medias entre el rock y el rap, con gran energía, movimiento exagerado de todos y voces fuertes que atrajeron a la audiencia de inmediato. Con Ceviche Este siguieron una línea muy similar para después bajar un poco el pistón con La gorda pa mí. El ambiente ya se convirtió en una fiesta total con Por favó te lo pido, con el público gritando con ellos y el caos desatado encima del escenario, donde todos se divertían tanto como los de abajo.
Tras sufrir al Tridi haciendo un poco de hardcorlerele continuaron los saltos con Mírate en la bota, que aunque no deje de ser un Fight for your right del Hacendado tiene una fuerza de arrastre que hace que de nuevo haya que tomárselo con más calma después, y para eso estuvo De la Piñera, porque de otra forma sería imposible enfrentarse sin desfallecer a Por Detroi ni mijita, esa pieza que nunca tenemos claro si es un homenaje a Chuck Berry, un cachondeíto de Little Richard, un rock and roll serio, o todo a la vez; el caso es que funciona y puso de nuevo a la gente lista para la fiesta.
Y ya desde ahí p’alante se fueron sucediendo todas las canciones, llenas de riffs, bombo de inicio y guitarras entrando cuando les daba la gana, y frontmen desbarrando hasta el punto de cantarse una letra repitiendo Soy un chulaso al ritmo de la marcha de Amarguras. Pero es que los tíos se ponen a hacer Enrayaíto me tienes de un modo tan stoniano que les perdonas todo. Y más aún si luego se lanzan por la pendiente jevi de El Señó la querío para terminar a toda velocidad con el Pussy Warrior y su pegadizo paso p’allá, miro p’acá, o lo que leches diga ahí el Tridi, que con tanto jaleo era imposible escucharlo bien. Un espectáculo inagotable y aun así terminaron fuertes. Y cuando una banda pone esas toneladas de energía nunca puede decepcionar.
