Deafkids. Sala Holländer. 7 de octubre de 2019
Hacía ya tiempo que no iba a la Sala Holländer. Los recuerdos que tengo de los conciertos en ella son de estar más de hora y media esperando a que empezasen y después irme a mi casa a las cuatro y pico de la mañana sin haber visto siquiera a la última banda de las que tocaban. Todo ha cambiado para bien; pero es que lo de anoche fue rizar el rizo: los Deafkids empezaron a las 21.38 horas y terminaron a las 22,18. Cuando llegué a mi casa veinte minutos más tarde mi mujer todavía no se había acostado y me costó trabajo convencerla de que, de verdad de la güena, venía de un concierto de rock.
Cuarenta minutos de concierto; de ellos los veinte primeros de hostias a piñón fijo. El nombre de este trío brasileño es el más apropiado que he visto en mucho tiempo para una banda: los chavales sordos. Que es como estuvieron a punto de dejarnos a las varias decenas de espectadores que nos dimos cita delante de su escenario. Y además aprovecharon al máximo el tiempo; su sonido es amplio y lo suficientemente extenso como para que cada uno de los que estábamos allí pudiera escuchar lo que quisiese en él: punk, psicodelia, techno orgánico, rock progresivo, sonido espacial, experimentalismo, garage crudo, futurismo etéreo, heavy… todo estaba ahí. Pero todo a la vez, por eso tardaron tan poco en ofrecérnoslo.
Juraría que comenzaron haciendo Veia abierta y Lâmina cortante, pero tampoco estoy demasiado seguro porque todo era casi igual, un muro de efectos de guitarra y aullidos de voz, basados en la repetición de patrones y respaldados por una batería que cogía un esquema rítmico en cada pieza y lo mantenía prácticamente igual a lo largo de la misma. Mente Bicameral comenzó como una avalancha de ruido atmosférico más o menos apacible pero amenazante, que de forma lenta pero segura se transformó en una cacofonía de batería y ruido con golpes de guitarra y voces de eco. Progresiones de acordes forzados por la distorsión. El efecto era brillante, aunque algo cansino; Pés atados, por ejemplo, eran los mismos bestiales acordes una y otra vez.
Hasta que poco antes de la mitad del concierto la batería adquirió el protagonismo para las piezas de su último disco, Metaprogramaçäo, y todo cambió. Ahora la batería no solo mantenía unidos todos los efectos de guitarra y voces; ya no se repetía y se convirtió en parte fundamental de la música que nos atronaba. El batería llevaba una camiseta con el estampado de la portada del In rock de Deep Purple, algo nada extraño porque comenzó a recordarnos al Ian Paice del solo de batería de The mule. Esta, por así decirlo, segunda parte del concierto de Deafkids fue como un enorme solo de batería, pero acompañado por guitarra, bajo y los sempiternos gritos pasados por el pedal de efectos; pero ya no era el ruido anterior, ahora combinaban los aspectos fundamentales de su música, con la entrega vocal del guitarrista aullador, y las características electrónicas de los efectos que manejaba este, para producir una barrera de caos controlado totalmente por el batería y sus cambios de pulsos, que lograba una extraña simbiosis en medio de la disparidad y la tensión. Un caos implacable en su ferocidad y poder. Discordancia y disonancia al servicio de la música.
Cuando terminaron, el bajista comenzó a guardar parsimoniosamente su instrumento en su estuche y yo pensé que eso era parte del show, que seguramente tocarían más; pero en realidad no fue así. Y bien mirado, posiblemente ninguno de los que estábamos allí necesitaba un bis, sobre todo si en él iban a volver a convertirse en la boca abierta del infierno, tal como empezaron la noche.
Metal, hardcore, noise experimental, todo estuvo al servicio de despertar y estimular nuestros sentidos. Y los Deafkids lo consiguieron de sobra. Pasará mucho tiempo hasta que asista a otro concierto tan ensordecedor.