La Selva Sur. Sala X. 17 de enero de 2021.
Un espectáculo vibrante y divertido, esa es la definición del concierto que La Selva Sur dio ayer tarde en la Sala X. Eran las cuatro apenas cuando el escenario se llenó de músicos que guardaban entre sí menos distancia social que la que manteníamos los espectadores en la segura sala. Siete músicos, de los que solo uno llevaba mascarilla, lo que me hizo pensar que cómo coño iba a tocar el trombón el nota ese con la mascarilla puesta… pero se la quitó, claro, y todo comenzó en cuanto Raúl Calvo, aka Chusticia Ciega, marcó la pauta desde el principio con Mi lucha, su adaptación de La casa del sol naciente convertida en una declaración de intenciones, que sirvió de introducción… voy a luchar por ti, mi gente, mi bandera…
Los metales se aceleraron y Raúl gritó el nombre de la banda: La Selva Sur. Una banda que cada vez suena mejor, y no lo digo solamente por el sonido conseguido ayer, que nos hacía escuchar limpiamente cada instrumento, sino porque ellos mismos al interpretar esa mezcla de estilos musicales locales y foráneos han ido adquiriendo conciencia artística y son cada vez mucho más virtuosos que espontáneos, que es como yo les recordaba de los conciertos de años atrás. Torre de Babel fue el torbellino con el que empezó lo que se suponía que era la presentación de su tercer disco, el Kamastralopitecus Vol. 1, pero de él se quedaron fuera varias canciones y el concierto se convirtió en una muestra de toda su obra, alternando piezas de este disco con otras de los dos anteriores, e incluso estrenando una al final de todo; pero a eso ya llegaremos, porque hasta entonces tuvimos un largo trecho que siguió con el ska descarado de La vida en serie, de su primer disco, tras el que pareció que se ralentizaban antes de seguir a toda hostia con De Stambuko a Pernambul, en la que Moisés Borreo se las apañó para meter un gran solo de órgano a pesar de la velocidad que llevaban todos.
El concierto siguió transmitiendo energía al público con la versión castellanizada de Minnie the Moucher, para que la Sala X adquiriese atmósfera de club de jazz de película y Raúl nos invitó a todos a acompañarle en el scat famoso con el que, aunque a través de nuestras mascarillas, rugimos y aplaudimos como pudimos, para devolverle a la banda la energía que ella nos transmitía. Raúl lideraba el ritmo y todos los demás, Charly a la guitarra, Mentos al bajo, Melchor a la batería, Javi con la trompeta, Tito Isco con el trombón y Moi en los teclados, agregaban la música y apuntalaban los cantos del público.
Retomaron la velocidad de antes con Cortinas de humo, intercambiándola con pasajes más sosegados en los que Raúl reivindicaba que seas tú mismo quien decide tu suerte, en lugar de los de siempre; el solo de guitarra casi se ahoga con los gritos finales acusando a los medios que todos conocemos, que solo venden muerte. El beat box de Pobre gente rica siguió la misma línea hasta el punto de que Raúl, quitándose ropa bañada en sudor, echase de menos el frío de Filomena. Volvimos a escuchar gritos: si yo digo selva… tú dices sur… y de nuevo la guitarra luciéndose al final, entre palmas, tanto de la gente de abajo del escenario como de encima, una banda que mostraba su poder, nítida, ruidosa, metálica e incluso elegante en su buscado desaliño; se podía ver el disfrute en el poco espacio de la cara que dejaban ver las mascarillas de la gente, pero se notaba en los ojos y los gestos. Cuando continuaron con El muerto, el concierto estaba en su momento más álgido.
Y había que frenar un poco. Kamastralopitecus significó una introducción, tal como hace en el disco al que le da nombre, de una segunda parte, algo diferenciada de la primera. Un speech de Raúl para coger aire y continuar con un alegato a la fiesta, una reivindicación de los buenos momentos y la alegría de vivir; de la vida que sigue aunque tenga recovecos negros como el que nos recordó el propio Raúl dedicando Je suis le kamastrón a la memoria de Ale Sardina, un amigo común, o al menos conocido, de casi todos los que estábamos allí, que hace unos días se fue porque vivió la vida como le dio la gana, a su modo, para que no fuese tan arrastrada como La Selva Sur la pintaron en la canción siguiente, Sospechoso total, la que habla de lo chunga que es a veces la vida del artista de mala pinta… pare la furgo al lao del arcén y vayan bajando. Señor agente, que yo no llevó ná… que yo soy mu formá; apostaría que la canción es autobiográfica.
Del primer disco era Solo amor, una canción muy especial porque es la primera que compusieron los de La Selva Sur y representa el mensaje que siempre quieren transmitir, que si en el mundo hubiera un poquito más de amor sería un mundo mejor en el que vivir. Para hacer bien el amor romaní hay que venir a la selva sur. Era el momento de venirse arriba del todo y para eso echaron mano de su canción más escuchada, Ni quiero ni puedo, y además subieron al escenario a Alejandro Astola para que la cantase con ellos, tal como hace en el disco. La llenaron de swing, haciendo de ella una pieza bailable de la más arcaica tradición.
Del segundo disco es El tupido velo, que recuperaron también ayer rebautizada como la canción del Tinder, porque ya no es una canción de cuando salía uno por ahí por la noche para intentar ligar; ya no son las ocho de la tarde, como dice su letra, sino las cuatro, y no podemos cruzar la mirá con ella al verla al fondo de la barra, porque la barra está cerrada y te traen el cubata a tu asiento. La terminaron magníficamente en tiempo de blues. Y se fueron en loor de la pequeña multitud de sesenta y tantos espectadores con el Love romaní. Su canción de amor a la música balcánica.
Había tiempo para más, quedaba un cuarto de hora para el desalojo preceptivo de estos tiempos de pandemia y vaya si lo aprovecharon. Diez años llevamos cantando El swing de los kamastras con ellos y no era cosa de dejar de hacerlo ayer. Fue un placer comenzar así el tiempo del bis, que pareció que terminaba con los gritos de la selva se va, la selva se va… pero no querían dejarnos sin antes entonar una canción nueva, para demostrar que a pesar de todo siguen en movimiento, y el final definitivo fue con La flor de Estambul, sacada solo para hoy, solo para nosotros como regalo de despedida. Lentos compases de teclado abrieron el camino para que los metales marcaran los acordes con los que comienza a bailar la flor de Estambul y todo se quede en silencio. Un silencio roto por las peticiones de más aún, pero ya no era posible.