Todos le conocéis. Le habéis visto muchas veces en los escenarios tocando la trompeta en la banda del Pájaro y le habéis escuchado muchas más haciendo sonar esa misma trompeta dándole aires de Sergio Leone a la versión de A galopar que canta Andrés Herrera, o convirtiendo el Apocalipsis en la marcha fúnebre que acompaña un palio; porque es uno de los músicos que participa en los discos Gran Poder y He matado al ángel. Se llama Ángel Sánchez Suárez y hoy viene aquí a reivindicar la identidad propia de la trompeta flamenca y a recordarnos la figura de otro de esos músicos sevillanos que rayan la genialidad y desaparecen sin dejar tras de sí la estela inmortal que hubiesen merecido. El Kiki la Maruchi fue luz que se disipó en las sombras, y solo dejó el eco del silencio de su guitarra. Pero si rebuscamos, encontraremos latiendo sobre ese silencio el corazón del viento flamenco que nos traspasará el cuerpo.
Ángel se formó en el conservatorio y se forjó en la banda del Maestro Tejera. A mediados de la década pasada le escuchamos por primera vez en un trabajo discográfico muy experimental e híbrido, al que llamó El indio Sadócw, en el que ya comenzó a fusionar conceptos del flamenco con el jazz, usando escalas adaptadas de Paco de Lucía, con el fin de demostrar que nuestra música es indígena, tartesia y precolombina. Para hacerlo se rodeó de un gran número de músicos sevillanos, algo que fue la tónica de los siguientes cinco o seis años, cuando inmerso en el Pájaro veía a grandes instrumentistas fuese cual fuese el lado hacia el que girase la cabeza. Con ellos participó en los dos discos mencionados antes y fue también cuando comenzó a colaborar con el Kiki.
Fulgor en el recuerdo de Ángel cuando habla de su amigo. «Ya hace seis años que pertenezco a la banda del Pájaro, y durante ese mismo tiempo mi vida se enredó con Kiki la Maruchi, un músico y artista de una grandeza y pureza inconmensurables. Guitarrista y cantaó, y un compositor sin límites con el que me adentré en la composición e interpretación de dos trabajos sonoros como quien cocina a fuego lento». Y son esos trabajos los que estamos ofreciendo aquí salteando esta entrevista: flamenco abierto, libre, pleno de creatividad y maestría.
El primero de esos trabajos conjuntos fue Manantial flamenco, que Ángel nos describe con entusiasmo. «Es un disco con el que nos introdujimos en un flamenco de otros tiempos pasados; con la reminiscencia de los maestros el Negro Aquilino y Fernando Vilches, padres de los vientos flamencos, en las seguiriyas, soleares, romances y mucho más que resuenan en él».
Y si en este primer disco honraron a los antepasados que abrieron camino al futuro, en el siguiente demostraron la enorme capacidad que tiene el flamenco para fundirse con otras músicas. «Aparte de adentrarnos en los cantes y el toque antiguo, también fuimos poco a poco abriendo el abanico a la fusión de otras músicas; así fueron naciendo otros temas y canciones más contemporáneas y actuales, viajando con nuestras mentes desde África a Andalucía, desde New York a la India, desde Europa a Latinoamérica. De esa forma nació El sanatorio de los dioses, un disco que no le hace sombra al anterior, que es otro concepto complementario a aquel».
Tanto Manantial flamenco como El sanatorio de los dioses son discos que puedes encontrar en Youtube y en la página de Facebook de Ángel, ya que el infortunio evitó que pudiesen ser editados de forma conveniente. El brillo del fulgor anterior se apaga en los nuevos recuerdos de Ángel. «Kiki y yo estuvimos trabajando mucho en este segundo disco para sacarlo físicamente hasta que llegó el temible 2020. En enero de ese año falleció Kiki la Maruchi dejándonos antes de marcharse su disco Retrospectiva, al que él mismo describía como Arte Provocativo Andaluz; un disco que a medida que se conozca no dejará a nadie indiferente. Un nuevo género totalmente futurista y contemporáneo».
Pero las calamidades no terminaron todavía. «Un mes después del fallecimiento de Kiki me ingresaron en el hospital, donde pasé dos meses, justo cuando se levanta el estado de alarma, por lo que he vivido desde dentro toda esta pesadilla. Fue allí, en el Virgen Macarena donde me diagnosticaran el linfoma no Hodgkin en el sistema nervioso central. La lucha está siendo titánica; hay días que parece imposible seguir luchando, pero son esos días en los que más vivo tengo que sentirme. Cada día es una vida nueva, un regalo. El ahora toma una dimensión brutalmente mística».
Cuando el destino interpone sus manos heladas los cuerpos ceden, pero no las almas. Y Ángel sigue en la lucha, resuelto. «Terminé el tratamiento de radioterapia hace un mes y medio y quiero, necesito, poner mi mente en creatividad y en movimiento, y sacar los discos al público. En ellos hay una información demasiado valiosa como para que se pierda. Estoy hablando con algunos productores, aunque justo ahora está todo parado; también pienso en la posibilidad de hacer un crowdfunding. Con dinero todo sería más fácil, pero no hay, así que todo es un poco más difícil. Pero es de justicia que el público andaluz conozca Manantial flamenco y El sanatorio de los dioses; por la música y la memoria de mi compañero y amigo Kiki la Maruchi, al que tantísimo echo de menos». Si esta publicación es un buen punto de apoyo para las pretensiones de Ángel, nunca unos párrafos salidos de mi teclado habrán merecido tanto la pena.
Los dos primeros videos que ilustran esta charla con Ángel son una petenera y una soleá de Triana, dos de los palos más sentíos del flamenco; este anterior, con la colaboración al cante de Kiki de Castillblanco y a la corneta del Kini de Triana, es un romance más alegre. ¿Habrá algún palo al que le siente mejor el sonido de la trompeta? Le pregunto por ello a Ángel y le pido además que me diga si él tiene alguno preferido o en el que se sienta más cómodo. «No hay un palo que le venga mejor a la trompeta, porque le vienen bien todos. Porque todos son cantes intrínsecos y primitivos; también porque el flamenco antiguo tiene esos melismas en la voz y en la forma de cantar y nosotros, al usar tanto el diafragma como lo usamos con la trompeta, lo que hacemos es cantar con el metal; por eso todo le viene bien. Si acaso te podría decir que las soleares de Triana, las soleares de Jerez, las soleares de Utrera, son con las que más disfruto porque aunque tienen su métrica cogía pero después son más improvisativas, más libres, y puede que me sienta más cómodo en esos palos: soleares, seguiriyas…» Soleá descarná que derrama deleite y ventura sobre los que no encuentran esperanza ni asilo, en El refugio del mundo.
Tanto Ángel como Kiki se han movido por el mundo del flamenco al igual que por los de otros estilos foráneos. Me interesa saber quién cree Ángel que está más interesado en la fusión del flamenco con otras músicas, si los flamencos o los que llegan desde otras artes musicales hasta él. «Yo creo que si hablamos de aceptación de las músicas que hemos hecho dentro del flamenco tendría que decirte que los flamencos no es que nos hayan recriminado nada, pero sí que por su parte hay una pequeña indiferencia, insalvable muchas veces; porque si no haces cosas puras no estás dentro de lo permitido. Es cierto que el público más alternativo posiblemente sea el que más se ha acercado a escuchar nuestros temas. Aunque si lo miras bien, ahora se hace mucho flamenco jazz, pero al final no termina siendo jazz ni termina siendo flamenco, porque hay que fusionar bien, hay que hacer flamenco cuando toca y jazz cuando te lo pide el momento». Ángel y Kiki lo tienen. Tienen el toque y la fuerza necesaria para reventar las fronteras y los cánones del flamenco y hacer piezas con sabor a sangre fresca, con olor a pintura goteando fuera del cuadro…
En este Brazilia quedamos conmocionados por el fliscorno de Ángel, uno de los mejores instrumentos para las baladas de jazz, que sin embargo, no es compañía habitual para el flamenco, a pesar del alma tan tangible que tiene su sonido. En las fusiones el saxo sí que ha tenido siempre un papel muy principal, pero ahora mismo, más allá de Ángel y Kiki no conozco más que a Gitanjali, donde una trompeta, la de Javier Romero, esté también llena de esencias flamencas. «Si me preguntas que por qué no hay tanta aplicación de metales dentro de los grupos, te diría que es por las modas. Por iniciativa se va a la comodidad ya aceptada por el oído del público del saxo y la flauta, que parece que van los dos en el lote; parece que te regalan la flauta con el saxo o el saxo con la flauta, y yo creo que es por esa razón sencillamente, porque el público ya tiene esa reminiscencia en el oído y la acepta bien. Pero cada vez hay más fórmulas y más gente apostando por la diferencia; se está ampliando el sonido con big bands en Valencia y se están haciendo cosas bastante chulas; también está, por ejemplo, Antonio Lizana, que no es trompetista, no lleva vientos metal, pero por ese área están saliendo cosas muy interesantes».
La lucha de Ángel le va a hacer sacar todavía mucho margen a la vida, y por eso habrá futuro. Le pregunto qué espera de él, a dónde dirige su camino. «Ay, pues yo del futuro… la verdad es que una cosa que te enseña la enfermedad que tengo, que es el cáncer, es a que vivas día a día, hora a hora, y no pienses mucho en sitios lejanos; pero sí que me gustaría ponerme bueno, recuperarme, sacar estos dos discos, seguir con mi banda de Pájaro, que me da la vida, que son lo más grande que me he podido encontrar en este camino de la vida y de la música. Y espero estar pronto haciendo lo que más me gusta, que es irme a la sala Malandar, a la Sala X, a todos esos sitios y tocar, que es una terapia que me quita todos los males. Pero bueno, nos han tocado estos tiempos del covid y hay que ir capoteando; pero me veo en eso, saliendo de la comodidad que hemos tenido hasta ahora y tirándome al público con mi trompeta, con algún pequeño grupo, con algunos amigos… y tirar p’alante hasta que nos vayamos de aquí, que aquí no se queda nadie».
El 19 de enero del 2020 Ángel y Kiki se hicieron esta fotografía de abajo en Castilblanco de los Arroyos. A altas horas de la madrugá de una noche de frío y niebla, que nadie esperaba que fuese un presagio de lo que ocurrió seis días más tarde, cuando el Kiki, el tímido Carlos de la Maruchi, se fue para siempre. Esta foto iba a ser la portada de El sanatorio de los dioses. La vida le debe a Ángel las fuerzas necesarias para terminar lo que los dos empezaron. Y mientras tanto alivia los pesares echándolos al viento cuando hace que su trompeta cante por soleares.
