Camaradas Club + Goodbye Rosario. Sala FunClub. 18 de octubre de 2019
Si ha habido últimamente una noche en la que se han reunido para escuchar rock and roll de la vieja escuela un montón de rockeros puretones de la vieja escuela, esa ha sido la de ayer viernes en el FunClub. Presentaban Camaradas Club el disco que han grabado recientemente en el que insuflan nueva vida a canciones de los inicios del rock sevillano apenas antes escuchadas y antes que ellos calentaron el ambiente Goodbye Rosario con su mezcla colorista de rock clásico, en el que se reconocen influencias que van desde Lone Star a Warren Zevon pasando por Cheap Trick, de los que rescataron el Surrender, todas sosteniéndose en un perfecto equilibrio.
Aparte de la mencionada versión, el repertorio lo extrajeron en su totalidad de su disco Once, editado hace unos meses, aunque ahora me resulta imposible recordar cuáles fueron los acordes iniciales con que comenzaron el concierto y cuáles fueron todas las canciones que interpretaron porque partieron desde la difícil posición de tener que empezar a tocar para una sala prácticamente vacía, que se fue poblando hasta alcanzar una buena entrada a medida que iban pasando los minutos, con el agravante de que todos los que iban llegando eran perros viejos del rock sevillano y el continuo e innumerable reparto de besos y abrazos hacía muy difícil mantener la atención en el concierto de Goodbye Rosario.
De todas formas, las canciones que recuerdo, como Ying & Yang, La noche americana, Naturaleza muerta, están hechas por Miguel Ángel, Pablo, Carlos y Chary evitando caer en el previsible tópico del rock para puretas, perseverando en la instrumentación fresca, que les sitúa en el lado más verde de la valla, manteniendo sus canciones animadas y vivas; se les nota el amor y el afecto por lo que hacen y aunque sus canciones no sean una montaña rusa rítmica, la guitarra de Pablo les da un gran empuje adicional.
Para cuando subieron al escenario Pedro, Nico y Joaquín, el Fun ya estaba casi lleno y comenzó la segunda parte de la fiesta, la que todos esperaban, además con una letra que habla de eso mismo, de fiesta, que creo que Joaquín le ha puesto a la canción que se le oye cantar a Silvio en su extraña mezcolanza de idiomas y jerga inventada en el video que se conserva de su paso por el festival Salta la Tapia en el manicomio de Miraflores. Al terminarla subió también al escenario Rebeca Rosales para colaborar en los coros, igual que hace en el disco, en las ocho canciones que siguieron, que fueron las mismas y en el mismo orden, que componen Retrovisor, la obra que presentaban.
Las canciones de este disco fueron compuestas en su mayoría por Manolo Luzbel, tanto en su etapa acompañando a Silvio como para el disco en solitario que grabó, que muchos dicen haber escuchado pero del que apenas nadie tiene noticia cierta. Frente al mar es una de ellas, remozada en su letra también por Joaquín Pérez, el batería y cantante de estos Camaradas Club, que da comienzo con una entrada de guitarra de Pedro García Mauricio que, aun siendo corta, nos hace entender todo lo que le falta a los guitarristas actuales de nuestra ciudad para estar a la altura a la que piensan que están y a la que muchos de nosotros les situamos. Nadie lo hace mejor que Pedro, y es sobrio en su quehacer, simplemente procede a hacer lo que mejor sabe, y es traer al presente un conjunto de acordes originales del rock local primitivo que no solo resaltan los sonidos de los setenta en esa legendaria Sevilla, sino que miran hacia atrás a una época en la que los músicos tenían muy claras cuáles eran sus raíces y las trataban con amor y respeto.
Así es como recuperaron Mujer de las estrellas, la canción más antigua de todas las que componen su disco, anterior incluso a la época de Smash, de cuando Antoñito y Julio Matito formaban Foren Daf, nombre sin significado alguno de esta primitiva banda que se ha quedado como apelativo para Carlos, su cantante y autor de esta canción, con la que comenzaron a elevarnos, a pesar de que estábamos de pie, y a pesar de un sonido bastante nefasto que hizo que nos perdiésemos la fantástica voz de Rebeca, que no comenzó a dejarse oír, aunque de forma manifiestamente mejorable, hasta la canción siguiente, Club 29. Pero antes de que ocurriese eso tuvo lugar uno de los momentos memorables de la noche, con el inmenso riff, este sí largo y con tiempo para disfrutarlo y relamerse, de Pedro. Después llegó Cheguerop, seguramente una perversión del inglés como las que Silvio hacía, convirtiendo en eso el shake it up original, no sé si por Joaquín o por el propio Luzbel cuando le puso la letra, un pegadizo sediento de ti.
Perversa pasión también es una canción de Luzbel, un rock and roll muy directo, implacable, de nuevo con una guitarra agresiva y trituradora. Los mismos aires rockeros para atacar Provocar, la canción más conocida de todas, con la que Julio Matito quería reformar a Smash y sacarlos del pantano del flamenco fácil de El garrotín para convertirlos en una potente máquina de rock, lo que su prematura muerte le impidió conseguir, quedando la canción a merced de la comercialidad que le impusieron a los Parachokes, para enterrarlos prematuramente también como al autor de la canción. Menos mal que antes de eso, los más antiguos del lugar pudimos ver a Julio cantarla en varios conciertos y además quedó atestiguado en el video del programa de Musical Express que grabó el día antes de su muerte el poder real de la canción.
Ni los Cheyennes ni Camaradas Club han logrado revivir en sus nuevas versiones grabadas su espíritu original, pero anoche Pedro y Nico sí que nos lo mostraron, con el bajo y la guitarra convertidas en una ouija que deleitaba en vez de asustar. En Interpol Pedro volvió a sacudir la guitarra para darle vida, estrujando hasta la última nota y Sierra Norte, la última canción del disco, como la anterior, también de Manolo Luzbel, habla de emociones y pasión, lo que ya a estas alturas del concierto sentíamos todos, atravesados por las líneas de guitarra perfectamente dibujadas, por las líneas delicadamente intrincadas del bajo y por el groove de la batería.
La noche terminó haciendo honor al camaradas que da nombre a la banda, con canciones atemporales, primero de Rebeca luciéndose todo lo que el mal sonido le permitió en un gran Me and Bobby McGuee jopliniano y luego con la unión de Miguel Ángel y Pablo, de Goodbye Rosario, y Carlos Jagger, en un par de versiones de los Stones (Dead flowers nunca defrauda). Después Rosa Ávila se unió al club, aunque de forma testimonial, porque no se le oyó apenas nada, para la despedida final con El pudridero, la canción que compusieron entre Miguel Ángel Iglesias y José María Sagrista, que de entre todas las que Silvio cantaba es la favorita para los tres componentes de Camaradas Club.
Noche perfecta, en la que recuperamos canciones de hace más de cuatro décadas, con la esencia con la que entonces se interpretaban. Está muy bien saber de dónde venimos. Pero todavía está mejor saber dónde estamos. Y hoy hay muchísimos grupos en la ciudad que piden nuestra atención. Y la merecen, aunque sus raíces musicales sean otras muy distintas y todo el acervo cultural y musical que en el concierto de anoche nos hizo conmover sea desconocido e indiferente para ellos. No nos anclemos en el pasado, disfrutemos del presente y colaboremos en asentar el futuro.
