Sevilla Distorsión. Sala X. 26 de febrero de 2022
En esta web disonante hemos hablado de Sevilla Distorsión cada vez que han sacado un single o un video, pero hasta ahora no habíamos tenido la oportunidad de verles en directo. Y el sábado, día 26, se presentó esa oportunidad en la Sala X. Allí tuve ocasión de hacerles la prueba del algodón. Cuando después de pasárselo lo miré y vi que había salido negro hasta las trancas, me dije para mí mismo y para todos aquellos que me quisieron escuchar, que la prueba había sido ampliamente superada. La blancura inmaculada queda para otras cosas, pero no para una banda como esta, compuesta por cinco kinkis totalmente reales, reflejos de todos aquellos que me rodearon en mi adolescencia poliganera que, a la hora de hablar de música, que es de lo que aquí se trata, mamaban de todo lo que pudiera aportar un rato de diversión, ya fuese el pop más tarareable de la radio, los modos del flamenco más popular o el rock de las vacas sagradas de entonces, Led Zeppelin, Deep Purple, Jethro Tull, Yes, y hasta estoy seguro de que hubiese apreciado momentos de Emerson, Lake & Palmer si en estos Sevilla Distorsión hubiese algún teclista. Desde aquellos tiempos han pasado ya muchos años y los referentes han cambiado una barbaridad, pero como todo lo que va surgiendo siempre tiene algún regusto a algo anterior, toda aquella base tiene que sustentar, por fuerza, un genuino sonido progresivo de barrio, aunque el grupo utilice ese término de progresivo con más cachondeo que afanes definitorios, y tiene también que salir por todos los poros de su música, como por ejemplo ocurre cuando en Loco me quedé el fraseo de guitarra de Pablo nos lleva al de Stewe Howe en Yes, aunque él seguramente ni siquiera será consciente de ello. Está en su genoma cani. Lo está hasta en sus presencias y modos de comportamiento, por eso cuando se trata de dirigirse al público utilizando varias frases entrelazadas correctamente echan mano del más ilustrao del grupo, el que tiene mejor aspecto de persona seria y formal, el Juan, aunque normalmente lo tengan apartado allí al fondo, detrás de su batería; a la que aporrea con saña, por cierto, que lo cortés no quita lo salvaje, para sobrepornerse al sonido brutal de los demás; no en vano cuando llegué ya me advirtió Toni, el técnico, que en la prueba de sonido los cabrones estos han tocado todos con el botón del volumen al 11…
Cuando se apagaron las luces y por los altavoces comenzó a sonar el Vale o no? que sirve de introducción al disco que presentaban, el que lleva su nombre y recoge todas las canciones que ya conocíamos de ellos y algunas más, me acerqué desde la barra hasta a pie de escenario antes de que me fuese más difícil hacerlo, porque la sala estaba totalmente llena de un público muy entregado y gritón, que después de los rasgueos aflamencados de la guitarra eléctrica de Pablo y de la acústica de Jero, comenzó a cantar con este El Cachorro, algo que repitieron en prácticamente todas las demás canciones, para sorpresa incluso del propio Jero, que no esperaba que se las supiese tanta gente. Las primeras palabras de esta primera canción fueron toda una declaración de intenciones, que tanto Jero, el que las pronunciaba, como la banda al completo y las Hermanas Villegas, que estuvieron haciendo los coros también todo el tiempo, cumplieron con creces: yo soy el puto fuego, ten cuidao, que te quemo. Bailes con la estrofa de gitana, gitana; gritos mientras Pablo se marcaba el primer riff de la noche, uno de los más largos y elegantes, y vuelta al baile; la estancia en las primeras filas presagiaba mucho sudor.
De la primera canción que les conocimos pasaron a la última, aparecida poco antes de editar el disco completo. Te lo juro empezó conducida por la batería a todo gas; la guitarra del Lolo y el bajo y los gritos del Nicolás se unieron al galope, y cuando Jero, puro cani marronero, apoyado por un breakbeat canalla, invocó a la virgensita de la Macarena ya estaban saltando de nuevo todos en la sala. Y Loco me quedé fue una sinfonía poliganera con bajo gordo. Como también gordo era el padre que Jero comenzó a citar en Robá una moto… mi padre es un gordo cabrón… otra sinfonía más poliganera todavía, en la que son capaces incluso de distorsionar la imagen de Pata Negra también; porque hacerlo con la de Triana, como en las piezas anteriores, no es difícil, ya que esos eran más apolíneos que dionisíacos; pero ser todavía más canallas que los hermanos Amador tiene muchísimo mérito. Ese blues arrastrao, los acordes de flamenco, el free jazz, todo reconocible, pero con el punto irónico y bizarro que hacía parecer que más que homenajes a estas músicas eran burlas de ella. Y lo que se puso a gritar Jero ya no dejaba lugar a dudas de eso: me sudan la polla la policía del jazz y la del flamenco; me la comen por detrá, ¿sabe o no…? y después de eso, Pablo se puso a desgranar el segundo gran solo de la noche, todavía más largo que el otro, esta vez por el palo del jazz fusion.
Mi barrio es un manicomio… porque no hay nadie normá, tó er mundo tiene una tara, o alguna oreja cortá… con una cadencia así como de rumbita, que ganó muchos enteros cuando apareció por el escenario Rosana Pappalardo para hacer una segunda voz, que luego pasó a ser solista. Con El patio de mi casa se volvieron más costumbristas que provocadores; siguieron siendo psycho-canis, pero ahora la veta tradicional era mayor que la experimental y hasta el Jero hubiese sido enternecedor cantando aquello de mi tierra llora sangre sino hubiese sido porque con él lo cantaron doscientas voces más, cada una más desafiná que la otra. Durante la hora y pico que duró el concierto interpretaron todas las canciones que componen el disco y solo se apartaron de él ahora, cuando se lanzaron con unas Ratitas divinas que nada tenían que ver con el original de Pata Negra; al principio obviaron las guitarras callejeras de Raimundo y Rafalillo para entrar directamente con la descripción de estas compañeras de nuestra parte chunga, con las que hemos crecido todos los poliganeros, para enredarse después en unos fraseos guitarrísticos que se fueron embalando hasta convertirse en primohermanos del Jingo santanero.
Ante tanto canalleo había que meter un poquito de ojana, y de eso se encargó Pablo, aunque asumiendo el papel de un Lopera incendiario… orgullo de escena sevillana… cultura andaluza… homenaje bla bla blá… y guitarra flamenca y unas palmas por tangos para hablar de que Sevilla tiene un río, que en estas fechas incluso se fue a pasar por Cádiz para disfrutar del carnaval y después volvió entre zumbidos electrónicos y jaleos de las Villegas antes de hacerse El silencio. Con esta pieza llegó el final flamenco, con todos repitiendo entre palmas con buen compás si no te quieres callá, ay, nunca vas a entendé, que las palabras son aire y el aire nadie lo ve… se había convertido en fiesta flamenca lo que hacía solo un rato había sido un moshing como los de antes de la pandemia. Aquí nos cabe tó.
Y todo acabó con Arrierito en una cabalgada final que terminó definitivamente con todos nosotros. Sevilla Distorsión no hizo prisioneros. Efervescencia, audacia y creatividad en la banda más real de todas las que están reivindicando el rock andaluz; quizás no sea la que mejor funde flamenco, rock, jazz, psicodelia y todo lo que queráis meter; y ni de lejos es la de mayor éxito, pero es la más loca y divertida. Y repito de nuevo, la más auténtica.
