Los Estanques. Underground Music Club (Alcalá de Guadaíra). 30 de marzo de 2019
A pesar de que yo fui un estudiante de Ciencias y no de Letras, la asignatura que más me gustaba en mis tiempos de tierno bachiller era la de Historia del Arte. Y eso fue debido a la señorita María Victoria, la bellísima profesora que siempre escondía sus ojos (que yo imaginaba preciosos) tras unas gafas negras, como la ropa corta y ajustada que solía ponerse. A través de mi atracción por ella terminé por sentir también una atracción grandísima por todo lo que nos contaba del arte, desde los tiempos de los griegos a los modernos, pasando por el Renacimiento, y estoy seguro de que mucha de la sensibilidad que me llevó a la música me la alimentó ella con sus clases.
Pero… ¿qué tiene que ver todo esto con la crónica del concierto de Los Estanques del sábado en el Underground Music Club de Alcalá? Pues que el hecho de que algo que le gusta a todo el mundo, como es el caso de una mujer atractiva, te lleva al conocimiento de otras cosas que no conocías pero que terminan maravillándote, tuvo en ese concierto un paralelismo total con el hecho de que algo que le gusta a todo el mundo, como es el pop de estrofas y estribillos, alegre y marchoso, te lleva al conocimiento de otras cosas que no conocías, pero que terminan maravillándote, como es la pluralidad y riqueza de la historia del rock. Que al igual que María Victoria sabía hacer con la historia del arte, Los Estanques saben hacer con la historia del rock, la cual tienen enormemente bien asimilada y saben volcarla en conciertos que como este de Alcalá, son clases magistrales.

Los tíos tuvieron los santos cojones de empezar su concierto con una canción, Opium, que es una cara B de un single de sus principios y a partir de ahí seguir calentando motores con piezas antiguas… Caminando hacia el mar, Percal, Sentado al sol… que nos fueron abriendo los oídos y capturando nuestra atención para la clase, sobre todo porque algunos de sus aires con juegos de guitarra y teclado nos eran muy familiares de los tiempos de Imán Califato Independiente. Y entonces comenzó a sonar, ya del nuevo disco que tienen, Ahora el tiempo te sobra, una canción en la que los músicos de Los Estanques te cuentan cómo se las gastaban los Black Sabbath para que cuando Iñigo comience a cantar te des cuenta de que toda la música está conectada y que en vez de Ozzy Osbourne los Sabbath podían haber tenido al frente al Kiko del mítico primer disco de Veneno sin desentonar.
El pistón no lo bajan porque luego nos meten un hard rock en el que nos cuentan quiénes fueron Leño y lo que significaba su música. Pero es que un par de piezas más tarde interpretaban Deceso inmortal y estábamos escuchando a los Kinks. Al ratito sonó la canción que la mayoría de la gente conoce más de ellos, esa Efeméride por la que todo el mundo debe tener a la banda ya hasta los huevos de compararlos con Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán que sería del todo correcto si estos, en vez de madrileños fuesen de Alabama, porque con esta canción la lección que tocaba era la de rock sureño de Lynyrd Skynyrd. Después nos llevaron a un mundo de diversión funky con esos teclados marca Earth, Wind & Fire, se deslizaron por la música disco de los 80 y terminaron el set con La loa que añoré, en la que Iñigo a los teclados nos demostró palpablemente que Rick Wakeman tenía que haberse quedado en la sencillez de Las seis esposas de Enrique VIII y no dejarse arrastrar a la pompa y el boato posterior que le igualó a los mastodontes de Yes, EL&P… y la gente quería más, mucho más.

Y Los Estanques nos dieron más, mucho más. Y en el primer bis aprendimos a escuchar a los Doors, aunque la pieza que interpretasen fuese una del anterior disco de Los Estanques, Vietnam, que prácticamente encadenaron con Veo negro, también de ese disco, para el repaso final: primero la psicodelia de Pink Floyd, luego el free jazz, seguido por el blues rock de Ten Years After, otra vueltecita por los rocks de los 70: el hard y el progresivo; para terminar cerrando el círculo de nuevo con Pink Floyd y un final de esos en los que los Doors dejaban sordo a Jim Morrison.
Con un poco de azúcar esa píldora que os dan pasará mejor, y con un poco de pop progresivo psicodélico os sabrá bien hasta el jazz más atonal, porque toda la parte densa, que requiere de una gran capacidad de escucha, Los Estanques te la envuelven en el pop que siempre te ha gustado y te la hacen mucho más accesible. ¿Cuántos enamorados de otras formas de música a la que no prestaban mucha atención saldrían el sábado del concierto de Alcalá? Estoy seguro de que varias decenas.

Este concierto de Los Estanques tuvo muchísima más sal que cualquiera de sus discos, ya llenos de ella de por sí, y en él dejaron constancia de que el talento no está reñido con el revisionismo ni con la música de vanguardia, ni tampoco lo están la inteligencia y la técnica, de la que estos músicos van sobrados… a mi lado estuvo en algunos ratos Jose Casas y decía que el bajista, Fernando Bolado, era genial, uno de esos músicos que los eches donde los eches siempre caen de pie; y Andrea, el batería; y Germán el guitarrista de la muñeca súper elástica… e Iñigo Bregel, el que todo lo coordina con su amplia formación musical. ¿Te parece que exagero…? No; no lo hago… pero aun siendo verdad Los Estanques seguirán en el underground; este mundo es así.