Los Fusiles. Malandar Music Club. 21 de abril de 2023
Ya he perdido la cuenta de las veces que he visto en directo a Los Fusiles. Y nunca me han defraudado; es más, cada vez los veo más sólidos, cada vez siento menos que alguna de las canciones del repertorio no estaba a la altura de las otras, hasta el punto de que anoche en la sala Malandar no lo pensé de ni una sola de ellas; al contrario, eché de menos varias: Pasacalle en la ciudad y Díselo, canciones llenas de adrenalina con las que desencadenaban el fin del mundo en conciertos anteriores; Tarde de perros y Mecánica aplicada, en las que veíamos a Los Fusiles más macarras; El olvidao, en la que Quique siempre dejaba sonar uno de sus mejores solos… pero si hubiesen sonado todas, el concierto habría durado una eternidad en lugar de una hora y media y nuestros cuerpos no lo habrían aguantado. Lo que sí tengo clarísimo es que me voy a morir sin entender una puta frase entera de las que canta Pablo sobre el escenario; menos mal que sus canciones son de esas que tienes metidas en la mollera a base de que sus discos sean de escucha recurrente en tu casa o en el coche y prácticamente siempre sabes lo que está diciendo, aunque no lo oigas con claridad. Y eso ocurre incluso con las del tercer disco, A mano armada, a pesar del poco tiempo que lleva editado, y que aquí se presentaba oficialmente.
Por eso sus canciones tenían preferencia sobre las escuchadas en conciertos anteriores. Aquí interpretaron las diez que lo componen, completando el set list con cinco canciones más del disco anterior, Victoriosa, y siete del primero que lanzaron, ¿Quién le escribe al coronel? Las guitarras de Pablo y Quique fueron lo primero que comenzó a sonar, siguió una línea del bajo de Juanlu, un redoble de batería del otro Pablo y la cabalgada de todos juntos para lanzarse con No pierdas el norte…no importa el decoro cuando intentes golpear… la primera frase convertida en declaración de intenciones: no había decoro que valga: saltos y desenfreno, empujones, chupitos de tequila de los que llevaba más líquido en el jersey que en el vaso cuando llegaba desde la barra hasta el lugar que ocupaba, gritos de cómeme el coño que alguna de las que bailaban a mi lado le lanzaba extasiada de vez en cuando al cantante, movimientos extraños que terminaban en choque de cabezas… rockanrol… y mientras la banda golpeaba y seguía golpeando. El ritual, otra de las canciones nuevas, también venía precedida de un trueno instrumental; del primer disco llegó La llamada, con su estilo moddy de los Jam y la primera en la que todo el personal de la sala, que registró una muy buena entrada, comenzó a desafinar acompañando la letra a grito pelao. La noche había cogido buen camino.
El ritmo de la batería de Capitán, otra del disco que presentaban, era muy contagioso; fuerte y vibrante la interpretación, por un rato volví a ser el joven de veintitrés años que cambiaba las tardes del cuartel de Canillejas por el cubata en un bar de San Blas a ritmo de Tequila. Un ritmo que bajó con el medio tiempo de Mañana será igual para calmar los ánimos y extasiarse con los austeros riffs de Quique en ella. Las canciones del segundo disco llegaron a la vez que Javi Cambra, el huracán de Valencia, como lo definió Pablo con acierto al presentarlo, con su saxo y Pasen volvió a desbocar a la peña con su sonido de rock and roll de tó la vida, saltando chispas de la guitarra de Quique, energía y pasión de la voz de Pablo y Javi construyendo un final demoledor, que empezó con guiños de Quique al Wooly Bully antes de enredarse en unos fascinantes riffs que remataron Pablo y Javi con unas notas finales del Wipe Out. Todavía se quedó Javi soplando un par de canciones más, A tumba abierta y El intento, las dos también de las nuevas; la primera de clarísimo perfil stoniano y la segunda más del palo de Los Enemigos; las dos excelentes.
Y así continuó todavía más Pablo, porque si hay una canción en la que si cerramos los ojos nos parece que escuchamos cantar a Josele Santiago en vez de a él, esa es Tu sueño, que fue la que siguió, suave y melódica; con la voz de fondo y la batería más comedida, no sabía qué dedos mirar, si los de Juanlu en las líneas de bajo, quizás las mejores de la noche, o los de Quique haciendo slide. Con ella comenzó una fase apacible que siguió con Nada importante, una canción que si en vez de formar parte del ultimo disco de Los Fusiles hubiera estado en alguno de Gabinete Caligari, hubiese sido el mayor hit de estos. Chica de ojos claros es una canción para enamorarse; de cualquiera que tengas al lado, de cualquier color que sean sus ojos; para darle el aire adecuado Quique cambió su Gibson por una guitarra acústica que dejamos de escuchar en el acelerón final porque la clavija de conexión terminó por los suelos. En Bala errante fueron poppies, en El parque dulces dudueros sixties y en Sadie pasaron a rockanroleros primigenios; un trío de ases extraído del primero de sus discos largos. En La reclamación volvieron Los Fusiles más cercanos a Los Enemigos, aunque con un riff de Quique que Josele nunca hubiese sido capaz de sacarle a su guitarra.
Volvió Javi al escenario con el doble de reverb y de volumen en su saxo para darle fondo a Que no se acabe nunca, con un final entre Quique y él que hizo honor al nombre de la canción para que deseáramos todos precisamente eso: que no se acabase nunca. Pero se acabó y lo que empezó después fueron los minutos más gamberros y divertidos del concierto con La esquina de tu casa, un skapsodoble que hizo botar a todo el mundo, un cachivache musical que es el bolillón, pero ilustrado. Javi cambió unos segundos el saxo por la trompeta para darle más rollo de dos tonos de Coventry que el que tenía tomatero de Los Palacios. Tarde de perros, acelerada y con coros de los que invitaban a desbarrar, siguió con la inercia del tema anterior y los saltos y empellones continuaron.
Y ya todo fue dejarnos ir; con ¿Quién le escribe al coronel? se formaban dúos y tríos de cantantes improvisados acompañando la voz de Pablo y con Victoriosa ya se dejó sentir el agotamiento que causaba una atmósfera tan animada. Porque ya no era solo lo que Los Fusiles tocaban, sino cómo lo tocaban, haciéndonos llegar a un estado de continua sobredosis, con la vocación y el vicio de quien busca ese placer último que solo se halla en el exceso, exudando la infinita emoción que surge del peligro de llegar al límite, de tocar fuego sin quemarse.
Quedaban los bises y Pablo cambió la Fender, con la que también tuvo sus momentos protagonistas en los solos del final anterior para coger la acústica con la que se acompañó en La maestra, la canción del nuevo disco con la que se acercan al folk rock más que en ninguna otra de todas las anteriores. Y la que quedaba por presentar del disco echó las persianas de nuevo a toda hostia. No me tientes, la última carga de fusilería con la que los tipos estos del escenario nos habían estado todo el tiempo, como dicen precisamente en esta letra, apuntando al corazón.
