Los Fusiles. Sala Malandar. 30 de julio de 2020
Cuando anoche en la Sala Malandar enfilaban Los Fusiles el final de su concierto con la fuerza del rock and roll que emana de su canción Díselo, era ya prácticamente imposible mantener la compostura en nuestros asientos y no ponerse, si no a bailar, al menos a sacudir el cuerpo, a zambullirse en la inmersión sudorosa a la que nos llevaba una música que se había aferrado a todos nosotros y nos arrastraba. Los Fusiles estaban tocando sin pararse apenas a respirar y los que nos estábamos quedando sin aliento éramos nosotros.
La visión musical de esta banda es electrizante y anoche lo fue también la violencia escénica de cuatro músicos machacando sus instrumentos a veces incluso hasta la saturación del sonido, haciendo que perdiésemos muchos matices de la voz de Pablo Cuevas, pero incluso así sonaron bien, más contundentes que nunca y demostrando que la fuerza guitarrera que resaltó la producción de Jesús Chávez no se quedó en el disco, sino que en vivo brilla todavía más. Y es que comprobar como una banda insufla vida a sus canciones te hace verlas de otro modo y comprender que forman parte de la vida del grupo y que la vida del grupo forma parte de las canciones.
Y por eso la vida y las canciones siguen en continuo movimiento para Los Fusiles, que anoche asumieron el riesgo de comenzar el concierto con canciones nuevas; pero es que con canciones como Tu Sueño y Pasen es imposible perder. Con Sadie intercalada anoche entre ellas al inicio, estas dos mencionadas formarán parte del disco que están preparando ahora y que sin duda va a estar a la altura o incluso va a superar al del año pasado, porque nos adelantaron durante el concierto otras dos canciones más de él, terminándolo con Victoriosa, la que le dará título, y aunque no podamos decir (todavía) que son un bombazo como la maravillosa ¿Quién le escribe al coronel?, sí que una canción como La reclamación posee toda la magia y la riqueza melódica que van a convertir esta afirmación que hago en una apuesta segura. Porque además esa canción cuenta con la originalidad de ideas en la guitarra con la que Quique Ruiz hace que Los Fusiles vayan más allá que cualquier otra banda; igual que cuando cerró Bala errante con un solo elegantísimo e inmejorable, le inyectó riffs increíbles al sonido austero de una canción a medio tiempo como Mañana será igual o desencadenó el fin del mundo en Díselo con la adrenalina que hizo supurar a la Fender con la que había sustituido a la Gibson para esta ocasión.
Además de esas cuatro presentaciones, Los Fusiles interpretaron íntegramente la docena de canciones que hicieron que su disco fuese de lo mejor del año pasado en la ciudad, y aunque ya estuviésemos convencidos de ello anoche lo demostraron donde se debe hacer, en un escenario; haciendo vibrar a todos los presentes tanto con una balada como con un rock and roll desbocado; dándole un sonido rotundo y brillante a un blues en A cambiar de aires y dejándonos imaginar cómo sonarían los Jam si sustituyesen a Paul Weller por Joe Strummer en La llamada; logrando Pablo que perfectas melodías pop sonasen dulces, como El parque, o macarras, como Mecánica aplicada… viscerales y excitantes, con dos constructores de pura tensión detrás, que son Juanlu Cordero y Pablo Guinea, al bajo y la batería, que hicieron que la presión no disminuyera en ningún momento y la sala se pusiese a hervir desde que comenzaron y no bajase de los cien grados hasta el final.
No fue solo lo que tocaron, sino cómo lo tocaron lo que nos llevó al estado de continua sobredosis, con absoluta vocación y el vicio de quien busca ese placer último que solo se halla en el exceso, exudando la infinita emoción que surge del peligro de llegar al límite, de tocar fuego sin quemarse; sonando a un volumen atronador para recordarnos que a pesar de las mascarillas, de las restricciones, de tener que dejar nuestra filiación en la puerta, el rock sigue siendo demasiado irreverente y seguirá consiguiendo que no nos dobleguemos vencidos bajo el peso del necesario respeto a la situación actual.
