La madurez es una palabra sucia en el rock and roll. Las bandas no envejecen bien, descubren la pretenciosidad, se amoldan a la pereza y la indolencia y desdeñan las ganas de descubrir algo nuevo con lo que sorprender a sus seguidores. Los Fusiles son la excepción que confirma la regla. El trabajo duro de un grupo que aprecia tanto los encantos de la introversión como de la guitarra desbocada es lo que les lleva a completar los aforos de los locales donde tocan, pequeños, eso sí, y todavía Pablo Cuevas, Quique Ruiz, Juanlu Cordero y Pablo Guinea mantienen hasta la última mota de su credibilidad.
Escuchando Victoriosa, su tercer disco propiamente dicho, contando el EP que les dio a conocer hace ya seis años, es fácil comprender por qué he escrito el párrafo anterior. Este de ahora es un disco tremendamente humano; a través de todas las bulliciosas canciones y de las otras más tensas, a través de todas las reflexiones y preocupaciones que reflejan las letras, hay un entusiasmo y un calor que no se le escapa a nadie, un sentido del respeto que es demasiado genuino para ser empalagoso. Los Fusiles son, indudablemente, estrellas del anti estrellato.
Eso, por supuesto, no ha sucedido de la noche a la mañana. Sin desmerecer en absoluto a ¿Quién le escribe al Coronel?, su grandísimo disco anterior, con el que establecieron el molde para su sonido, lo que eleva a Victoriosa por encima de él es que está expresado mucho más confiadamente, sofisticadamente y, limpiemos la palabra del inicio, maduramente. No solo está lleno de disparos de adrenalina, sino que es meditado y artístico. Desde el principio, con la canción que da título a toda la obra, en la que parece que REM se ha fundido con los Clash, se hace patente el balance entre los acordes descarados y los pasajes de nerviosa y esquiva ansia. Y luego Pasen extiende a la banda hasta más allá del reconocimiento stoniano que tantas veces les hemos apreciado antes; no solo Quique brilla aquí como el Keith Richards local, sino que la canción no deja de sangrar con las aportaciones de los invitados Fran Rosado y Miguel Guinea con su piano y saxo, respectivamente, ejerciendo de Nicky Hopkins y Bobby Keyes.
El olvidao, sin embargo, se burla de cualquier corriente o estilo musical con su estilo irónico aunque se favorece del solo de guitarra con sabor a Page de Alvaro Suite, que también hace los coros. María Dolores es un paseo semi acústico con maravillosos toques de Loren Cortés en una guitarra española; la clase de canción por la que Mikel Erentxun se cortaría un brazo por ser capaz de componer sin robarle acordes a los Lightning Seeds. Pablo se luce en Primero izquierdo con su familiar estilo de cantar, trabajando a través de sus inseguridades emocionales, frustrado, pero aun emergiendo optimista. Volvemos a escuchar el saxo de Miguel y aparecen también la viola de María Asuero y el piano Rhodes de Jesús Chávez.
Pasacalle en la ciudad es la canción más contundente del disco y suena como si Pablo te estuviese confeccionando un manual para ayudarte a expresar tus sentimientos según el momento oportuno… aprovecha la ocasión… no hay caos que lamentar… La sensibilidad pop de la banda está perfectamente reflejada en La chaqueta de piel, escapando del sonido tumultuoso del Pasacalle. Y después está Chica de ojos claros, una de las más fuertes evidencias del desarrollo del grupo; pura y cristalina, como Pablo dice en la propia canción, la que más se favorece de la inclinación rockabilly que tiene este cantante, remarcada además por el lap steel de Roberto Sánchez. Ostentosa y espaciosa, Chica de ojos claros es un triunfo conmovedor.
La reclamación vuelve a ser una explosión de energía; potencia extra antes de las caricias quebradizas y sentimiento de juerga rota de Tu sueño, la canción con la que llegamos al final del disco.
Victoriosa, a pesar de su título, es un disco que no tiene pretensiones, arrogancia ni actitudes convenientemente no convencionales; en lugar de eso te golpea con inventiva, grandes melodías, letras de corazón e ilimitada integridad. Está lleno de intención, es complejo, pero nunca artificial; un disco que, más que ningún otro de los que se hacen por aquí, tiene mucho que ver con la realidad.