Cuando Los Rosarios llegaron con sus sorprendentes primeras canciones publicadas en su bandcamp sonaban como un debut de grandes auspicios y gloriosos días. Y su crecimiento agigantado por los conciertos a los que íbamos asistiendo era imponente. Su sonido era a la vez perfecto y envenenado. Al final de este gran año de canciones de melodías lujosas embellecidas con ruido, esta Caja de espíritus no solo ha servido como un clímax increíblemente maravilloso a los doce meses anteriores, sino que también apunta de forma optimista hacia los doce siguientes, durante los cuales Los Rosarios se van a convertir en una de las bandas más consistentes del actual rock.
Javi Neria ve caleidoscopios cuando se mira el ombligo y Carlos Ferrari reconduce sus obsesiones con las letras que canta; mientras que Selu Baños lo apuntala todo con su bajo. Y entre los tres crean postales de una diabólica Disneylandia muy personal, un lugar especial en donde Los Rosarios creen en su propia importancia aunque la gente les susurre que están deseando asesinarles.
No lo puedo detener, rápida transformación, canta Carlos al principio, cuando comienza Selenitas, sobre unos ritmos que te incitan a moverte, desgarro, muerdo y bailo… mientras Javi y Selu muestran cómo salir, Carlos sigue atrapado en la prisión que él mismo se ha construido y en la que prefiere seguir viviendo. El mensaje puede que no sea muy claro en estas borrosas caras lunáticas, pero su quid es simple: estamos inmersos en aullidos y dolor.
Hay más ideas pervertidas, precoces singularidades y enormes riffs en cualquiera de estas piezas que en un cajón de discos de rock, en el más manido sentido del término. Y se nota que está trabajando gente con aptitud, fabricando bloques de ruido, a veces desorientadores. La propia canción Guapa es un claro ejemplo, moviéndose delicadamente desde moderados rumores a base de repetición y repetición hasta ascensiones de guitarra y una letra vomitada sonando como una banda punk de los 80; sonido formidable, tenso.
A 3000 watios del suelo y Perlas son más directas; la primera, efervescente antes de saltar hirviendo sobre tu cabeza; la segunda, atractiva, e incluso agradable. Con Penitente de cuero vuelven al drama y en una espiral llegan a la canción que da título a toda la obra, una letanía de visiones extrañas acompañadas de un hipnótico ritmo y una serpenteante guitarra. Luego nuevos desarrollos, nuevas revelaciones; otro manojo de canciones interpretadas de forma más rápida, Elevator oveja y Rápido, y puntualizadas por la lenta pronunciación de Carlos, Mi chika y Some things last a long time, raídas y sudorosas, haciéndote acelerar el pulso; irresistibles.
¿Qué aptitudes o visiones tendrían en mente Los Rosarios cuando desarrollaron estos conceptos de la Caja de espíritus? Quizás el oscuro sentido del humor de Taxi driver; pero sin duda esta es la clase de feeling que requiere una banda como la de ellos: oscuro, pero positivo; glorioso de una forma más demoniaca que angelical; duro, con un ruido precioso. Canciones producto de obsesiones, que suenan lujuriosamente decadentes y mucho mejor que bien. Canciones que llenan un disco infinitamente elegante, casi una revelación, que contiene todas las fuerzas y vulnerabilidades de la banda; que son variadas.