Los Rosarios. Sala X. 21 de febrero de 2021
Fue una tarde de estrenos la del domingo con el concierto de Los Rosarios en la Sala X. Estrenaban batería tras el reciente fichaje de Paco Romero, que también maneja las baquetas en la banda Fischer Tropsh; estrenaron también dos canciones nuevas e incluso podemos considerar como (re)estreno la vuelta al seno de la banda del bajista Selu Baños, una vez recuperado de sus problemas físicos.
La caja de ritmos siempre fue una marca de fábrica de Los Rosarios y sonaban muy bien con ella y muy cómodos, ya que muchos de los referentes del grupo la manejaban también en su sonido, pero ahora la batería les da unas alas mucho más anchas para volar y la interpretación de sus canciones adquirieron una dimensión que antes era imprevisible. En este concierto lograron una sofisticación musical y de contenido que les valió críticas muy positivas en los comentarios de todos los asistentes a la finalización del mismo, y ellos salieron reafirmados como uno de los pilares más firmes del post-punk sevillano.
Después de habernos mantenido a la espera con una pieza para órgano de Bach que se nos llegó a hacer bastante tediosa, por fin aparecieron en el escenario los cuatro músicos, de los que Carlos Ferrari, el cantante, era el único desprovisto de la mascarilla preceptiva que sí portaban Selu, Paco y Javi Neria, que puso en marcha la caja de ritmos para quince segundos de acordes repetidos previos al primer estallido de la batería. Así se inició Selenitas y desde ahí Los Rosarios fueron desgranando todas y cada una de las canciones de su disco, además en el mismo orden en que aparecen en él. Desde el primer minuto, el sonido compacto de la sesión rítmica, los riffs de Javi y la letra que cantaba Carlos nos transportaron a tiempos mejores, a recuerdos de saltos, gritos y cervezas derramadas delante de escenarios diminutos en el salón de una casa solariega de El Puerto de Santa María o un rincón al lado del pasillo de acceso al Teatro Alameda, los hábitats habituales de estos Rosarios; y los escalofríos que nos recorrieron la columna vertebral con estos recuerdos se vieron todavía incrementados con Guapa y la forma en que Carlos, como un Jorge Ilegal malvado y teatral, la escupió.
El ascenso emocional que comenzaron con esta segunda canción se convirtió en físico con las siguientes, A 3000 W del suelo y Perlas, sonando mucho más potentes que en las grabaciones conocidas, llevándonos de camino a un climax que resultó fallido por la inclusión, a mi juicio errónea, de Penitente de cuero entre Perlas y Cuevas, la primera de las canciones que estrenaron aquí. Con Penitente de cuero ahí en medio se rompió una cadena de transmisión de sensaciones delirantes que pasaban desde el efecto Stooges de Perlas hasta el aire T. Rex de Cuevas; la tristeza desgarradora del Penitente nos bajó el estado de ánimo y nos privó del éxtasis sónico al que nos estaba conduciendo la intensidad de las últimas canciones, que con Cuevas hubiese alcanzado una amplitud insuperable. Su título, provisional aún, no alude a ningún hueco sombrío en la roca o el espíritu, sino al apellido de Juan Cuevas, el poeta sevillano que ha dejado que sus versos se infecten con la ponzoña sónica de Los Rosarios para convertirlos en una canción electrizante, que merece un final más trabajado que el que tiene para terminar de deslumbrarnos.
Ese sí que hubiese sido el momento para que Penitente de cuero hubiese convertido el fuego en humo denso; tras las luces de los relámpagos, la niebla de ella y después la de Caja de espíritus, la de Rápido; con Mi chika asimilamos la crudeza de una canción que cambia la intensidad de los decibelios por la de las punzadas de la nostalgia del amor. En Elevator oveja Carlos reventó el micro, tal como aullaba en su letra, mientras Paco hizo lo propio con todos los parches que golpeaba, los reventó también; Javi multiplicó sus dedos por la cuerdas de la guitarra y Selu no le dio tregua al bordón de su bajo… Los Rosarios eran en esos momentos una fiera desatada que ya solo podía seguir con una Canción furiosa. Y eso es lo que hicieron usando la otra nueva, sobre la que todavía trabajan y que tiene ese título al que hace honor, para terminar el set y despedirse definitivamente con el bis de su recreación del Some things last a long time de Daniel Johnston, a la que le dan un color mucho más brillante del que habla incluso su propio autor cuando la interpreta.
Fue un contraste la tenue luz del sol de las cinco y media de la tarde con la sensación del negro destello eléctrico que todavía nos recorría el cuerpo al salir de la sala a los que la habíamos llenado prácticamente del todo. El comentario general a la salida, como señalé ya al comienzo de esta crónica, era el de que Los Rosarios no han perdido el paso después de tantos meses separados de los escenarios, e incluso separados unos de otros; es más, ahora proyectan un aura más perturbadora que la que le recordábamos.
