García Lorca dijo que en España las nanas, más que para dormir a los niños, parecían hechas para asustarlos. Y Maleso es un clarísimo ejemplo de esa manera de hacerlas: vampiros, cerberos, íncubos, arpías, mantícoras, lodazales de absenta, pueblan la Canción de cuna para Lilith, que si bien su lirismo, ayudado además por la segunda voz de Priscila Gago, parece lleno de ternura y amabilidad, una segunda escucha más atenta de la letra revela que la melodía hecha para teñir el primer sueño de la criatura al mismo tiempo va a herir su sensibilidad. Esta nana es una de las canciones de la docena que componen el décimo disco, de título Casémonos, del prolífico Martín León, al que todos conocéis desde hace bastantes años ya como Maleso.
Obviamente no voy a establecer paralelismos entre Maleso y García Lorca, entre otras cosas porque la de esta nana es la única letra que no ha escrito Martín en sus diez discos, sino que es del poeta bilbaíno Luís María Pérez Martín, y aunque si bien el Martín nuestro tiene el colmillo tan retorcido como lo tenía Federico, los textos del segundo han quedado en la historia como modélicos a la hora de definir un perfil que el tiempo ha borrado y los del primero todavía andan en ello y no sabemos si llegarán tan lejos, aunque sospechamos que no. Sin embargo Maleso tiene algo en su favor que le faltaba, aunque a veces lo intentó, a Lorca, y es que es capaz de arropar esos textos con unas melodías y acompañamientos musicales que definen muy bien los caracteres y la línea histórica de unos personajes, de un país; unos acordes que le dan la sangre y palpitación y el aire severo o erótico en el que se mueven esos personajes. Y con esas melodías llega perfectamente a públicos amplios y de todo pelaje: a los amantes del Sgt. Pepper’s con Casémonos, a los que se arrullan con el quiet storm que sale de sus altavoces con Algo de Bach, en la que cuenta con el respaldo del saxo de Andreas Prittwitz; a los hillbillies de los políganos, Alcosa, el Tardón, Torreblanca y las Tres Mil con Mujer ilustrada y a los perroflautas de la Alameda y parroquianos del Vizcaíno de la calle Feria con Acostarme contigo (no pretendo); a los que gustan de cabalgadas sobre nuevas olas, ya sean la integracionista new wave, con La muerte y la señora García, o la antisistema bossa nova, con Huellas digitales; a los estudiosos de Johann Sebastian Matropiero con Querida mamá (dos puntos)… un afán por esparcir semillas nuevas que hagan reverdecer los caminos pisoteados por tantos caballos de Atila que es digno de encomio y que le hubiese hecho merecedor de tener el cielo ganado si no fuese porque a la vez lo ha acompañado de la composición e interpretación con sardónica sonrisa de algo tan impío como Lucía Prieto, canción de la que no queda claro si su título alude al nombre de la chica protagonista o a su busto.
Casémonos es un disco de una belleza que no es serena, ni dulce, ni reposada, sino ardiente, quemada, excesiva a veces; una belleza sin la luz de un esquema concreto donde apoyarse y que, ciega de su propio resplandor, prefiere tomarse a broma a sí misma a pesar de estar hecha de ritmos sorprendentes y construcciones melódicas llenas de un arte que escapa al dominio de muchísimos músicos más aclamados que Maleso, amo y señor de las cadencias elegantes, desarrolladas con serenidad buscada aunque broten de la tristeza sobria o del furor rítmico. Y al sacar ahora mismo este disco a la luz ha cumplido con su deber de propagandista de la poesía en la música, tan perdida últimamente.
