The Prehistorics. Sala X. 9 de octubre de 2019
Hay noches en las que no te apetece pararte a pensar en el rock and roll como el gran arte que es. The Prehistorics saben exactamente lo que necesitas en noches como esas: dejarte golpear por canciones muy buenas, una tras otra, hasta que comiences a saltar de un lado a otro como un mono sin cerebro que pide más plátanos. Anoche la Sala X estaba bastante poco poblada (por no decir casi vacía) de gente que ya no cumpliría los 40, pero que se olvidó incluso de sacar sus móviles del bolsillo para concentrarse en pedir más y más plátanos, a pesar de que la banda nos dio más de lo que podíamos masticar, por parafrasear el título de una de las canciones de anoche, More than you can chew.
Dirigidos por un gran líder como Brendan Sequeira, los actuales prehistóricos, Thomas Aguilar sacando punteos increíbles de una extraña guitarra eléctrica; Zach Rembrandt, al bajo e incluso luciéndose como voz solista en In Paris (telephone) y Tim Chillingworth desde la batería ejerciendo de director de orquesta, comenzaron a atacarnos convertidos en monstruos desde el principio, con Attack of the klingons y Zombie generation. Ya desde esos inicios vimos que la noche iba a estar movida y que The Prehistorics eran dignos sucesores de todas esas bandas australianas de grandes guitarras de los años 80 que alcanzaron entre nosotros el status de cult bands; incluso recobraron a dos de ellas con impresionantes versiones del What gives de Radio Birdman y Out of control de los Lime Spiders. Y sin hacer honor al título de su tercera canción, The silence is the strongest noise, ellos no quisieron quedarse en silencio ni un segundo y casi del tirón, sin pararse apenas, nos fueron desgranando hasta casi una veintena de canciones extraídas de sus cuatro discos, cada una de ellas hecha a medida para una ducha sonora completa.
Menos mal que intercalaron Already gone entre Hell bent of destruction (con una interpretación de Brendan que me recordó al Rosendo de Agradecido) y Rock and roller coaster, si no hubiésemos quedado noqueados cuando el concierto apenas iba por algo más de la mitad. Después pudimos descansar algo los sentidos porque bajaron un poco el tono con la que cantó el bajista y, sobre todo, con la serena y reflexiva La fleur de la liberté. El final, por supuesto, volvió a estar lleno de monstruos devoradores de cerebros que se cebaron en nosotros: Tales from the underground, Green eyed monster y un bis con Subterranean nightmare en el que Thomas se estiró con su trabajo a la guitarra.
The Prehistorics no es una banda de éxito; en realidad es más desconocida que otra cosa, pero en los 17 años de carrera que arrastra se ha convertido en una máquina resistente al óxido y muy bien engrasada. Su lista de canciones está llena de ases, espeluznantes algunas de ellas, otras con el filo spectoriano que tuvieron una vez los Ramones, muchas en las que los solos de guitarra se convierten en verdaderos deleites que canalizan el delirio de la sección rítmica. Abrasadores anoche los Prehistorics, que no sé si estarán en su mejor momento porque nunca antes les había conocido, y su sino parece ser el de contemplar como otras bandas de su país (y de cualquier país) se comen la tarta mientras ellos se tienen que comer las migajas que caen de ella. Por supuesto, comerán migajas mientras tengan fuerzas para seguir como banda, pero nosotros no tendremos que pagar agua azucarada a precio de oro bañado en champán y lo que nos venden es genuino y vale cada uno de los escasos euros que cuesta.