Cave. Sala X. 9 de abril de 2019
Anoche, cuando llevaba un rato disfrutando del concierto de Cave en la Sala X, se me había ocurrido ya el titular perfecto para esta crónica. Era una sola palabra, sencilla, pero potente y muy eficaz para describir lo que estaba dándonos la banda: krautsploitation. Porque lo que sonaba era como si la música de las películas aquellas de la saga de Shaft las estuviese interpretando Can en vez de Isaac Hayes. Pero a partir de la quinta o sexta pieza cambiaron por completo, giraron hacia otra clase de sonidos de más incierto referente, endureciéndose cada vez más, bajándose del planeador para subirse en un tren de alta velocidad, potenciando el wah-wah y los efectos, tanto como el humo que les rodeaba en el escenario, y terminando psicodélicos perdíos en una orgía sonora en la que al final acabaron follando los dos sintetizadores entre sí, porque la guitarra y el saxo barítono ya no podían con más orgasmos.
Otra cosa que me ocurrió anoche es que no fui capaz de reconocer prácticamente ninguna pieza del set list, porque lo que en los discos es espacial aquí era terrenal, incluso bailable; el enfoque y la estructura de la música convirtió el concierto de Cave en una psico-jam impulsada por un sintetizador como el que sonaba en los discos de Neu! y un bajo tan disparatado que el técnico de sonido de la sala tuvo que abandonar su mesa para acercarse al escenario y decirle al bajista que se cortara un poquito. A partir de ahí las guitarras comenzaron a adquirir cada vez más peso y los sonidos, que al principio estaban bien enfocados, con melodías bien definidas dentro de cada tema, pasaron a ser cada vez más serpenteantes, incluso erráticos a veces, y fluían, siguiendo a la autista guitarra, hasta los confines del ritmo, de los que nunca llegaron a salirse porque para eso estaba ahí la batería, que mantenía la unidad inquebrantable de la pieza que interpretaban.
Con la música de Cave, la fría noche se hizo tibia, las paredes de la Sala X se hicieron fosforescentes, sentimos la garganta reseca con el retumbar del bajo y la batería, volamos con el wah-wah de la guitarra y entramos en los tenebrosos agujeros negros que formaban los teclados. Cuando terminaron, queríamos seguir; nos pareció muy corto ese tiempo de apenas setenta minutos que nos dieron. Queríamos más estallidos en la cabeza y más rayos azules, violetas y anaranjados que nos perforaran el pecho. La tormenta que para esas horas predecían los hombres del tiempo no estuvo en el exterior, sino en el interior, y a todos los congregados ante Cave, sólo unas pocas decenas, nos dejó pegajosos el cuerpo y el alma…
…un concierto cautivador… una experiencia fascinante.
