A veces son necesarias las despedidas porque a los que se dicen adiós, aunque el amor los una, los separa la vida. Y este es el caso de Miguel Rivera y Maga. «He estado veintitrés años haciendo canciones con ellos» me dice, intentando circundar la emoción que le embarga, en sus ojos un resplandor de fuegos no apagados. «Veintitrés años acumulando un legado creativo del que estoy enormemente orgulloso. Pero hay que dejar paso a una siguiente etapa en la que me presentaré como músico en solitario; en un proyecto para el que ya estoy preparando temas, trabajando con un productor sevillano y mi intención es poder publicar algo el año que viene».
La ocasión de esta charla con Miguel se ha presentado a raíz del concierto que dará mañana viernes en el Fun Club, dentro de su gira Mi historia cantada, que dio comienzo a mediados de marzo en el Tribal de Mairena del Alcor y, tras recorrer buena parte de Andalucía y Extremadura, recalará en Sevilla, para posteriormente dar el salto a Las Palmas y seguir cantando en todos aquellos lugares en los que quieran escucharlo. «Esta gira representa el cierre de una etapa», continúa Miguel. «Y de este modo darle una honrosa despedida en directo a estas canciones. No significa que yo no vaya a volver a tocar ninguna de ellas en algún concierto; por supuesto que lo haré. Pero seguramente alguna quedará para el recuerdo y el disfrute de la gente en su versión grabada y seguramente no volverán a sonar en directo».
Cuando tuve noticias de esta gira supuse que los conciertos serían similares a aquel otro maravilloso que tuve ocasión de escuchar el pasado verano dentro del ciclo de los que se celebraban en el Palacio de los Marqueses de la Algaba. Aquel lo tituló Miguel como Canciones de mi vida y estaba compuesto por muchas de las que han modelado su vida y su propio arte; canciones de los Beatles -una maravilla cómo todo empezó con I’m Only Sleeping-, Depeche Mode, Radiohead, Björk, Radio Futura, Serrat, Camarón, también de Maga, por supuesto, lo que me dio pie a pensar que ese concierto sería una base, un buen punto de inicio para estos otros. Pero no es así; en esta ocasión todas las canciones son de las que hizo con su querida banda de Maga. «Esta es una despedida personal», me confirma. «Tuve la idea de hacer una gira de despedida con el grupo por diferentes ciudades, más allá del concierto del Lope de Vega en Sevilla, pero la situación no era propicia para ello y se quedó ahí. Y yo me quedé con esa espinita clavada; por eso al final decidí hacerlo yo solo y en ello estoy». Cuando le pregunto por el recibimiento que le hacen en los escenarios por los que pasa, en su respuesta la emoción se vuelve a enredar en sus hilos de voz con esos garfios de escarcha que el sol desflecaba en cintillos de agua por la que él solía ir nadando a mariposa. «Ha sido buenísima la acogida cada vez que me he presentado en las nueve ciudades anteriores. Creo que la gente que es seguidora del grupo, que conoce el repertorio y que ha aprendido a amarlo con los años, disfruta mucho del concierto; al menos eso me hacen saber cuando después se me acercan emocionados a compartir un poco la experiencia». Esa compañía no le faltará tampoco en el Fun Club; en su casa.
Sobre este concierto quiero hablar con Miguel de forma más extensa. «Lo que hago en estos conciertos es reivindicar la esencia de las canciones de Maga, el origen de las mismas; es buscar la forma más básica, elemental, primitiva, de ellas y plasmarlas en directo acompañándolas de la historia que hizo que naciera esa canción, bien fuese una vivencia personal, bien influencias musicales o literarias, o bien diferentes sucesos en el devenir de cada uno, en este caso, de mi persona, que propiciaron su nacimiento». Algo similar fue el viaje interior que Miguel realizó en el teatro Central en noviembre del 2021, con el espectáculo basado en su libro Sistemas binarios, en el que desplegó la lírica de la historia de su vida, haciendo que un calor nos recorriera la espina dorsal cuando compartimos con él la magia del momento en el que llegó por primera vez a sus manos una guitarra, en un encuentro fortuito que inició el camino por el que encontró infinitas canciones. Pero allí contó con la presencia de otros instrumentistas, narradores, compañeros que se le unieron en ese camino. Por eso, aunque lo que hace ahora sea comparable, no es igual en absoluto. «Este es especial y diferente a aquel y a otros conciertos que he dado en acústico, sí; porque por primera vez abro la caja de Pandora, cuento a un nivel confesional por qué surgieron ciertas canciones, qué había pasado en mi vida para que de repente quisiera escribir Diecinueve, por ejemplo, o Silencio. Y a nivel formal acompaño estas narraciones, estos cuentos, si quieres llamarlos así, con la herramienta principal de composición que he tenido a lo largo de los años, que es la guitarra». Una caja de madera encordada, de la que Miguel no ha dejado de recolectar frutos durante casi veinticinco años. «Aunque me acompañe de loopers y algún que otro dispositivo electrónico, la esencia es la guitarra, que me ha acompañado toda mi vida en la composición».
Un concierto que es todo un homenaje a esas canciones, que los afortunados que las escuchen las disfrutarán en su forma más elemental. «Será un diálogo, una reunión íntima de amigos», revela Miguel sobre su presencia en el Fun Club. «Por eso estoy buscando siempre formatos o aforos pequeños para que esto no se desvirtúe. Este tipo de conciertos no tiene sentido ante un gran aforo porque la gente se desconcentra y creo que pierde la filosofía original de esa reunión de amigos en las que les cuento una serie de historias en ese punto confesional». Canciones, por volver a las dos que él mismo ha citado, inspiradas en la oscuridad del amor perdido por otra persona –dormíamos tan juntos que amanecíamos siameses y medíamos el tiempo en latidos– o por un entorno que muestra señas de abismo –no quiero vivir en la ciudad más triste, que llora por afición– o inspiradas en la luz de cualquier otra experiencia vital en la que los demás nos veamos como frente a un espejo y nos gustemos mucho más en el reflejo.
Pero hay vida después de Maga y le pregunto a Miguel por ella. «Mi vida musical al margen de Maga lleva algunos años girando en torno al mundo del audiovisual, haciendo bandas sonoras para documentales, publicidad, películas de ficción. La verdad es que es una vertiente del oficio que he descubierto hace relativamente poco en mi vida, en el sentido de dedicarme plenamente a ello, pero que ha sido un auténtico descubrimiento». Yo casi discrepo con él en lo de descubrimiento porque de Miguel hace ya mucho tiempo que conocemos sus escarceos con el cine en El Factor Pilgrim, El Traje, Astronautas, ¿Quién mató a Bambi? o Yo, mi mujer, y mi mujer muerta. Actualmente hay pendientes de estrenar un par de películas más con su música: 30 días para ganar, del jerezano Jorge Laplace, con el que Miguel ya colaboró anteriormente en La Absoluta, por ejemplo, y también Como Dios manda, de la directora malagueña Paz Jiménez. «Este es un trabajo más subalterno, más de acompañamiento de la voz de otro narrador», me confiesa. «Pero es un efecto muy interesante, que a mí me gusta mucho; que me entusiasma, la verdad».
Ahondando en esta faceta, Miguel continúa hablándome de las diferencias entre que su música sea una herramienta para acompañar la visión de otra persona o la suya propia. «Cuando uno es compositor y, digamos si quieres, cantautor, habituado a trabajar canciones desde tu mundo interior y proyectarlas hacia afuera, hace un ejercicio distinto a cuando tienes que acompañar la visión de otra persona sobre algo en la vida, ya sea una obra de ficción o ya sea un documental. Ahí tú estás acompañando musicalmente su voz narrativa y en ese sentido tu música es una herramienta más para su voz, no es tu mundo interior el que está saliendo hacia afuera. Aunque, evidentemente, la personalidad de cada uno también se deja ver en las creaciones musicales para audiovisuales». Y la personalidad de Miguel Rivera le permite atrapar las formas puras que hay más allá del sentimiento. Crea músicas y letras que, como el rayo de una estrella, logran calcinar la huella de su sueño solitario. Todos le acompañamos cuando nos identificamos en alguno de sus versos.
