RenoFest (Monte Terror + Blusa + Martes Niebla). Sala X. 19 de octubre de 2019
La noche del sábado, caprichosamente mojada, invitaba sin duda a refugiarse en la oscuridad de una sala de conciertos y disfrutar de ese entorno idílico para degustar un nutritivo menú a base de shoegaze, noise, dream pop, electrónica y rock instrumental, que eran los ingredientes propuestos en esta ocasión por los certeros programadores de RenoFest, una cita de periodicidad semestral (más o menos) que se ha labrado con los años el calificativo de indispensable en nuestra ciudad.
Y lo que era, pues, un planteamiento muy atractivo fue en la práctica una muestra más de lo que viene sucediendo en demasiadas ocasiones en nuestros escenarios: la desidia e indiferencia de buena parte del público, que desconecta de lo que ocurre sobre las tablas para ensimismarse en conversaciones que a buen seguro pueden esperar, termina por convertir en fallida la propuesta musical, hasta el punto de que la tercera y última de las bandas despachó su repertorio en escasa media horita y bajó del escenario casi sin despedirse.
Pero vayamos por orden de aparición. Los locales Martes Niebla, impulsores del evento, fueron los encargados de abrir. Y, pese a hacerlo ante un escaso medio centenar de personas, fueron los que mejor escaparon vista la deriva que sufriría la velada. Con la luz azul de los focos apenas quebrando la oscuridad y el quinteto en primer plano -con los guitarristas a los extremos, casi en penumbra-, la típica estampa del género, Inés Olalla y Erica Pender tomaron la voz en Shit, uno de los temas nuevos, al que siguieron dos de su homónimo epé de debut, Marble (con Davis Rodríguez añadiendo una tercera voz al juego e Inés centrada en el teclado) y Fósiles, en la que el protagonismo fue para la voz masculina, más inteligible que antes.
La versatilidad de esta banda es sin duda una de sus bazas, con la que logra además huir de caer en lo repetitivo y soporífero que a veces se achaca a esta música tan de atmósferas. Y así sucedió que Erica se colocó en segundo término, a la batería, dando nuevos matices a las canciones sucesivas, todas ellas de las que integrarán su primer álbum. En Destroy, Davis cedió el testigo vocal de nuevo a Inés para centrarse en su bajo, con el que ayudó a Paco Arenas y Cristian Bohórquez a elevar un muro de distorsión tremendo, de lo mejor de la noche. Y en Primo Toby y Pota, las dos siguientes, se mantuvo la tensión, con crecientes espirales de ruido y reverb que evocaron a los mismísimos My Bloody Valentine.
Otro tema conocido, Cervatillos, y otro inédito, Helsinki I y II, sirvieron para cerrar el set, con Inés admitiendo sus problemas por mor de unas placas en la garganta que en todo caso no empañaron una actuación que disfrutó el público, aun (y aún) comedido y atento a lo que había que estar.
Sin demasiado receso, como debe ser, subieron al escenario de la Sala X Daniel Barja, Antonio Ortiz y Curro Molina, esto es, Blusa. Era, obviamente, la propuesta más diversa de la noche dado el viraje hacia la electrónica del veterano combo, sin duda uno de los más personales y excelsos de la poliédrica escena sevillana actual. El trío arrancó con dos temas (#2 y #4) de su último disco, K, antes de presentar nuevo material de su inminente cuarto álbum, que se llamará finalmente Resonance y que aparecerá algún día… En Boards y Cutoff mostraron que tampoco han dicho adiós para siempre a lo eléctrico, alcanzando momentos de clímax con guitarra, bajo y batería enchufadísimos mientras las imágenes proyectadas a espaldas de Ortiz invitaban a zambullirse en un viaje lisérgico por las copas de los árboles.
Lástima que el ¿respetable? se enfrascara a partir de ahí en un constante y molesto cuchicheo que empezó a aguar el concierto. Porque el trío seguía afanándose de lo lindo en su sugerente rock instrumental, que en Dark Arp mostraría una estampa que se diría no era casual: Ortiz y Molina virados hacia su derecha, el primero alternando percusión electrónica con bombo y platillos y el segundo a las teclas; y Barja hacia la izquierda frente a los cacharros de Molina tocando el bajo de éste; los tres sin encarar al público, como si este no estuviese allí -¿lo estaba?-.
Pese a diversos problemas técnicos, alguno más evidente que otro, y a esa insoportable actitud de ciertos espectadores, Blusa remató su bolo con firmeza en dos crujientes temas nuevos, Vargtimmen y Resonance, y en el cierre que puso Navajo, canción extraída de su segundo disco largo, ¡Toca breakbeat, perro!, y en la que suplieron la ausencia de una segunda guitarra (el tema es de 2014, cuando aún la banda era cuarteto con Jorge Marmesat también a las seis cuerdas) con las bases electrónicas de Molina, un fichaje de valor incalculable que aporta un potosí a una banda de muchos quilates.
Llegó el turno de Monte Terror a eso de la medianoche y entonces ya sucedió lo inevitable: el guirigay, ya ni siquiera murmullo, resultaba ensordecedor y eso es justo lo último que necesita una banda que ejecuta una música a medio camino entre el shoegaze y el noise, donde priman las atmósferas, donde las voces precisan de silencio aunque ni así fueran inteligibles. Los almerienses centraron su actuación en su último trabajo, El último verano de nuestra juventud, que interpretaron casi completo y en idéntico orden a como aparece en la grabación. Empezaron tranquilos con Triple Salchow pero no tardaron en calentarse, primero con Poder blando (con ramalazos rock y una batería potente acompañando las voces de Manolo Illescas y Miriam Cobo para una final pleno de distorsión) y luego con Oude Kwaremont (más post punk acelerado y vitriólico), un majestuoso guiño a la Ronde van Vlaanderen ciclista por iniciativa del bajista, Juan Muñoz, ante el que caímos rendidos algunos…
Y de repente, todo se fue al traste. El quinteto, seguramente incómodo al comprobar que el ruido no lo provocaban ellos, enfiló la recta final precisamente con Ruidicos -el único tema de su anterior epé, Venga mi muerte (2015)- antes de cerrar un escueto repertorio de sólo seis temas (había previsto un séptimo, pero visto lo visto,..) con Espalda azul del exterminio y Teoría de las catástrofes.
Sólo que esta vez la catástrofe se produjo en la práctica y el exterminio, pese a merecido, no llegó.
