Monkey Week SON Estrella Galicia (jornada del sábado). Alameda de Hércules y entorno. 23 de noviembre de 2019
Se marcharon por fin las molestas lluvias de cara a una tercera jornada de Monkey Week SON Estrella Galicia que nos prometíamos muy feliz. Pero cuando se despejaron esos nubarrones, aparecieron otros menos previsibles e igual de inevitables: problemas de salud de su baterista frustraron la tan ansiada visita de los australianos Tropical Fuck Storm, el plato fuerte del festival para no pocos aficionados, que fue compensado por la organización con la celérica llegada de Los Jaguares de la Bahía; y que se unía a la ya anunciada baja de Lysistrata para terminar de quebrar la programación del Teatro Alameda, salvada sólo por el ciclón en que se ha convertido Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Unas cancelaciones a las que se sumaron (esto ya es menos grave) diversos problemas técnicos sufridos por bandas como Fornet, Pluto Crevé, Tzetze o Side Chick, que retardaron su puesta en escena y en el caso de los belgas arruinaron su show.

Inconvenientes que no impiden, en todo caso, la sensación de deleite sublime que arroja esta nueva edición sevillana de Monkey Week. Gracias, por ejemplo, al recuerdo que nos deja la actuación como estrellas que son ya de los locales DMBK. Ni siquiera la enorme suciedad de sonido que tuvo el Teatro Alameda durante su concierto empañó la fiesta, y la kinkidelia volvió a extenderse entre todos los presentes, que llenaron el recinto y se sumaron al éxtasis de una banda a la que le espera un gran futuro tras la línea del horizonte. Tan magnéticos y explosivos como siempre, volvieron a abrasarnos con el Aliento de dragón, la vibrante Grecas, la trepidante Nana del caballo grande, la bestial Piedra de Sharon y El salto del gitano final que desencadenó la locura de otros saltos, empujones y vasos voladores vacíos de cerveza, por suerte.
Los sustitutos de Lysistrata, y por tanto los encargados de inaugurar a eso de las nueve y media la programación principal del evento, fueron Akkan, un dúo barcelonés que llenó un recinto semivacío de electrónica naturalista sin ningún condicionante de géneros, si bien fue derivando en repetitiva, por lo que optamos por cambiar de tercio, renunciando de paso a Paco Loco y compañía, y buscar otros estímulos entre la diversa oferta de los restantes espacios.

Pero mucho antes de eso, Sevilla Disonante arrancó esta maratoniana jornada final a las tres de la tarde en el Escenario Jägermusic con los lituanos Timid Kooky. No pudo ser un inicio de ruta más estimulante, ya que el trío resultó ser uno de los hallazgos más interesantes del festival con su fresca y punzante propuesta en la onda de Brainiac, con originales cambios de ritmo y distorsión a raudales. Los bálticos se atrevieron a versionar ralentizado el archiconocido Toxic de Britney Spears antes de rematar enchufados y descamisados, con el pizpireta vocalista principal subido en un amplificador tras tocar su rosa guitarra con un tanque.

Antes de concluir su actuación llegó la temida confirmación de que Tropical Fuck Storm cancelaba su concierto. Con este mal rollo nos desplazamos al centro de la Alameda para ver sobre el Escenario ICAS a los italianos Bee Bee Sea. Y pronto se disipó la tristeza porque fue la de los transalpinos otra apuesta acertada. El trío de Mantua desplegó un punk melódico contagioso cantado en inglés salvo en Piangi con me, versión de un clásico éxito en su país de The Rokes, y consiguió atraer muchas miradas y algún que otro bailoteo. Tan gustoso fue que luego repetimos en la pista de coches de choque, donde hicieron temblar, literalmente, las planchas metálicas que formaban el suelo con el pogo más numeroso, duradero y loco de todos los presenciados hasta ese momento.

Mientras, en el Escenario Alameda pudimos comprobar cómo el público congregado ante él se hallaba rendido a las canciones de olor rancio sostenidas por ritmos punkarrones de los almerienses Compro Oro. De vuelta a la pista de coches de choque pudimos ver los compases finales del concierto de los jienenses Uniforms, que habían iniciado su set con un tema nuevo, Sunflowers, y que cerraron con otro inédito, Cheni, después de repasar su disco Polara a base de noise y shoegaze que hizo contonearse a gran parte de un público que ya casi llenaba el recinto.

En el Escenario ICAS iba a llegar otro de esos conciertos que por sí solos justifican el lema de Monkey Week, eso de «descubre hoy a las bandas de mañana». Nos referimos a Koala Voice. Hacía muchísimo tiempo que no veíamos a un animal escénico como Manca Trampuš, la jovencísima chica que estaba al frente de la banda, cantando con una tesitura vocal similar a la de Courtney Barnett y transmitiendo con su cuerpo y su actitud toda la energía del rock verdadero. Con canciones tanto en inglés como en esloveno, de allí vienen, y arropado por un gran trabajo de guitarra y una contundente base rítmica, el indie pop de los 90 surgía de ellos con una frescura absoluta.

La tarde todavía mejoraría y mucho gracias a Side Chick, un trío integrado por una americana, una catalana y un venezolano que se conocieron en la Ciudad Condal y que arrasó en la Casa Palacio Monasterio pese a retrasar su inicio por problemas técnicos varios (un micro daba calambrazos a una de las vocalistas). Solventado el incidente, dejaron una glamurosa y sensual descarga punk pop con reminiscencias a las Breeders más guerreras en temas tan directos como Shut your whore mouth, Superman (Maïa contó que la escribió con 15 años… cuando aún era virgen) o Your face is a butt, dedicada a los políticos de sus respectivos lugares de origen, que concluyó con ambas vocalistas de espaldas al público, con sus culos en pompa…

Con tremenda estampa en la retina regresamos a la Alameda para comprobar que en los coches de choque había demasiada gente y no tanta atenta al escenario: despedidas de soltero, más de uno con copas de más, chicas bailando sevillanas… Ajenos a ello, los zaragozanos My Expansive Awareness se afanaban en sus bucles llenos de psicodelia con alternancia de voces masculina y femenina mientras que, un rato después, Los Wilds hacían honor a su nombre provocando pogos multitudinarios con su punk rock pegajoso y desacomplejado. El cantante se subió a la barra del bar, a los amplis, a los hombros de sus fans… en un descoque exagerado que culminó con No me toques mamá, su último sencillo.

Entre tanto, en el Escenario Marvin de Ítaca asistíamos al dream pop de Rycerzyki, un cuarteto polaco que resultó ser demasiado melifluo y azucarado para nuestro propósito, que era bajarnos poco a poco de la nube, no morir de aburrimiento; y más tarde al bolo del dúo madrileño Tzetze, quienes también debieron lidiar con problemas técnicos antes de arrancar su caótico y repetitivo (en sentido positivo ambos calificativos) show de reminiscencias no-wave con Claire y Raúl desgañitándose, alterando sus voces en loops asombrosos, a la par que sacaban sonidos imposibles de su batería y guitarra, respectivamente.

Otra vez pusimos rumbo a Monasterio para encontrarnos con Jessiquoi, lo que fue otro nuevo acierto, porque esta chica suiza, parapetada tras su consola de gadgets electrónicos de la que iban surgiendo sin cesar complicadas bases, efectos y enrevesados samples, era una sirena que nos mantuvo cautivos con su canto sin otra opción que rendirnos a ella, una Nina Hagen electrónica. Saboreando aún lo que acabábamos de ver, esperamos allí mismo el concierto de MOURA, una banda gallega que dejó patente que La Coruña es la novena provincia andaluza. Lo que ellos hacen es rock andaluz, ¿de qué otra forma se puede definir una pieza como Da interzona a annexia que no sea diciendo que es lo que hacían Imán con una dosis extra de psicodelia y el volumen de los amplis subido hasta el 11? El abrazo de este estilo con el folk gallego es más patente todavía en la Ronda das Mafarricas con la que cerraron, rock lisérgico y sinuoso con el que habían participado al mediodía en la Batalla de Bandas, que teniendo a MOURA como contendientes no se explica uno cómo nombraron vencedor a Ignatius Farray y su mediocre banda Petróleo.

En el mismo escenario del coqueto recinto de Amor de Dios reaparecieron en todo su esplendor los problemas técnicos y los padecieron sin tirarse de los pelos los belgas Fornet, recién aterrizados en San Pablo (a las siete y media, según desvelaron; de ahí la permuta con MOURA). Apenas pudieron enlazar tres temas que apuntaban muy buenas maneras, como un cruce entre Slint y la facción menos encabritada del sello Dischord, pero que dejaron un sabor ineludiblemente amargo. Seguro que debieron pensar que mejor se hubieran quedado en Bree, su localidad de origen. Queda pendiente otra visita.
Por otro lado queríamos ser testigos de la nueva reinvención de Quentin Gas, que esta vez se presentó con el único respaldo de Enzo Leep, un DJ hasta ahora dedicado a las sesiones, mucho más apreciado en Berlín o Kiev que en su propia ciudad de Sevilla, que con los arreglos techno que le ha hecho a canciones como Mangala las hace apenas reconocibles y las convierte en poderosas máquinas de baile. Todo el repertorio antiguo de Quentin, Deserto Rosso, Mala puñalá, etc. estaba deconstruido y el concierto lo basó sobre todo en piezas nuevas en las que fusiona el house con un flamenco sintético dando lugar a una arquitectura musical que las hace muy atractivas. Sobre las bases que el DJ le iba enviando continuamente y sus histriónicos fraseos tratados por la station loop a sus pies, Quentin nos presentó por vez primera Dioses, Grrrrra, Tierra y Cambio climático, sin parar de interactuar con el público que abarrotaba la pista de coches locos.
De camino al Teatro Alameda hicimos un alto en el escenario principal del boulevard para asistir a parte del divertido ceremonial de Bosco, la banda murciana tan ecléctica en sus referentes, que en un escaso margen de tiempo nos hizo respirar humeantes aires de reggae, puso a bailar a todos los congregados ante el escenario, con la gente girando abrazada en círculos concéntricos, algo que sonaba mucho a fiesta griega y puso punto final a su espectáculo con un ska multitudinariamente seguido. También nos dio tiempo de asomarnos al FunClub para ver a los escoceses Savage Mansion, que ejecutaban un punk entre lo-fi y arty tan correcto como poco sorprendente, al menos en parangón con otras bandas vistas horas atrás.



Mientras Sevilla vibraba con DMBK, Disonante trataba en vano de encontrar alguna perla más junto al río. Apostamos por el país vecino y nos metimos en La Calle a degustar el menú portugués, que fue de menos a más en consonancia con la asistencia de público. Y es que el dúo lisboeta Ghost Hunt desplegó su set de synth pop con guiños kraut ante una sala casi vacía; luego los ya habituales (tercera visita a Monkey Week) Glockenwise mostraron un rock guitarrero de corte tan clásico como su vestimenta, sólidos y disfrutables aunque sin inventar nada pese al complemento de saxo y guitarra española y sin demasiado riesgo más allá del que protagonizó el cantante al saltar al público y dar con sus huesos en el suelo; por último, Solar Corona sí convenció más con su rock instrumental y experimental, esta vez con el mismo saxofonista ahora como protagonista de bucles y ondas expansivas infinitas junto a los virtuosos guitarrista y bajista.

Entre medias de las bandas lusas pudimos hacer una incursión a la Sala Even (increíble pero cierto, no había cola) para ver cómo Belako desgranaba los hits de su último disco a la espera del nuevo que, según dijo Cris, está en plena cocción. Las «gambitas» por su falta de ensayos a las que aludió la vocalista no parecieron influir en un animoso público que llevó en volandas a Josu, el guitarrista. Nos pasamos un ratito por la Sala X, donde Gloriosa Rotonda empezaba antes 25 personas un set de rock adictivo aunque sin proporcionar la excitación que uno aún quería sentir antes de la despedida.

Aún quedaban balas en la recámara. De vuelta a la Even nos topamos con St. Woods y su set de canciones que recuerda mucho a Bon Iver pero que no se queda en estereotipos cerrados, como demuestra el hecho de que terminasen con una versión muy cambiada y bien conseguida del Roxanne de The Police. El atractivo principal de esta banda madrileña radica en la hermosa voz de un cantante que además sabe usarla de forma mágica tanto en los gritos altos como en los susurros contenidos, y el respaldo de un batería que, usando elementos digitales tanto como los habituales analógicos en su set de percusiones, le da a la música una impresionante profundidad. El cantante, Nacho, terminó un poco mosqueado con la gente, que parecía tener más ganas de charla y fiesta que de música y se despidió dando las gracias tanto por escucharles como por no escucharles.
Y todos, incluso ellos mismos, nos trasladamos de nuevo a la Sala X para despedirnos como marcan los cánones: sudando a chorros, con la sonrisa más radiante posible, los ojos iluminados y los oídos destrozados por los sonidos macarras de Camellos, que propiciaron una frenética respuesta del público, que hizo surfear por encima de nuestras cabezas no ya sólo a los arriesgados participantes del moshing tan habitual en el festival este año, sino al propio bajista de la banda que ni siquiera así dejó de tocar ni un momento.
Así se cerraba la jornada de clausura de la undécima edición del festival que nos hace vivir intensa y peligrosamente en esta Sevilla por unos días. Como cantaban Pixies, This Monkey’s gone to Heaven. Que allí arriba vaya haciendo los contactos necesarios para que en 2020 no haya precipitaciones… y, sin no es mucho pedir, ni enfermedades ni problemas técnicos que resten brillo a un evento ya indispensable en nuestra ciudad y en nuestra vida.
Foto de cabecera: Derby Motoreta’s Burrito Kachimba / JAVIER ROSA
Las impresiones recogidas son del firmante y de José Miguel Carrasco