- Nacho Camino saca a la luz las canciones que guardaba después de tanto tiempo desde sus últimos discos anteriores con dos más, Caballo de Troya y Secreto ibérico, lanzados de forma casi simultánea.
Nacho Camino nunca ha sido moderno. Ni tampoco se ha mordido nunca la lengua a la hora de decir lo que nadie dice. Por eso resultaba extraño notar como había desaparecido del mapa musical local, donde solo se hizo visible en dos momentos puntuales, la fiesta de inauguración del Festival de Cine y la de celebración de los 15 años del Nocturama. Antes tampoco es que fuese el músico más sociable de la ciudad, pero al menos una vez al año podíamos disfrutar de sus buenos conciertos en los festivales veraniegos. Es natural que él no iba a estar parado en su casa después de terminar de dar sus clases habituales, y eso lo hemos podido confirmar hace unos días, cuando ha sacado, no uno, sino dos discos prácticamente a la vez.
Es obligado, pues que lo primero que haga sea interesarme en el porqué de todo esto que digo. «Digamos que las canciones estaban esperando cobrar una nueva vida, metamorfosearse en un estudio de grabación profesional, concretamente en los estudios Sputnik de mi buen amigo Jordi Gil», me cuenta Nacho. «Pero, seamos francos: no tengo una banda estable, ni representante, ni tanto dinero como para sufragar los gastos que supone grabar y editar un disco. Ni siquiera tengo público. Pero sí una cierta edad, ojo. A cambio, claro, disfruto de una libertad absoluta para hacer lo que me venga en gana. Esta es la parte buena: encerrarme unas horas en mi celda-estudio de 2×2 y concebir, sin miedo alguno, toda clase de disparates. Alguien podría decir que todo esto se parece mucho al solipsismo o a la cobardía: los toros se ven mejor desde la barrera. Y quizá no le falte razón, pero tampoco es que el espectáculo me resulte tan sugestivo como para lanzarme al ruedo. Sobre la música en sí no diré nada que diría mejor un crítico de oído tan entrenado como es el tuyo. Hablar de la propia música es un acto de pedantería y un naufragio anunciado de la ecuanimidad».
Tendré, pues, que recoger el testigo y decir algo sobre su música. Pero para ello lo primero tiene que ser escucharla.
Lo primero que salta a la vista escuchando este disco es que no tiene canciones reconfortantes, acogedoras, agradables. Yo siempre había asociado a Nacho con el entorno de Nick Cave, pero con este Caballo de Troya podemos localizar un parentesco más entre Neil Hannon y Jarvis Cocker, dos irónicos pensadores obsesionados con la narración. Y eso, la narración es lo que prima en ellas; el mordisco lo tenemos sobradamente en los textos de Nacho, que al igual que hacía Thomas Bernhard, protagonista de una de las canciones, es capaz de encontrar la risa en la oscuridad. Nadie como Nacho Camino es capaz de convertir su mezcla de amor y odio en la clave de todo lo que escribe. «Lo que sí se ha intentado en este disco es buscar una cierta homogeneidad temática, no tanto por la cohesión de los asuntos que se abordan como por los que están ausentes», me dice Nacho, aunque ya desde la primera escucha se nota esa falta, pero no se sufre por ella, porque aunque la estructura de las canciones tienden a tener una proporción muy desigual entre música y letra, la palabra y el sentimiento que esta te trae te llenan por completo. Nacho lo tiene claro: «No hay canciones de amor ni himnos tarareables a la conciencia de clase o el emotivismo sostenible. Se huye, como de la peste, de lo que Boadella denominó una vez música demagógica. La música comprometida, que dirían los más partidarios».
Todas las letras, música y producción de este Caballo de Troya son de Nacho Camino, que contó con Muñoz y Diezma para la idea de la portada, de su diseño gráfico y título.
En el otro disco que Nacho ha desvelado, más que lanzado, Secreto ibérico, sí que hay algunos colaboradores más. La música y la producción siguen siendo totalmente suyas, pero la letra de la canción Biografía es un poema de Juan Manuel Romero y Santa Bárbara es una canción tradicional, un himno popular emblemático de los valles mineros asturianos, la tierra natal de Nacho. Para la interpretación de tres de las canciones, la mencionada Biografía, además de El nuevo mundo y Soy el novio de la muerte, se ayuda esta vez del violín de Rosa Rodríguez, su compañera en el arte y en la vida. La portada también es obra de Muñoz y Diezma por completo. Y Nacho avisa en su Instagram: Si de primeras no veis el título, tened calma: no sois presa de la presbicia, sino rehenes del secreto.
Para que salgan dos discos a la vez en lugar de un disco doble tiene que haber diferencias más que apreciables entre ellos. Y quiero conocerlas. Nacho me lo aclara. «La mayoría de las canciones de Caballo de Troya se compusieron en los últimos tres años. La más antigua es La belleza, de 2017. La más reciente, Cualquier estúpida canción de moda, de hace apenas un mes. Han tenido una vida aletargada en plataformas como YouTube o Hispasonic. Suelo remezclarlas con relativa frecuencia, y doy en sustituir las viejas versiones por las nuevas: es muy posible, no obstante, que solamente yo perciba los cambios. Subirlas a las plataformas de streaming por mi cuenta y riesgo es lo que va a permitirme olvidarlas de una vez por todas».
Que la más antigua de estas canciones de Caballo de Troya tenga tres años, cuando el anterior disco largo de Nacho Camino salió hace siete, con un EP intermedio de escasamente cinco canciones más, nos da una pista sobre la composición de Secreto ibérico. «Aquí encontramos canciones que tienen cinco o seis años de vida, sometidas a sucesivas revisiones. Hay algunas más recientes, como Mil veces, que es del año pasado. Funciona casi como un disco de descartes, aunque los verdaderos descartes siguen en el disco duro del ordenador. Más convencional y melódico que Caballo de Troya, muestra, sin embargo, una curiosa unidad cíclica. Empieza en Año Nuevo y se cierra con un Villancico. Por medio abunda lo que podría llamarse pieza de encargo o música incidental. La nana para el hijo de unos amigos, canciones que glosan los poemas de otros, una tonada tradicional. Todo ello acompañado de algún retazo autobiográfico que asoma por ahí con cierta impudicia. Es el disco de la vida privada, cuando la vida privada no era espectacular sino celosamente hermética. Aquí colabora Rosa con su violín, y Juan Manuel Romero con los versos de un poema suyo del libro Desaparecer, de la editorial Pre-Textos. Desaparecer. Como si eso fuera posible».
La atmósfera de inmersión que se crea desde la primera canción, Año nuevo, te aplastaría si no fuese por el respiro de esperanza de la segunda de ellas, la nana de El nuevo mundo, tierna, en la que Nacho encuentra la luz. Después vuelve el sueño febril, el estado de ánimo se vuelve nocivo en Chivo, Zarpa, Mil veces; el dolor, que en Caballo de Troya era más distante, aquí está magnificado… el dolor solo es otra manera más de ganar la orilla… si estás en campo abierto los depredadores olerán tu miedo… tiene que haber alguna ventana a alguna otra parte, lo he visto en un sueño… que tanta belleza se pierda aún hace que sea mil veces más bella… no estamos observando el dolor desde lejos tanto como siendo invitados a experimentarlo crudamente. La voz de Nacho se mueve entre la fragilidad, el sarcasmo y el desafío; sus frases tristes recuerdan tanto a William Blake como a Leonard Cohen o Scott Walker. No sé si Secreto ibérico es en parte disco, en parte confesionario catártico, pero para estar lleno de descartes lo que Nacho ha logrado aquí no es poca cosa: una muy buena obra que fusiona la experimentación y la libertad de sus otras obras más conocidas con las canciones más tiernas que no sabíamos que era capaz de hacer. Esto también es solo rock and roll, pero me gusta… y me llega hasta el alma.
