Neon Vampire. Cosmo’s Factory Club. 25 de marzo de 2023
El sábado en el Cosmo’s Factory Club fue un concierto electrizante el de Neon Vampire. Hasta ahora solamente les había atisbado, que no visto, una vez, cuando abrieron la tarde del Monkey Weekend en el gran escenario de la plaza a la hora en que todavía estábamos más preocupados por buscar un licor digestivo para echar para abajo la copiosa comida del restaurante portuense que de atender a la música. Aunque lo que estaba oyendo se me pegaba fácilmente al oído y luego pude degustar mejor escuchando su disco homónimo más calmadamente. Por eso tenía ganas de verles en directo y la experiencia de hacerlo superó mis expectativas, porque además de repasar todas esas buenas canciones que les conocía, interpretaron hasta media docena más de las nuevas que irán apareciendo de su segundo disco y de remate una versión del Runnin’ Down a Dream de Tom Petty que fue totalmente magnética.
No sé cómo resistió la caja de la batería la descarga de golpes que sufrió en la intro de Luces y sombras por parte de Octavio Perondi, que todavía la seguía golpeando con saña cuando entraron el bajo de Daniel Martínez, el teclado de Ismael González, y la guitarra de Alberto Martínez; unida a la de este entró también la segunda guitarra, momentos antes de acercarse al micro para hacernos llegar su voz, de Antonio Mateo, que en realidad tiene cara de llamarse Paolo, por eso hasta su mujer se dirige a él por ese nombre. Pudimos escucharle bien porque Octavio cambió el estruendo por un suave golpeteo de platillos y así apreciamos uno de los puntos fuertes de la banda, que tienen buenas canciones. Esta gente sabe cómo componer una melodía, infundirle una esencia y rematarla con letras poderosas y contagiosas.
Todavía interpretaron dos más del disco que comenzaba con la misma canción del concierto, fueron No Surf y Zën, adornadas por estribillos punzantes y algún que otro riff de Alberto, muy efectivos. Eran minutos que iban más allá del simple calentamiento en los que todos los que estábamos en el bar, quizás acostumbrados a tener delante a bandas de perfil más rockero clásico que orientadas al pop ochentero nacional tratábamos de encontrar esos pequeños momentos en los que este vampiro de neón todavía no sabía muy bien lo que estaba sucediendo; pero cuando unos músicos son realmente valientes y confían en sí mismos, pueden hacer magia de la nada. Y estos cinco lo estaban consiguiendo.
Después de un trío de viejas conocidas, tres estrenos: Objetos perdidos, Avivando el fuego y Grito de paz, que más allá de rendir homenaje a sus influencias, convirtieron en carne propia. El fuego que avivaron en la segunda de estas consumió cualquier recuerdo, desde Tequila a Nacha Pop, para que de la pira surgiese un nuevo ente que irradiaba luz propia. La banda no estaba tratando de emular a nadie, estaba tratando de subir el nivel y consiguieron hilar los mejores minutos de la noche. Pero todavía quedaba mucho más por disfrutar. Y con Grito de paz consiguieron que una canción sobre la guerra y la destrucción sonase dulce; la única arma asesina era la guitarra de Alberto.
En el disco, Mi lugar es una canción de belleza enfermiza, que sobre el escenario recuperó color, quizás por la energía bruta que le inyectó a través de sus colmillos el vampiro que iba tras ella, encadenado a ella. Además de la inmortalidad y el poder, la libertad es otra de las cualidades que los humanos envidiamos a los vampiros y este que teníamos delante, con la canción que lleva su nombre y el del disco donde ha dejado su primer legado, tenía esa libertad que lo hacía tan especial. Libertad para hacer lo que quisiera, como quisiera, durante el tiempo que quisiera. Libertad para ser más que una banda de rock. Libertad para ser grande. El nivel continuaba subiendo.
Con Duelo al sol cambiaron las referencias. La oscuridad de las cuevas pasó a ser la deslumbrante luz de los desiertos del oeste y la música trajo reminiscencias diferentes; también cinematográficas, pero de otra clase de cine. Y en los recuerdos de las grandes pantallas siguieron, porque le dieron otra vuelta de tuerca con Lorraine, la canción que nos hizo ver a Lea Thompson encarnada en Lorraine Baines McFly tan claramente como si estuviese retratada en la Polaroid a la que hacía referencia la siguiente canción, iniciada con una ascensión guitarrera que casi nos hacía pensar que iban a atacar el Sugar Baby Love de The Rubettes y terminada con una orgía de bombo y platillos que sofocaba los intentos de destacar de esa misma guitarra a pesar de que el riff que se empeñaba en sacar adelante era de los cañeros.
Las siguientes también eran nuevas. Espacio aéreo fue una balada seductora y A un metro del suelo aglutinaba toda la energía que distinguíamos en las canciones anteriores. Incluso Aullidos también era nueva, aunque esta la conocíamos porque es su actual single, el adelanto del nuevo disco y la canción en la que más lucieron los teclados e Ismael ganó en presencia escénica, porque hasta el momento su toque, aunque imponente, era demasiado sutil y casi no mirábamos hacia él más que cuando nos llamaba la atención que dejase las teclas para hacerse con una guitarra acústica.
El plan la convirtieron en una joya absoluta, otro duelo de guitarra y batería del que no sé cómo quedaron con fuerzas suficientes para el bis con la canción de Tom Petty. Quiero pensar que les sirvió de ayuda el respiro que yo mismo propicié al ver que iban a empezar a interpretarla y Daniel no iba a cambiar su bajo, por lo que le insté a que lo hiciera y cogiese al menos para esta canción el Rickenbacker que apenas mostraba su deslumbrante belleza asomando por detrás del amplificador. Nunca los instantes que se tardan en cambiar un instrumento han estado mejor empleados.
Nunca tampoco se es lo suficientemente melódicos ni lo suficientemente intensos, por eso son de agradecer su entrega vocal y el fervor y la inmediatez de los arreglos de guitarra. Neon Vampire es una banda representativa de una sensibilidad que debería ser más frecuente. Por un lado muestran un fuerte deseo de rebelarse contra la insipidez y la fórmula del tipo de música común a los habitantes del malvado imperio indie; por otro lado parecen buscar inspiración estilística en la dureza del rock, y a juzgar por lo que vi y escuché esta noche aquí el equilibrio logrado entre el atractivo y la obscenidad es inteligente y fructífero.