Pony Bravo. Teatro Central. 11 de octubre de 2019
Lagartija Nick. Teatro Central. 12 de octubre de 2019
La nueva temporada de espectáculos del Teatro Central se ha abierto de forma brillante con dos conciertos que han dejado huella en todos los espectadores que han llenado el recinto tanto en la noche del viernes 11 de octubre, con la actuación de Pony Bravo, como en la del sábado 12, con la atrevida puesta en escena llevada a cabo por Lagartija Nick.
El viernes todo el mundo tenía ganas de escuchar las canciones del nuevo disco de Pony Bravo, Gurú, habida cuenta de que pasaba ya una excesiva cantidad de años sin que apareciese uno nuevo y de las buenas expectativas levantadas por las pocas que ya habían ido adelantando durante los meses anteriores. Y todos salieron contentos. Tras un par de piezas conocidas para calentamiento del personal: Pumare-ho! enlazada a una versión de En el lago de Triana que rompió su mecánica dub y Noche de setas, comenzaron a desplegar todo el eclecticismo del que hacen gala en este nuevo disco, primero de forma suave con La yerba mala para acelerar el ritmo paulatinamente con Relax y rolex, que contenía un break imposible y navegar ya libremente por el acid de Casi nazi.
La zambra de Manolo Caracol, convertida en Ninja de fuego, fue una vuelta a sus canciones anteriores, pero no un respiro porque había que hacer grandes esfuerzos para no sucumbir al hipnótico ritmo de esa copla anómala y mantenerse atento a lo que todavía estaba por llegar. Con Errores son horrores, otra de las nuevas, bailamos al borde del abismo antes de volver al pasado más remoto, primero del de la propia banda, con El rayo, de su primer disco, y después con Loca mente, que aunque sea una de las canciones nuevas, apenas un minuto y medio después de empezar nos traslada a la década de los 70 con los familiares versos de Las Grecas. Época de bailes por antonomasia, que hizo soltar definitivamente las ataduras del público y al son de El político neoliberal hicieron temblar –literalmente- el suelo del teatro.
Uno de los puntos fuertes de los conciertos de Pony Bravo es el componente visual que aportan las proyecciones que aparecen tras ellos, y en la canción siguiente, también de las nuevas, Piensa McFly, el público se regocijaba viendo aparecer imágenes de personajes conocidos de sus películas favoritas… Gandalf, Obi Wan, Marty McFly, R2D2 y C3PO, Harry Potter, ET… a la vez que escuchaba referencias a hobbits, gollums, karatekids, varitas mágicas… películas y recuerdos mezclados. Y olvidados en cuanto todos se metieron de nuevo en los ritmos de Mi DNI y La rave de Dios para poner fin al concierto de manera frenética.
Pero todavía quedaban los bises y entre extraños efectos de voz e instrumentos fuimos escuchando al Rey Boabdil llorar por Granada y consolarse en la Feria de Abril, travestir al boogaloo una Zambra de Guantánamo y rendirnos admirativamente ante el coño de tres mujeres libres y valerosas, a las que dedicaron ese Totomami que terminó alargando el ritmo que marcaba el bajo de Raúl para que Pablo danzase el aquelarre sónico que salía de los sintetizadores de Darío y Daniel.
El sábado nos encontramos con las butacas colocadas y la advertencia de que no ocupásemos las dos primeras filas porque estaríamos peligrosamente expuestos a los sonidos graves que iban a llegar desde el escenario, a cota cero. Entre sombras veíamos un montaje inédito que cobró vida cuando comenzaron a sonar unas lúgubres notas que sacaba una violoncellista que no atinábamos a ver, situada tras Antonio Arias, ocupando el centro de la escena, que la tapaba a su espalda. Un coro de nueve voces se desperezó lentamente. El trombón, la trompa, dos violines, una viola, una flauta que entra tras dos golpes percutidos… tres minutos ominosos que dibujan el desamparo y la desolación de Nagasaki después de la bomba. La batería comienza a introducirnos en el ritmo del rock y todos los componentes de Lagartija Nick, seis en esta ocasión, interpretan un Buenos días, Hiroshima de los que te dejan mal cuerpo a la vez que no puedes dejar de canturrearla; se te pega al cuerpo como el uranio y el plutonio. Fabulosa.
Así comenzó todo un gran espectáculo que no se deslució ni siquiera porque lo que más faltaron fueron precisamente esos graves con que nos amenazaban las acomodadoras, los de la batería de Eric y el bajo del propio Antonio, que sí se mostró claro y contundente en su voz. Acción y reacción, la de 23 músicos dando lo mejor de sí y la de unos centenares de espectadores sobrecogidos con los poemas musicados de Jesús Arias, que muestran el horror y la devastación de la guerra… y del alma.
Era la presentación en Andalucía del nuevo disco del grupo, Los cielos cabizbajos, un homenaje a las ciudades que han padecido las penalidades de la guerra, y lo interpretaron íntegramente y en el mismo orden en que aparecen las canciones grabadas. Recuerdos a Guernika, lleno de urgencia; a Sarajevo, lleno de esperanza en el amor, el sentimiento que, según Antonio Arias, primero muere cuando estalla una guerra. El reposo eterno juntos finalmente conseguido por los amantes de Sarajevo nos eleva el espíritu e Intrusos hace que este nos estalle convertido en fuegos artificiales en vez de en obuses asesinos. Las cuerdas vuelven a hundirnos, arrastrados por el inicio de una Ola equivocada que nos ahoga, nos compunge, nos arrastra desde la fastuosa Nueva York hasta la ultrajada Somalia, que marca el final de este viaje por el desatino humano, presentado en forma de poema sinfónico magnífico, emocionante; sencillo y directo en su núcleo, en su melodía; difícil y complejo en su presentación. Jesús Arias, aun con su alma atormentada, logró encontrar belleza en la sórdida realidad. Y su hermano Antonio nos presentó esa belleza de forma deslumbrante, aún más porque salía de la oscuridad y tenía ganas de cegarnos. Inolvidable. Y por el bien de futuros espectadores, esperemos que no irrepetible.
