Hidrogenesse. CAAC. 25 de julio de 2019
Pocas veces como anoche en el concierto de Hidrogenesse del ciclo Pop CAAC he sentido que para ver en directo a algún grupo hay que dejarse atrás todos los prejuicios. Estoy convencido de que cualquier rockero que hubiese visto el look de los dos músicos que se subieron al escenario hubiese salido corriendo de allí sin escuchar siquiera una nota de lo que iban a ofrecer. Carlos Ballesteros llevaba unos pantalones rojos feísimos y una camiseta blanca con lunares rojos a juego, de lo más cantosa, además de una gorrilla que le ponía en la frente unos ojos con cejas rojas y guantes y churretes de colorete en la cara, todo a juego… y a pesar de esa pinta, mezcla de Iñaki Glutamato y Poch ganando el premio de la montaña del Tour, él era el discretito, porque lo de Genís Segarra era indescriptible: un mono enterizo completamente rojo, al igual que la gasa con la que se cubría toda la cabeza; era una sombra roja alzada a unos taconazos imposibles, dignos de la pin up más descerebrada. Y ni una guitarrita eléctrica, ni una batería; solo cachivaches electrónicos, moduladores de la voz y del sonido, música pregrabada… pero en cuanto hicieron sonar todo aquello para decirnos Estamos aquí e inmediatamente definirse como Dos tontos muy tontos se estableció una rara química con el escaso centenar y medio (contándolos con cariño) de personas que había en el patio del CAAC y lo que parecía una broma, algo poco creíble y demasiado enloquecido, adquirió carácter de fenómeno que puso a bailar a locos y cuerdos, a todos. Sin excepción, ni siquiera la mía.
Claro que sí. Ese, además del nombre de la siguiente canción es toda una declaración de intenciones. ¿Somos encantadores? Claro que sí. ¿Somos perturbadores? Claro que sí. ¿Hacemos lo que nos sale de la polla? Claro que sí; que para eso no son unos recién llegados a esto y tienen ya detrás un bagaje que les permite hacer lo que quieran aunque a las mentes estrechas les parezca que están profanando un recinto sagrado como el Monasterio de la Cartuja; un lugar que es, precisamente, al que Hidrogenesse más veces ha vuelto durante toda su carrera musical, desde que lo pisasen por primera vez en el año 2005. Lo que más nos gusta en el mundo es el placer de volver, dijo Genís desde el escenario; y la gente celebró esta nueva vuelta con el clamor popular que pueden expresar tan pocos espectadores, pero tan contentos. El Patio del Padrenuestro se convirtió en una discoteca cutre y barata y pasada de moda donde todavía ponen la canción del verano, como ellos cantaron de forma irritante, con especial propensión al chirrido, en Vuelve conmigo a Italia. Pero irritar es hermoso.
Muy poca gente anoche en el concierto. Repito una vez más; demasiado poca. Mientras ellos cantaban La carta exagerada yo no dejaba de pensar en el público sevillano de los conciertos: hundido en tu sillón, del que no piensas moverte; mueve tu culo, abre la puerta y sal, mueve tu culo…. Después, cuando se quejan de la oferta musical uno no sabe si llorar o reir, que es justo la sensación que Hidrogenesse describieron en la siguiente canción, Lloreir. Si en esta pieza Carlos y Genís son vulgares y guarros que se sientan a la mesa musical que cada día se prepara en este país, en la siguiente, Góngora, son sibaritas, exigentes comensales de un plato de palomas y rubíes que lleva cocinado más de 500 años, como el árbol que plantó Colón a escasos metros del escenario, al que Carlos se refirió antes de cantar El árbol, tremenda canción, execrable obscenidad… ¿cómo puede bailar así la gente con una canción que dice que hace frío junto al árbol bajo el que enterramos a nuestros amigos…? Qué triste. Pero todavía hay cosas más tristes: una tienda de animales, con los perritos y los gatitos dando vueltas en sus jaulas; un turno de noche en el curro esperando la hora de salir; ¿nos vas a decir que No hay nada más triste que lo tuyo?, nos espetan como un escupitajo en forma de canción… los caballitos pony, eso es mucho más triste. Y la gente, en vez de llorar, continuaba bailando. Irritar es hermoso.
Y eso que en Se malogró dicen que ya está, que se acabó el baile. Pero la gente no les hace caso y continúa bailando más, sobre todo porque Carlos acaba de decir que la siguiente canción será Disfraz de tigre, una de las favoritas de los seguidores de largo recorrido de Hidrogenesse. Después repasan el siglo XX: el rock and roll, el feminismo, el muro de Berlín; Jackie O, JFK, Andy Warhol, Mao y Marilyn; Los Beatles, la Coca-Cola, Supermán… Así se baila el siglo XX. Y cuando más sudado estás de bailar y bailar, cantan Eres PC eres Mac y te lo dicen: eres pan comido, eres poca cosa. Hidrogenesse son terroristas solapados, sutiles destructores de supervivencias babosas con tupidos sonidos que arrastran ecos de Kraftwerk, de The Residents y de otros selectos prestamistas musicales, todos refritos y condimentados por un dúo de lunáticos deseables capaces de convertir la nada en algo, aunque sea con voz chillona.
El inicio del final fue un hechizo que han escrito este mismo año, Brujerías jotas, para conseguir hacer realidad los deseos más cotidianos e inmediatos: que los zapatos nuevos no te hagan daño, que no se te mueran los geranios, que nadie puje en la subasta de revistas del corazón que sigues desde hace tiempo, que dejen de modificar de una puta vez la interfaz de tu app favorita… ¿podemos rezar también para que no vuelva a repetirse nunca más un concierto aquí tan desangelado de público…? Y se fueron con un mantra repetido para terminar bien la noche: Échame un kiki, amor.
Extravagante es un buen calificativo para Hidrogenesse; furioso azote de rockeros acomodados en el clasicismo, trastos repelentes que, en una maniobra vil, hacen que bailes al ritmo de tus inseguridades. Irritantes. Pero irritar es hermoso.
