Berk Gürman. Fundación Tres Culturas. 14 de septiembre de 2020.
Cuando fui anoche a la Fundación Tres Culturas para asistir al concierto de Berk Gürman enmarcado en la Bienal de Flamenco, de entrada me llevé una desilusión, porque yo esperaba encontrar a un grupo de buenos músicos de Anatolia, con instrumentos turcos, interpretando piezas autóctonas de su país con ese aire flamenco que apreciamos muchas veces en la música popular del Próximo Oriente. Sin embargo al escenario subió Berk solamente, llevando con él una guitarra flamenca.
Cuando se dirigió a todos nosotros para ponernos un poco en situación y contarnos quién era me sorprendió también su dominio de nuestro idioma, que hablaba casi sin acento; más aún, que hablaba incluso con un ligero y simpático acento andaluz, de esta zona occidental de la región. Eso quedó perfectamente explicado cuando nos dijo que era turco, pero que vivía en Córdoba. Y nos dijo también que hoy estaba cumpliendo su sueño de tocar y cantar en nuestra ciudad, algo que llevaba esperando desde que hace veinte años vino a Sevilla por primera vez a imbuirse de flamenco.
Nos habló de la primera canción que iba a interpretar, diciendo que era de un gran poeta turco y se llamaba Tierra negra; hablaba de alguien que ha tenido muchos amigos en la vida, muchas amantes, pero que no fueron sinceros y ya no están con él: venimos de la tierra y volvemos a la tierra; en Anatolia, como en Andalucía no solamente son similares las culturas, las tradiciones, la forma de beber desde niños del cante… y cuando Berk comenzó a rasguear la guitarra y después a cantar, quedó claro que íbamos asistir a un recital de cante flamenco en el más clásico sentido de la palabra, aunque no iba a tener nada de convencional. Berk Gürman no es Tomatito, ni es Camarón, pero aquí tampoco es que haya muchos Tomatitos ni Camarones, y él además tiene a su favor que es capaz de tocar y cantar, las dos cosas a la vez. Y si en Sevilla hay bandas que son capaces de interpretar perfectamente el blues de Chicago, ¿por qué no va a haber un turco que sea capaz de interpretar bien el flamenco de la Venta de Vargas? Así que decidí abrir mi mente de par en par y dejarme llevar. Y me encontré con un guitarrista notable y un cantaó con muchas limitaciones pero con el alma y los huevos suficientes como para salir airoso de un escenario, cantando flamenco, en Sevilla, delante de un enorme cartel en el que se leía el nombre del ciclo de flamenco más importante del mundo, durante una hora y media, y que a la gente que lo presenció no solo no le pareciese largo, sino que le despidiesen aplaudiéndole puestos en pie.
Es cierto que la gente se conforma muchas veces con muy poco y que la Bienal viene programando también espectáculos más que discutibles, sin embargo Berk Gürman, sin ir de purista ni de rompedor, con gran humildad y la dosis justa de atrevimiento, y con mucho arte y gracia, solventó con buena nota su soñada cita. Yo no tengo los conocimientos de flamenco adecuados para escribir una crítica seria de lo que presenciamos, pero sí os puedo contar qué fue lo que hizo Berk desde que comenzó con este poema, para seguir después con una pieza clásica de Azerbaiyán y retomar de nuevo la poesía clásica turca, con tres cantes pausados y profundos, que fueron los que mejor se le dieron durante toda la noche.
Nos presentó una canción cuyo título tradujo como Barquero, que iba a interpretar en un estilo muy flamenco de la música clásica turca, en un palo del cante de aquel país similar a los palos del flamenco, solo que con un nombre impronunciable que aquí, según empezó él a cantar, es hermano gemelo de las tarantas, porque ese fue el tono con el que comenzó, metiéndole luego bonitos toques por canasteras. El amplio rango vocal de Berk hacía que aunque no entendiésemos un pimiento de lo que estaba cantando, la melodía sobre la que reposaba la voz fuese dulce y la copla fluyese perfectamente. Más aún en el siguiente cante, sobre un enamorado enfermo, al que no le apetece cantar, que él nos presentó como una muestra de arte salónico, pero que era calcado a una soleá.
Y después se vino arriba. Los toques de guitarra del inicio eran de unas bulerías clásicas, muy bien definidos, pero si en el cantar pausado Berk era grato, emotivo, al aligerarse en este palo la fonética de su voz en su idioma se convirtió en un batiburrillo, que gracias a los dioses duró muy poco tiempo porque enseguida saltó la sorpresa y siguió con unos versos en castellano del Como el agua de Camarón, que el tío estaba haciéndonos por bulerías en vez de por tangos; y no rechinaba en absoluto. Berk se había puesto fiestero, y aunque no le hubiese venido mal al menos un cajoncito para acompañar su guitarra, tras otros versos en turco arremetió con las bulerías de la Perla de Cádiz que canta Carmen Linares, siguió con otros versos de En casa del herrero, de Pablo Alborán, siempre por bulerías, para terminar con varias estrofas más de las que cantaba Camarón en El niño perdío y Ya no me cantes cigarra. Y, a ver cómo os lo digo, no dejaba de ser un turco divirtiéndose cantando flamenco, pero es que eso del huapango de La cigarra también lo ha cantado Linda Ronstadt, con muchísimo menos compás que Berk, y a todos nos ha parecido de perlas.
Después volvió de nuevo a su idioma para cantar, despacito, manteniendo el compás tan bien, que hasta yo me sorprendí marcándolo con mis pies. Y volvió a salir el enamorado de Camarón, esta vez por el palo que mejor se le daba al maestro: los tangos. Incluso escuché a alguna gente acompañar su cante con palmas sordas muy bajitas mientras él alternaba el turco y el castellano para ir cantando tangos que no entendí con otros de los más clásicos de Camarón: Rosa María, Qué poderío tendrá, Eres como un laberinto… y esa guitarra, con gran soltura.
Se sosegó de nuevo en dos o tres cantes de su tierra serenos y más equilibrados. Incluso cantando en turco le salió bien un quejío prolongado. El problema fue que este último cante, que tan bien le estaba saliendo, lo remató con unos fragmentos de Si la mujer se calara como el melón, a la manera de los fandangos de Camarón, que le salieron como pa haberle dao con una alpargata en la boca.
Y ahí ya cogió la senda de los fandangos que le llevarían hasta el final. Cantó unas cosas en turco por algún palo de los suyos parecido a los fandangos y después soltó la guitarra para despedirse de una forma magistral; no por cómo le salió, sino por la buena intención, el intento de llevar a cabo algo familiar para todos y cómo se lo agradeció el público, despidiéndole de pie en sus asientos tras escucharle al borde del escenario, a capella y sin micrófono, unas estrofas de aquel fandango que Camarón cantaba en ocasiones muy contadas: porque tú tengas dinero, a mí no me trates tú a mí con el pie, porque eso no es de caballeros. Y salió para un corto bis, en el que siguió con los fandangos, guitarra y voz, a la vez Tomatito y Camarón, con dos recuerdos más de este: Esta mujer quiere a mí buscarme ruina y Como si fuera un castillo.
Ni afinación prodigiosa, ni compás exacto; pero creatividad y trabajo duro a raudales. Berk Gürman estuvo pujante y feliz, lanzando sus acordes y su voz al aire para conseguir que la de ayer no fuese puramente una extravagante noche flamenca. Y no; no llegó a interpretar su versión del Válgame Dios de la Niña Pastori, aunque así lo asevere el crítico del ABC, probablemente guiado por lo que ponía en la hoja del repertorio, que Berk no siguió en absoluto.
