Sofar Sounds Sevilla (Musgö + Miguel Bueno + Vandalia Trío). Asociación Flamenca ‘La Plazuela’. 17 de noviembre de 2019
Anoche tuvo lugar la edición del Sofar Sounds más recogida e íntima de las que he participado hasta ahora. Fue, además, en el barrio donde crecí y viví desde 1962 hasta 1999, y al que sigo acercándome varias veces por semana para ver a la familia que queda en él, comprar en sus comercios, beber en sus bares o simplemente a dejar el coche aparcado para ir al centro en alguno de los autobuses que pasan por él, el 20 y el 21: el Polígono de San Pablo. Por eso ayer sentía una emoción especial al pisar la Asociación Flamenca ‘La Plazuela’, un lugar encantador abierto hace muy poco por unas mujeres admirables de las que anoche tuve el honor y el placer de conocer a una de ellas, la gran bailaora Ángeles Gabaldón. Ellas han reconvertido una antigua peña rociera en la actual sede de su asociación, un espacio de creación flamenca, con vistas a poder convertirla definitivamente en una peña flamenca. En él se llevan a cabo innumerables actividades, como clases de flamenco impartidas nada menos que por Enrique Soto Sordera; clases avanzadas de baile con bata de cola, que imparte la propia Ángeles, e incluso diversas masterclasses y clases de yoga, además de ser utilizado como local de ensayo para Ángeles y los artistas que la acompañan en su espectáculo, como el que están preparando para presentar en Beirut próximamente.
Allí, ante una cincuentena de afortunados espectadores, tuvieron lugar las actuaciones de Musgö, una maravillosa cantante que la organización del Sofar pudo presentar a pesar de la dificultad de que ella esté en Londres casi siempre; Miguel Bueno, que aparte de ser un músico polifacético y divertido demostró también anoche que puede ganarse la vida como monologuista y los cordobeses Vandalia Trío, que inspirados en composiciones clásicas o jazzísticas son capaces de crear una música propia bellísima.
Musgö es el nombre con el que se presenta Mar Gabarre, que anoche comenzó su concierto con Pray, una de las canciones de su disco Open the gate, que fue también la segunda de las que interpretó acompañada solamente de su arpa eléctrica. Su voz parecía provenir de Oniria, soñada más que escuchada, suave, cálida, sensual incluso en las inflexiones de voz que tanto me recordaban a Margo Timmins, con unos ecos místicos que al principio pensé que le estaba poniendo Agua Sancruz desde la mesa de mezclas, pero que luego me dijo que no, que era la propia Mar quien estaba tratando su voz de esa forma tan bella… pero es que cuando después comenzó a utilizar también una loop station en After you’re gone, grabando capas que dejaba sonar para ir grabando otras encima, fue capaz de crear unos sonidos trip hop a la altura de Portishead o de los Massive Attack más suavemente armoniosos, los de Protection, por ejemplo. Cuando nos dejó, tras Spiral, su aura siguió flotando muchos minutos más en la intimidad del pequeño local.
Miguelito Bueno, con su guitarra acústica, acompañado de Enrique Mengual al bajo y de Jesús Fajardo a una guitarra eléctrica la mar de versátil, comenzaron con Confidencias, una canción entresacada de los versos de dos poemas diferentes de la sevillana María Ruiz Faro que él ha musicado en aquella forma en la que Hilario Camacho nos hablaba en sus inicios de que tu enemigo eres tan solo tú; Miguel nos dijo que estas palabras que cantaba le servían como biografía propia. Probablemente también sean autobiográficas las impresiones sobre su vida desordenada que cantó luego en Idea feliz, lo más cercano que tiene a una pieza de folk. Después de eso volvió a echar mano de poemas ajenos, esta vez de Irigoyen y de Fonollosa, pero cambió completamente de registro, porque los convirtió en un blues arrastrado, de los que cantaba John Lee Hooker pero que aquí estaban más suavizados y musicalizados debido a los aires de Roy Buchanan que salían de la guitarra de Jesús. Fueron cuatro o cinco minutos fantásticos, como lo fueron también los que le siguieron cuando Miguel nos contó la delirante historia de la que había salido la canción Mihi tota cara reliqui, que fue la que siguió. Ellos se hubiesen quedado allí toda la noche, pero no tuvieron tiempo más que para despedirse en la forma más enrockecida de la noche con Materia oscura.
Vandalia Trío se presentó de manera diferente, con la chica de la flauta saliendo de la sala que servía de improvisados camerinos y recorriendo el pasillo entre el público sentado en el suelo, sacando notas muy dulces de su flauta, hasta llegar al escenario, donde se unieron a ella dos chicos con un violín y un contrabajo. Ya entre los tres comenzaron a acelerar Origen, la pieza que estaban interpretando, a la vez que la aflamencaban de tal forma que Ángeles Gabaldón, que estaba a mi lado, no podía reprimirse a la hora de lanzar unos quedos ole ahí e incluso de acompañar con suaves palmas sordas una parte de la interpretación. No fue necesario que ellos dijesen que este Origen lo habían creado a partir del Asturias de Albéniz, porque en el crescendo que hicieron fueron perfectamente reconocibles las populares notas que Robby Krieger sacaba primero de su Ibanez y después de su Gibson SG en el Spanish Caravan de los Doors. Tras ella el violinista cambió su instrumento por otra loopera similar a la de Musgö, en la que grabó una base de percusión que hizo sonar previamente junto a la chica, para asociarla a un teclado del que extrajo las notas que los otros dos acompañaron en una pieza todavía sin título, de corte más jazz fusión, con varias secciones unas sobre otras, diferentes, pegadizas, con una maravillosa interacción con la flauta; una genialidad que convendrá que revivamos muchas veces cuando tengamos el disco en el que sin duda vamos a cooperar todos participando en el crowfunding que el trío va a poner en marcha para grabarlo. Se despidieron con una tercera pieza, larga como las anteriores, a la que llamaron Olvido, por estar basada en el Oblivion de Astor Piazzola, de la que extraen los compases iniciales. Después va fluctuando en diferentes cambios de ritmo e incluso de registro, con partes en las que los del público les acompañamos con palmadas al compás (o al menos al compás que pudimos), para desembocar en una interpretación del teclado, convertido en órgano Hammond, de forma que parecía que estábamos escuchando a Brian Auger en una de sus más vibrantes interpretaciones. Son geniales y habrá que seguirlos muy de cerca.
Y así fue como se arregló por completo una saboría noche de domingo, que hizo que regresase a casa sin sentir la más mínima tristeza que indudablemente derraman sobre nosotros las últimas horas de la semana, y esperando ser llamado de nuevo muy pronto para la próxima edición del Sofar Sounds que tendrá lugar en diciembre.