SpindaFest Sevilla Sessions (PYLAR + Rosy Finch + Holy Hex). Sala X. 14 de mayo de 2022.
Aunque iba a comenzar esta crónica haciendo unas consideraciones previas, las dejaremos para el epílogo y nos centraremos de inmediato en lo mucho y extraordinario que ocurrió sobre las tablas de la Sala X en la noche del sábado con motivo del SpindaFest, que a fin de cuentas es lo que importa. Y lo que ocurrió sólo cabe calificarlo de inefable, aunque realizaré un –seguramente torpe– intento de trasladaros una descripción lo más fiable para que tengáis una idea de lo que es el ny metal. Nada que ver con Nueva York. Es un concepto por supuesto inexistente –al menos de momento– que tendría algunos puntos en común con el frecuentemente denostado nu metal, en el sentido de fusionar elementos del heavy metal con otros géneros (entre ellos el también a veces e injustamente denigrado grunge) o de enfatizar las atmósferas y texturas en detrimento de la melodía.
Resulta curioso que las tres bandas concitadas en esta mágica –sí, mágica en todas sus variadas acepciones– velada tuvieran como nexo el metal aun cuando a ninguna de ellas se las encajaría en este género ni de lejos y aun cuando las propuestas eran tan distantes entre sí, o no tanto, en lo estilístico; y aquí radica parte de esa magia y de esa seducción inevitable que despiertan todas ellas, cada una a su manera, cada cual con sus armas y bazas, distintas aunque efectivas todas. Me contaba en uno de los recesos el genial Lengua De Carpa –también el misterio y el anonimato son parte del encanto, y lo preservaremos pues– que la Y que siempre aparece en todos los títulos de los álbumes de PYLAR responde a que su enorme carga simbólica: al margen de otros significados (una vulva, un cáliz…) alude a caminos que se unen o se bifurcan. Y uno no puedo sino imaginar que los caminos que transitan PYLAR, Rosy Finch y Holy Hex convergerán en algún extraño punto, acaso la nada, acaso ese ny metal…
Pero vayamos por partes para tratar de desentrañar lo que desplegaron unos y otros en la Sala X. Y lo haremos por estricto orden cronológico de actuación, comenzando pues por Holy Hex, el proyecto unipersonal de Fran Sánchez, quien comenzó su set con mucho retraso por problemas con el sonido y con muy poco público delante, aunque enseguida entraron (algunos) más espectadores. Público que, bien porque aún estaba frío, porque apenas alcanzaba a entender la propuesta o porque la degustaba concentrado, permaneció en todo momento estático, o extático quién sabe. Y casi se puede decir lo mismo del artista, sentado en una banqueta con su guitarra y sus múltiples pedales bajo una luz tenue, abandonando su quietud y ensimismamiento apenas para toquetear esos pedales con su pie izquierdo descalzado o incluso las manos, esbozar algún gesto o balanceo de cabeza o lanzar algún murmullo que pareciera proceder de otra dimensión.
Así, poco a poco y casi sin darnos cuenta, Fran desarrolló un todo continuo basado en su último disco, Behold Your Own, del que fue exponiendo temas como Void, Heat, Fallin o Sana’a, con el que se despidió, por cierto en sus únicas palabras en 35 minutos; entre medias sonó algún inédito, si bien resultaba casi imposible discernir dónde empezaba y terminaba cada canción dada la amalgama de texturas y ambientes que se iban sucediendo, asociados de manera inequívoca a su larga estancia en Seattle –mira por dónde aquí cabe imaginar ese hilo que le conecta a Rosy Finch– y a nombres como Earth o Sun O))). Una experiencia en definitiva casi religiosa –para él probablemente lo es– que, mira por dónde, le conecta asimismo con PYLAR, como él obsesos de los hechizos, lo místico y lo sagrado.
He de reconocer que hasta el sábado no había tenido ocasión u osadía de asistir a un concierto/ritual de PYLAR, y que tenía una mezcla de curiosidad malsana e inquietud ante la probabilidad de verme abrumado en todos los sentidos. Desconozco si lo que ofrecieron en la Sala X es más o menos agresivo, intimidante, asequible, epatante o brutal que lo que suelen exhibir, pero todas esas sensaciones me desbordaron. Y con todo, a falta de elementos para cotejar he de confesar que me resultó algo menos insondable de lo que temía… y bastante más gozoso de lo que esperaba. En un concierto de PYLAR no puedes, confirmé in situ, librarte de sufrir, padecer y no comprender lo que ves y oyes en algún momento, mas la experiencia vale la pena una y mil veces. Y eso que el colectivo, en su afán de sorprender, confundir o bien nadar a contracorriente sin más, por no usar una expresión soez, tuvo la ocurrencia de no centrar su bolo en su último disco, Abysmos, y eso que tiene apenas ¡dos meses y medio de vida!
Se presentó la banda esta vez –no lo habían hecho nunca antes, me confirmó su adalid– en formato cuarteto en ausencia de Trarames y su trompa y teclados; en cambio, estaban y se hicieron inmensos y omnipresentes el citado Lengua De Carpa con sus proclamas ininteligibles, Gamaheo aporreando con saña la batería, Lingua Alaudae sacando un jugo de otro mundo a su violín –y por momentos a su mandolina– y Bar-Gal dando cera con su guitarra. Resulta tremendo cómo estos cuatro músicos son capaces de levantar semejante monstruo y golpearte con él de forma hiriente y placentera a partes iguales hasta dejarte exhausto y excitado también en proporciones similares. Y lo hicieron, insisto, con un repertorio casi inédito integrado por ¿dos? ¿tres? de las piezas que conformarán el tercer disco aún sin título de esa trilogía que iniciara Horror Cósmyco y continuara el mentado Abysmos. Casi que lo mismo da, resulta improbable que alguien vaya a canturrear los temas de este colectivo e incluso vaya a distinguir unos de otros. Eso es así y casi que es lo de menos; lo de más es dejarse llevar y arrastrar por esta hostia a mano abierta que te propinan. Lo mismo con guitarra y batería echando humo sin piedad que con guitarra y violín retándose y generando sonidos de forma increíble o con las voces de ultratumba dialogando con el violín para dejarte obnubilado, vocablo que gustaba utilizar un compañero de facultad. Dicen, y algo de ello se pudo apreciar en pleno éxtasis, que cerraron con el cuarto de hora largo que es La caída (Descenso definitivo a través de las Profundidades Mayores), el track que abre Abysmos, pero a esas alturas ya uno sólo podía abandonarse al clímax.
Tras las más o menos conocidas propuestas locales llegaba el turno de los alicantinos Rosy Finch, los encargados de cerrar la noche. Y mira que, tras descubrirlos hace apenas una semana y escuchar un par de veces su último disco, Scarlet, uno llegaba rendido de antemano. Sin embargo, ya sea porque PYLAR había obrado un efecto anestésico o porque lo carnal no pone tanto como lo espiritual, el caso es que su performance no causó los estragos y la fruición que uno había augurado. Conviene aclarar que nada se le puede reprochar al trío compuesto por Mireia Porto (guitarra), Óscar Soler (bajo) y Juanjo Ufarte (batería), que cumplieron su cometido a las mil maravillas. Venían a presentar su último disco de 2020, el citado Scarlet, del que desgranaron siete de los nueve cortes, empezando por el que lo abre, Oxblood, dejando claro de inicio que venían a dar leña, con Mireia y Óscar alternando alaridos y luego enfrentados ambos a los amplificadores para llevar el volumen a niveles dolientes mientras Juanjo iba bajando revoluciones a la batería hasta dejar morir una canción muy inspirada y cruenta como la portada del álbum, en la línea de mis adorados Unsane.
Siguieron a lo suyo y se sucedieron otros temas del disco: Amaranto, Vermilion, Gin Fizz o Alizarina –aquí uno entiende la reiterada asociación con las bandas riot grrrl noventeras tipo L7 o Babes in Toyland–. La manera en que aceleran y desaceleran una y otra vez y sin compasión resulta sencillamente adictiva y orgásmica, dándote de paso la razón para seguir creyendo que el grunge no está muerto y que conviene revisarlo y reiivindicarlo, aunque estas subidas y bajadas permanentes resulten más evocadoras de los ciclópeos Melvins y de buena parte de la artillería del sello Amphetamine Reptile que del Bleach de Nirvana con que se les suele vincular, quizás más por fetichismo que otra cosa. Tras Lava, un pasote de canción con protagonismo del bajo, hicieron un paréntesis para esbozar una suerte de saludo y proclamar ¡Viva la calor sevillana! Sin más dilación, remataron la faena con Miss Howls –el único corte de su primer álbum, Witchboro–, otro de Scarlet, en este caso Ruby, y el aparente inédito que en la setlist figuraba como Lady Bug. Superheroína Mireia.
Las consideraciones que advertía al inicio de la crónica serán breves, que ya me he enrollado en exceso. Confiamos en que esta primera sesión sevillana del SpindaFest tenga continuidad más allá de que la asistencia de público resultó algo –bastante– decepcionante pese al indudable interés del cartel. Otras veces –me consta aunque no estuve– solo PYLAR consiguió llenar el mismo recinto. En fin, riesgos que hay que asumir cuando se trata de música underground, como varias veces recalcó la vocalista de Rosy Finch, y eso que quizás sean los menos minoritarios del trío de propuestas que no llenaría la sala pero a buen seguro lo hizo con el alma de los presentes. Y eso vale un potosí, o un potosy.