Palo Alto + Kindata. Sala X. 25 de febrero de 2023
El concierto de O Sister! en el Lope de Vega, sobre el que tenía que escribir en el Diario de Sevilla, se extendió más de lo debido como consecuencia de la espera por los fallos de sonido del final y cuando llegué a la Sala X ya estaban sobre el escenario Tero Heikkinen y Berni Ruiz, los dos componentes de Kindata, que abrían la noche antes de que tras ellos apareciese Palo Alto.
Cuando entré estaban interpretando Flash, su penúltimo single, pero no pude prestarle la atención debida entre los saludos al personal que me iba encontrando y el avituallamiento en la barra; cuando me puse en primera fila para no perder detalle ya estaban terminando con esta pieza para seguir con Verano eterno, la última de las canciones que ha editado este dúo, subida a las plataformas de escucha precisamente el día antes, por lo que todavía no había podido escucharla. Y la verdad es que me llamó mucho la atención, porque a Kindata les recuerdo de otros conciertos anteriores creando atmósferas volátiles y difusas que en ocasiones rompían haciendo Berni crujir los amplis con su guitarra y Tero golpeándonos el estómago con bases de texturas muy sucias. Sin embargo, Verano eterno era una canción casi intimista, con un aire pop más marcado todavía que Flash, con la que compartía el hecho de que la letra es en español. Una ensoñación electrónica con una exquisita madurez de sonido, que fue aumentando su tempo sobre un incesante golpeteo de percusiones suaves que te invitaban, si no a bailar, al menos a moverte sobre tus pies en el sitio que ocupabas. Una pieza prácticamente de dreampop, muy elegante, que me hubiese gustado comparar con las demás del concierto, porque posteriormente supe que, excepto Zen, todas las anteriores eran nuevas, de las que formarán parte del disco que Kindata quiere lanzar en mayo. Al menos sí pude apreciar la siguiente, con la que terminaron su actuación, que era también una de estas inéditas, Galope. Comenzó más bien como un trote de percusiones sobre la que la guitarra trazaba unos fraseos muy bonitos; pero terminó antes de que comenzásemos a apreciarlos del todo; una pieza más minimalista que compleja, una especie de pequeña llama que en algún momento esperábamos que creciera, pero que en lugar de eso, se apagó muy pronto. Espero tener ocasión de poder verlos de nuevo sin que pase mucho tiempo, porque todo apunta a que escuchar todas estas canciones nuevas seguidas es capaz de inducir un estado de felicidad en el que me gustaría verme inmerso.
Palo Alto no habían vuelto a dar un concierto desde hace dos años, cuando estuvieron justamente en este mismo escenario de la Sala X en marzo del 2021 presentando su disco Self defense, que habían sacado el año anterior prácticamente coincidiendo con el inicio de la pandemia, por lo que no pudieron moverlo. Aquella vez, como es lógico, basaron casi todo el repertorio en ese disco. Y esta noche la lista de canciones fue también muy similar. Incluso comenzaron con la misma canción, Some fears I had, un single anterior al disco en cuestión, con la oscura belleza del pesimismo que se abrió paso en las canciones preapocalípticas del disco posterior, con las que continuaron el concierto. What I need es casi fantasmal, primero con la lúgubre voz… ¿qué va a ser de nosotros?… y luego con el golpeteo de platillos similar al arrastre de cadenas espectral. La melodía de Clever man resultó un alivio, con un romance retorcido entre continente y contenido, porque el mensaje que encierra sobre fuerzas que no podemos comprender –me enfrentaré al demonio sin ojos– es demasiado ominoso para la belleza de sus acordes.
Arpegio me dijeron que se llamaba la pieza que siguió, porque no me resultó nada familiar. Se trataba de una canción que juraría que Antonio Figueroa estaba cantando en castellano, aunque el micrófono tenía tantos efectos que era imposible discernirlo. Sonaba sobre un fondo muy repetitivo de la batería de Ignacio Sierra y del pulso sobre las dos cuerdas de arriba del bajo de Pablo Gómez y creo recordar que, al igual que Antonio, también aquí José Viloca dejó aparte los teclados y se hizo con una guitarra. Estos dos, Antonio y José, anduvieron todo el rato con las funciones repartidas entre las cuerdas de acero y las teclas. El sonido cobraba otra dimensión cuando José dejaba sobre su soporte la guitarra, de la que sacaba sonidos muy densos, para sacar de su consola electrónica aires espesos en los que Antonio dejaba perder su voz flotando entre ellos.
Estos cambios de instrumentos e incluso de afinación en el mismo instrumento entre una pieza y otra puso de manifiesto un hándicap enorme, y es que tanto rato de parón entre canciones da pie a que la gente empiece a hablar entre ella, algo que de todas formas hacían ya muchos espectadores de entre la escasa media entrada que registró la sala, y las conversaciones toman una inercia tal que no se paran cuando comienza de nuevo la música, sobre todo si es tan suave como la de If I knew, el tema siguiente. Resultó muy molesto el arranque de ella, porque el ruido se sobreponía a la serenidad de la voz de Antonio y no fue hasta un rato después de empezar, cuando de nuevo el estallido de platillos de la batería volvió a centrar la atención de la gente. Pero volvió a ocurrir lo mismo cuando terminaron y Lavida comenzó con el ambiente otra vez difuminado. La ventaja es que esta pieza comenzó con un ritmo mucho más marcado, como de motorik con el acelerador sin terminar de pisar, que te invitaba sobre todo a moverte y beber en vez de charlar. Se notó en que incluso sonaron algunas palmas de acompañamiento como percusión extra. Su parte final creó el mejor momento de la noche; al menos el más comunal y en el que la audiencia se dio cuenta mejor de que estaba en un concierto, en un momento irrepetible.
La textura musical de Rain, hipnótica, te invitaba a bajar de nuevo de las alturas y sumergirte en tus propios pensamientos, hasta que la batería volvió a sacarnos de ellos, de nuevo a golpe de platillos. Y ese fue el clima que se mantuvo durante Dans, retumbando y reverberando, atrapados por la profusión de voces de Antonio, multiplicadas por efecto de la loop station que manejaba. El tramo final del concierto se basó en dos piezas de su primer EP, aunque intercalaron entre las elegidas algo que tampoco conocía. A Synesthesia le ha dado tiempo a madurar en la casi media docena de años que la contemplan para sonar fluida y con impecable precisión. Su ritmo final de batería de pronto se convirtió en otro más acelerado que servía para conducir una canción con frases en castellano de Antonio sobre volver a nacer y que la sangre nunca muere, que terminó demasiado pronto como para desentrañar lo abstruso de su mensaje. Not enough marcó el final definitivo, sonando en directo sin la pátina pinkfloydiana que tiene en su versión grabada, haciéndolo aquí más contundente y explosiva y estableciendo un estado de ánimo que hacía que nos fuese difícil irnos de allí sin aceptar lo que decía el título de la canción, no es suficiente. Sobre todo porque Palo Alto no estuvo más allá de cincuenta minutos sobre el escenario.
Quizás, como dijo Antonio en una de las pocas veces que nos habló, no tengamos la oportunidad de volver a verlos en directo hasta que de nuevo transcurran dos años, pero sería una lástima porque Palo Alto consigue reemplazar la tensa ansiedad de las versiones de estudio de sus canciones por una sensación de alarma más irregular y caótica, en directo, que les sienta muy bien. El material más opaco suena mucho más rico y potente. Alguien tendría que decírselo muchas veces porque los músicos, al menos tres de ellos y exceptuamos a Ignacio en su batería, no parecen disfrutar mientras tocan y mantienen en todo momento una seriedad rayana en la congoja; como si estuviesen perdidos en su propio mundo angustioso. Pero es que esto… it’s only rock and roll, men…!